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Reportaje:RAÍCES

Un hijo renacido

La Semana Santa mantiene algunas claves culturales cuyos orígenes se hunden en la Andalucía pagana

Si hoy en día se le ocurriera a algún diseñador de actividades lúdicas celebrar ritos penitenciales en el equinoccio de primavera, y primavera mediterránea, sin duda sería tildado de loco. ¿Pues a quién si no podría ocurrírsele pregonar continencia en plena lujuria, la de la naturaleza, y convocar a la muerte cuando todo incita a la vida? Sin embargo, esto es ni más ni menos lo que hizo la Iglesia cuando llevó sus ritos cuaresmales a esta parte del calendario.

Pero ni siquiera es un invento suyo, sino que ya en la Antigüedad se detectan numerosos cultos paganos, procedentes de religiones orientales, que tienen como centro la figura de un dios joven (Osiris, Tammuz, Adonis Attis), destinado a morir en terrible sacrificio cruento, y luego a despertar del sueño de la muerte, entre espirales de incienso, chasquidos de címbalos, redoble de tambores y trompetazos de cuernos. Por otro lado, una gran diosa madre de la fertilidad, bajo distintas advocaciones, recibirá también fervorosa lluvia de pétalos por las calles de Roma.

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La Semana Santa revive algunas claves paganas

Seguro que el contraste de las descripciones anteriores a algunos lectores les habrá despertado imágenes bien conocidas de la Semana Santa andaluza, ya sean las atronadoras tamborradas de Baena (Córdoba), ya el paso de la Macarena mecida entre flores por el clamor de su barrio.

Bien claro lo dice Blanco White: 'La existencia de supersticiones paganas adaptadas al culto cristiano es un hecho demasiado repetido como para sorprendernos'. Nada de todo esto, pues, es nuevo, pero sí que se haya multiplicado tanto la dimensión festiva y multitudinaria del fenómeno, haciendo que sus contradicciones internas sean hoy más agudas que nunca y traigan de cabeza a toda clase de etnógrafos y antropólogos, además de a la Iglesia misma.

'Hecho pluridimensional y complejo', lo llama Rafael Briones, de la Universidad de Granada. 'Acontecimiento poliédrico', Isidoro Moreno, de la de Sevilla. 'La fiesta cuantitativa y cualitativamente más representativa de la cultura meridional', Gómez Lara y Rodríguez Mateo. En términos más llanos, se puede decir que se trata de una combinación, bastante explosiva por cierto, de ritos sociales, sublimación artística de energías vitales, y creencias religiosas de muy distinto cariz; pues en modo alguno es lo mismo el cristianismo aburguesado de las clases medio-altas que la religiosidad popular de los que no acuden al templo más que en esta época.

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El pueblo llano andaluz sólo iba a la iglesia dos veces al año: el día de Difuntos, a honrar a sus antepasados, y en Semana Santa, a cumplir con el precepto pascual, por miedo a los curas. Un dualismo que, al igual que en otros muchos órdenes de la vida y cultura andaluzas, no hará sino perfilarse y acentuarse en estos tiempos de desconcierto social, ético e ideológico.

Una llamarada de color basta para explicar muchas claves: esa imagen floral y luminosa del domingo de Resurrección, asociada a la Virgen María, pero todos y cada uno de los días de la semana mayor, como representación que es de las antiguas diosas de la fertilidad y, junto con su hijo renacido, anunciando los ritos de primavera que ya vienen empujando por la otra orilla del calendario, con cruces de mayo y romerías sin tasa.

No en vano, la incorporación de los pasos, andas o tronos de la Virgen a las procesiones andaluzas es un hecho bastante tardío, que se extiende a lo largo del siglo XIX y no se consolida hasta el XX, esto es, coincidiendo justamente con el proceso de descristianización del campesinado andaluz y, por supuesto, del escaso proletariado en esas épocas.

Es difícil no ver en ello un afloramiento paulatino de las latencias gentílicas que dormían en el sustrato más pagano de la Andalucía romana hasta producir ese definitivo equilibrio a dos, culto a la muerte y culto a la vida (el Cristo y la Virgen), que siempre estuvo en el trasfondo activo de esta fiesta, deslumbrante y total.

Rituales, emociones e ideas

Las paradojas y la multiplicidad de lecturas que este panorama produce son tantas que resulta difícil incluso enumerarlas. Por agruparlas de alguna manera, se podría decir que hay una tesis ritual-asociativa (Briones), que pone el acento en los mecanismos simbólicos que nutren la fiesta de una sintaxis social, cuyo eje sería la procesión, como gran teatro vivo, y en torno al cual se generan toda suerte de tensiones de poder (mucha gente que quiere ser alguien en su pueblo o en su barrio sólo lo logra en Semana Santa), con claras distinciones de clase también simbolizadas (por ejemplo, hermandades serias frente a hermandades bullangueras), y que hacen de la pertenencia al grupo el verdadero eje ordenador de la fiesta. Otra tesis es la emotivo-identitaria (Moreno), para quien en Semana Santa tiene lugar una aparente 'locura de aparcar el racionalismo utilitarista y dejar abiertos los poros del cuerpo y del espíritu a las sensaciones y emociones del gozo de la fiesta', cuya función última es la reafirmación de identidades grupales de toda índole: de clases, de gremios, de barrios... Un poco para que nadie se despiste y cada cual se exprese en libertad frente a los otros. Ello explicaría que el derrumbe del nacionalcatolicismo, tras la muerte de Franco (salvo las chocantes pervivencias del fenómeno en la custodia de los pasos por militares y otros rasgos de este tipo -muy preeminentes en Málaga-, que ni los obispos más progresistas, como el de Cádiz, han podido eliminar), haya contribuido al nuevo esplendor de los festejos. Una tercera tesis sería la ideológica, o del enfrentamiento profundo entre concepciones de la vida diferentes y a menudo antagónicas. Sería la que formula Domínguez León, catedrático de instituto y profesor de la UNED, quien a través de un análisis temático y cronológico intenta comprender 'la adecuación o desfase de estas vivencias religiosas con respecto a la contemporaneidad', a partir de la ruptura con el Antiguo Régimen, que en Andalucía no se produce hasta mediados del siglo XIX. Esta tardía, y fatigosa, adaptación a los tiempos más modernos, explicaría que en la región subsistan, coexistiendo, muy diversas formas de religión, y desde luego el continuismo del barroco, que para los andaluces no es más que una forma aglutinante en lo superficial, es decir, en lo ornamental. Mas al cabo, todo ello no impide, sino que más bien recrudece, la dualización conceptual y social en torno, o a propósito de la religión.

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