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Columna
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Una larga agonía

Antonio Elorza

Este fin de semana, el partido de Nueva Izquierda acordará su integración en el PSOE en la forma de una 'fusión colectiva', dirigida, en palabras de sus gestores, a producir 'un valor añadido para la izquierda'. Como advierten los redactores del documento oficial para el congreso donde será aprobada dicha fusión, la misma viene avalada por una prolongada colaboración con el PSOE. De este modo, no sólo acaba NI donde sus adversarios pronosticaron que iba a acabar hace 10 años, sino que llega el punto final de los reiterados intentos de forjar un partido reformador a la izquierda del socialista, que tuvieron su origen hace un cuarto de siglo en el hoy olvidado eurocomunismo.

Vistas las cosas en perspectiva, vale la pena preguntarse si tuvieron sentido los esfuerzos por alumbrar semejante tercera vía dentro de la izquierda, una vez que el PCE procedió a su autodestrucción en 1981-1982 bajo la dirección de Santiago Carrillo. Fracasó entonces el intento de forjar un comunismo democrático a la italiana. La fórmula de Carrillo era más simple y salvaba el fondo estalinista al proponer que la política democrática la hiciera el partido comunista de siempre. Con lo cual se enajenó lógicamente a los prosoviéticos y también a quienes ponían el cambio radical en la organización del partido como objetivo primordial. El predominio del PSOE en el plano electoral y una coyuntura económica que cegó la vía de las reformas hicieron el resto.

A partir de entonces se sucedieron los intentos de mantener encendida la llama del reformismo de extracción comunista. Fue primero la fugaz ARI, pronto orientada hacia el PSOE. Cuatro años más tarde, al calor del referéndum sobre la OTAN surgió Izquierda Unida, llamada en principio a desarrollar la renovación a escala general aupándose sobre el PCE. Cuando se vio que las resistencias iban imponiéndose al cambio, la movilización de la huelga general de 1988 propició que, por iniciativa de Nicolás Sartorius, unos cuantos pusiéramos en marcha el movimiento de independientes de IU. En 1991 pasaron a ser corriente de Nueva Izquierda. Por fin, de nuevo ante el predominio del sectarismo en la dirección de IU y PCE, que la acusaban de submarino del PSOE, la expulsada NI se convirtió en partido.

Ahora bien, ¿se convirtió efectivamente en partido? El desequilibrio inducido en la IU por las expulsiones fue evidente, aunque ni a Anguita ni a Frutos les importase. Pero al menos tuvieron la satisfacción de comprobar que el nuevo partido vinculaba su acción política al PSOE dentro de una relación de fuerzas inevitablemente asimétrica, dándoles así la razón. Los razonamientos del grupo dirigente de NI podían ser muy sugestivos, pero, por muchas simpatías que suscitaran, resultaba poco atractivo iniciar un viaje cuyo punto de destino pudo adivinarse casi de inmediato. Éste fue el principal factor de estrangulamiento de NI. Como les dijo un crítico, creo que Alfonso Guerra, un partido debe medirse en las elecciones para ser tal y el PDNI renunció a ello, incluso en las europeas. La imagen ofrecida hacia el exterior fue entonces la de un grupo que antes o después buscaba para sus dirigentes la inserción en el PSOE y en sus puestos de representación, lo cual tampoco sentó bien entre unos socialistas con cargos menguantes.

Tal vez hubiera sido mejor jugarse ese precario capital intentando, al lado de Iniciativa per Catalunya, dar vida a una formación federal, corta en número, pero con recursos intelectuales, a fin de hacer política con autonomía dentro de unos propósitos de unidad de acción con el PSOE. Para nada está agotado el elenco de cuestiones en que la izquierda puede pensar sin integrarse en el gueto de IU-PCE ni en el desgraciadamente confuso PSOE de hoy. En fin, es dudoso que la fusión suponga un más. Lo que cuenta es el fin de trayecto.

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