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Francisco Veiga

Coincidiendo con los idus de marzo, comenzaron a manifestarse los primeros efectos de la nueva dinámica en la política balcánica. Se terminaron los tiempos en que los problemas llegaban de uno en uno, separados sus actores en buenos y malos. Ahora los viejos vientos se mezclan en grandes frentes tempestuosos. Aunque no lo parezca, la pasión de Milosevic está relacionada con la reciente crisis de Macedonia. El interés de Washington en la detención y juicio del mandatario serbio en el Tribunal Penal de La Haya, por el cual ha ofrecido una recompensa millonaria, es un ejercicio de mal gusto diplomático y jurídico que trae ecos de la captura de Noriega en 1989. Si a eso le añadimos el dudoso papel de juez imparcial y profesional que juega la temperamental Carla del Ponte, de nombre también melodramático, se pueden entender las reticencias de muchos serbios a entregar a Slobo, personaje que por sí mismo ya no despierta demasiadas simpatías entre la ciudadanía. Viene a la memoria la mascarada del juicio a Ceausescu en 1989, que tan mala prensa le dio a las nuevas autoridades rumanas surgidas de la revolución de diciembre y que con el tiempo terminó por llenar de flores la tumba del insufrible dictador. Por ende, tras la detención de Milosevic, ya se han manifestado y se harán más audibles luchas políticas internas, fragmentaciones y desestabilización; es decir, semillas de nuevos problemas y no de soluciones. A todo ello se unirá en breve la previsible secesión de Montenegro y la posible desaparición de la tercera Yugoslavia, preñada de nuevos reajustes institucionales, pugnas y más fragmentaciones.

En ese retablo, el interés norteamericano por la detención de Milosevic poco tiene ya que ver con el viejo Nuevo Orden de Bush padre. El renovado y muy reciente interés del vástago por los asuntos balcánicos, materializado en el entusiasmo demostrado por la detención del ex mandatario serbio, está relacionado con la expectativa de una fácil victoria en política internacional. En Washington el juicio del ex presidente yugoslavo interesa como forma de dar contenido a la intervención en Kosovo, operación cada vez más cuestionada internacionalmente por el comportamiento de los albanokosovares. El juicio de Milosevic se presenta así como el verdadero colofón de la campaña militar de la OTAN, un Núremberg grandilocuente pero tardío. Y, por ello, el ahora presidente Bush se ha ilusionado ante la posibilidad de heredar la guinda final de la arriesgada intervención impulsada por su antecesor, Bill Clinton.

Es, por tanto, un último servicio del 'chollo' Milosevic, la perfecta cabeza de turco de todos los males balcánicos durante una década y que ahora deberá tapar temporalmente la mal resuelta intervención de la OTAN en Kosovo. El espectáculo llega como agua de mayo cuando el conflicto macedonio aún no se ha extinguido y seguramente se reactivará. Las manifestaciones de apoyo a la guerrilla albanesa en Pristina, y no en Tirana o Skopje, vienen a demostrar que las fuerzas que se plantaron ante la ciudad de Tetovo son cosa de algunos políticos en Pristina. También resulta significativo que entre los guerilleros albaneses la Kfor detuviera a varios agentes del TMK, el cuerpo de protección civil kosovar, la ex guerrilla del ELK reconvertida por la Administración internacional.

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Más allá de las desorientadas elucubraciones sobre agravios históricos entre albaneses y eslavomacedonios, lo cierto es que, desde hace más de una década, miles de albanokosovares han entrado y se han establecido en Macedonia. Después llegó un cuarto de millón de refugiados durante la campaña de bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia, lo que equivalía a la décima parte de la población de la joven república (algo así como si 27 millones de latinos entraran en EE UU en el lapso de pocas semanas). Muchos de ellos permanecieron en Macedonia y otros entraron y salieron sin control en meses sucesivos. En definitiva, en esa república existe ahora una minoría albanokosovar en cierta competencia política y social con la vieja población albanesa de Macedonia. Ésta integra el Partido Democrático de los Albaneses (PDA), ahora en el Gobierno de coalición, y el Partido de la Prosperidad Democrática (PDP), que lo estuvo en el Gobierno socialista y que dio el mejor ministro de Economía que tuvo Macedonia: Taki Fiti. Los albanokosovares aún no están claramente definidos como fuerza política, pero son un grupo muy dinámico contemplado con aprensión en la misma Tirana, donde muchos temen que el día de mañana pudiera traer una Gran Albania con capital en Pristina.

Pero, aunque el gran teórico del pannacionalismo albanés actual sea Rexhep Qosja, un pulcro profesor de Pristina, lo ocurrido en Tetovo ha sido más bien una operación organizada desde Kosovo para desbloquear la situación y no para construir la Gran Albania. Las potencias occidentales, que ahora instan al Gobierno macedonio a reajustar sus estructuras estatales para dar más autonomía a los 'albaneses' (sin hacer distinciones), no ven la viga kosovar en el ojo propio. En Kosovo la Administración internacional no tiene fecha para las elecciones parlamentarias, ni siquiera existe una ley electoral. Más remota aún es la posible consulta a la población sobre el status de Kosovo, que ahora está en pleno limbo. Parece claro que en Pristina alguien planeó una temeraria huida hacia adelante. Primero, en el sur de Serbia, y luego, cuando la Kfor dio luz verde a las tropas yugoslavas para liquidar a las guerrillas albanesas, en Macedonia. Allí el ELK dispone de armas almacenadas desde 1998 y cuenta con un potencial de reclutas entre los jóvenes albanokosovares establecidos en el tercio occidental de la república y tan al sur como Struga. Organizar un levantamiento en la franja albanesa de Macedonia y hasta forzar el hecho consumado de una anexión a Kosovo terminaría con el statu quo diplomático. Perdería sentido la resolución 1.244 de las Naciones Unidas y todos los acuerdos y disposiciones internacionales referidos a Kosovo como provincia serbia con las fronteras de entonces: un viejo truco balcánico.

Si el menú balcánico tiene como plato principal el revoltillo yugoslavo y como postre Macedonia, los cafés los ponen los croatas de Bosnia, que estos días andan forzando la secesión. Si prosperara, los acuerdos de 1995 harían agua y tendría más fuerza la demanda de varios actores balcánicos para organizar un Dayton 2, algo de lo que no quieren ni oír hablar las potencias intervinientes. Por ende, y con la previsible secesión de Montenegro, sería el final del último intento por preservar la idea de federación, único concepto político capaz de aportar paz en los Balcanes. Así, la idea del Estado-nación triunfaría en toda regla, con sus autodeterminaciones descontroladas y limpiezas étnicas sin fin. Pero ante el órdago de los amigos croatas de Bosnia nadie se rasga ya las vestiduras, a pesar de que están protagonizando el pecado original que cometieron los serbobosnios en 1992, y por el que ahora en La Haya se las quieren hacer pagar todas juntas a Milosevic. Ironías de la historia que paradójicamente le unen al desaparecido presidente Tudjman. Un chiste local decía que ambos tienen una cosa en común: ninguno puede salir ya de la tierra.

Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa Oriental en la UAB.

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