El pequeño Saltamontes
Me he dado cuenta de que la gente piensa que mi santo posee una cultura enciclopédica y que yo soy esa individua que se encontró en el arroyo, que nuestra relación es algo así como la que mantenía el pequeño saltamontes Kung-fú con su viejo maestro chino. Pues bien, no es el rencor lo que me lleva a deshacer este lugar común, sino mi sentido de la justicia. Quiero que sepa la gente que yo también he aportado en esta relación mi cuota parte (como decía Felipe) de saberes culturales. Como ejemplo, un botoncillo: el domingo pasado entro en la cocina y pillo a mi santo tomándose un café y escuchando una entrevista que Concha García Campoy le estaba haciendo en el mismo Hollywood a Pene (lope Cruz). Mi santo estaba mirando al vacío. Bajó un momento de su nube y me preguntó: 'Esta Penélope Cruz es la que está con Nacho Cano, ¿no?'. Pues bien, a fin de que no haga el ridículo en ningún círculo cultural, yo le hice un gráfico con todos los novios que Penélope ha tenido desde que salió de su etapa músico-mística hasta nuestros días. Con esto quiero demostrar que yo también aporto en este matrimonio (secuela de Sartre-Simone de Beauvoir) mi granito de arena, y que no hay que dejarse engañar por que en el cuarto de mi santo haya retratos de Saul Bellow y de Proust y en el mío haya una página que le arranqué al Vanity Fair con una foto de Benicio del Toro en la cama, con esos ojitos hinchados como de haber dormido poco. A mí lo de Benicio me ha dado muy fuerte. Que me perdonen Robert de Niro y Claudio Magris pero con la foto de Benicio los he tapado a los dos.
Llamé a mi amigo gay para participarle que estoy montando un club de fans de Benicio, que si se quiere apuntar, pero está visto que el mundo gay ha tomado la delantera en todo lo que a hombres se refiere porque me dijo que ese club ya lo tenía él montado desde hace años, que él es la presidenta del club y que las mujeres siempre vamos a la zaga, porque él siente la pasión Beniciana desde que Beni saliera en Huevos de Oro con nuestro Bardem. Yo le pregunté a mi amigo: '¿Y con cuál te quedarías tú, con Bardem o con Toro?', y mi amigo, que es insaciable a la par que promiscuo, me dijo: 'Eso es como cuando a los niños se les pregunta a quién quieren más, si a papá o a mamá'. Me dieron ganas de recomendarle a mi amigo el psiquiatra de Juan Luis Galiardo, ese doctor Trujillo que lo retiró del sexo por el sexo y lo convirtió en un hombre trascendental. De momento, miro con ansiedad todos los meses la revista Zero para ver si han sacado a mi Benicio del armario, cosa que me daría un poco de pena, porque, aunque sé que mis posibilidades con Del Toro son nulas, de ilusión también se vive. Y miro incluso si yo estoy en la lista de los que sacan del armario: si no te sacan en dicha lista hoy en día eres un cero a la izquierda.
Mi santo me vio hablar hora y media con mi amigo por teléfono sobre Benicio y se puso negro porque para él el tema Del Toro se agota rápido. Nos acostamos de morros, cada uno con un libro (síntoma de que la cultura también puede distanciar a los matrimonios). Él, con The german trauma, y yo, con Crímenes, mentiras y confidencias, del forense García-Andrade. Qué ambientazo conyugal. Yo me he cruzado varias veces con este eminente forense y siempre siento por un lado admiración y por otro un inevitable pensamiento: 'Ojalá que nunca me tenga que ver en sus manos'.
Me acuerdo que mi santo y yo coincidimos con él en un coche, de vuelta de una entrevista televisiva. Este hombre, sabio y humano, nos contaba en el trayecto: 'Lo que más te impresiona de los muertos es la mirada, así que lo que yo recomiendo a los jóvenes es que les despeguen la piel desde el cogote y les tapen la cara con dicha piel. Una vez que el individuo no tiene rostro, ya manipulas a tus anchas'. Aagggg. De esto hace seis años y aún nos dura el trauma.
A mí me gustaría poder vacilar como mi santo de mis lecturas en inglés, pero, sinceramente, no me llega el vocabulario. No se puede decir que mis clases de inglés hayan sido un fracaso porque he conseguido que todos los profesores nativos que he contratado terminaran hablando un castellano impecable. 'Lo que yo me pregunto es por qué no te pagan ellos a ti', me dice mi santo, que también tiene su ironía. Pero a mí no me hacen mella sus comentarios, como diría Antonia San Juan, todo me resbala: 'Soy supermercuriana', siempre encuentro la manera de consolarme. Por ejemplo, el otro día, cuando el Rey dio su discurso en Washington al recibir el premio por la Democracia, pude comprobar que tiene un estilo hablando inglés que se da mucho aire al mío. No lo digo por presumir, pero el Rey y yo, cada vez que hablamos inglés, le hacemos un pequeño pero sincero homenaje a Forges, y eso dice mucho a favor de los dos: a mí me engrandece y a Su Majestad le humaniza.
Como mi santo sabe que Benicio nos ha separado un poco en los últimos tiempos, buscó ayer la forma de ganar mi amor de nuevo. Él sabe muy bien que a mí se me gana por el estómago; entonces se puso el mandil para prepararme uno de esos guisotes a lo Antonia Molina (madre del santo) que le dejan a una a la hora de la siesta enamorada, pero incapacitada físicamente para amar. Y como yo sé que a mi santo lo gano por el oído, salí a la calle a comprarle un disco. Pensé: '¿Cuál es la mejor elección en momentos de crisis, le compro Don Carlo?'. Pero me di cuenta de que había que buscar algo más íntimo, y escogí lo último de Juanito Valderrama. Mientras nos comíamos el arroz ubetense escuchamos la dulce voz del jienense cantando por fandangos a sus colegas muertos. Cuando Don Juanito cantó a su amigo Caracol: No tengáis pena, gitanitos de la Cava; / no lloris ni tengáis pena, / que en busca de Caracol / se fue Melchor de Marchena / y están de juerga los dos, a mi santo se le cayó un lagrimón encima del guiso. Y, ya reconciliados, le dábamos un aire a Valderrama y Dolores Abril.
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