Novillada de recuerdo
Javier Valverde tuvo poca suerte con su primer novillo, pero con su segundo, al que dieron vuelta al ruedo, estuvo muy torero con derechazos largos y muy templados. Dio cuatro tandas. Por naturales, el novillo pudo con él. De todos modos, su labor fue muy aceptable, además de demostrar que tiene cualidades para ser torero.
Salvador Vega, en su primero, instrumentó derechazos movidos, enrabietados, algunos largos. Por naturales estuvo aseado. Quizá en ese novillo todo tuvo demasiada rapidez, aunque es cierto que hubo largura en esos muletazos. En su segundo novillo volvió a torear con las dos manos, con mucha decisión y dejó en la arena muy buenos derechazos. Cuando tomó la mano izquierda toreó con la misma largura que con la derecha. Pero en un momento dado, al dar un natural, el novillo le empitonó y él pasó a la enfermería. El presidente concedió la oreja, que fue paseada por el redondel por los miembros de su cuadrilla.
Imbro / Valverde, Vega, Jiménez
Novillos de Fuente Imbro. 2º, 3º, 4º y 5º de mucha calidad; 1º, soso; y el 6º con dificultades. Javier Valverde: silencio y oreja. Salvador Vega: vuelta. César Jiménez: gran ovación y oreja. Plaza de Illumbe, 30 de marzo.
La faena del primer novillo de César Jiménez tuvo mucho mando por encima de todo, tanto con la mano derecha como con la izquierda, el fuerte de su faena radicó, como decimos, en el mando. En su segundo novillo, que tenía más peligro, estuvo muy valiente, temerario, con las dos rodillas en tierra, en tablas y el público se lo agradeció. Realmente estuvo valiente, por encima de la calidad del novillo. Los espectadores sintieron que el muchacho no quería perder la ocasión de ser ganador. Lástima que ese novillo no estuviera por la labor de ayudar al joven espada de 16 años.
La novillada dio de sí mucho más que todas las novilladas previas que llegaron a la final. Tal vez porque los novillos, en general, lucieron el picante del buen encaste. Sí valió la pena acudir a la plaza de Illumbe a ver esta final que no defraudó a nadie.
Finalizó el IV Encuentro Mundial de Novilleros sin grandes asombros. Los participantes han actuado como fieles imitadores de las llamadas figuras del toreo. Y así, su obsesión más recurrente ha consistido en echarse la muleta a la mano diestra para moler a derechazos -por lo general, exentos de ligazón y temple- al público. Si acaso toreaban al natural, lo hacían una vez acabadas las series interminables de derechazos. En cuanto al capote, el surtido ha ido por delantales, lopecinas, tapatías, serpentinas, revoleras y otras superficiales pinturerías. De lancear a la verónica, cargando la suerte, ganando terreno y las manos bajas, de eso nada de nada.
Babelia
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