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Columna
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Gran oportunidad

Existe una teoría muy manejada en el ambiente futbolístico que bendice el error, pues de su mano trae la polémica, y la polémica siempre es conveniente, aunque sea a costa de la justicia. O sea, de vez en cuando no viene mal un gol legal anulado, un penalti escamoteado, un fuera de juego inventado o dejar que sea el árbitro quien decida cuándo termina un partido. La salsa del fútbol, opinan sin rubor. Hay deportes que no comulgan con estas teorías. El baloncesto tiene grandes problemas, pero de lo que puede presumir es de contar con un reglamento en constante evolución con el objetivo de hacer el juego más atractivo y también más justo, por lo que no deja de buscar apoyos humanos y tecnológicos que limiten en lo posible los fallos. Por esta razón se pusieron décimas de segundo al reloj, una potente bocina, hay tres árbitros en vez de dos y se utiliza el vídeo en ciertas ocasiones. Lo que choca frontal y filosóficamente con acontecimientos como el de Atenas. Y por ello debe ser rectificado.

La Euroliga nació con una vocación de modernidad; con la intención, entre otras cosas, de dejar a un lado interesados comportamientos de la FIBA, como su sumisión a Grecia, sus equipos y su dinero. Ahora tiene que demostrarlo. Estamos, pues, ante uno de esos momentos que deben marcar un punto y aparte. De nuevo acariciamos la esperanza de que un error humano flagrante, indiscutible y tambien inexcusable pueda ser reparado. Que un equipo, en este caso el Tau, no pague la (siendo cariñosos) incompetencia de un árbitro y la falta de autoridad de un delegado de mesa, acongojados ambos por la presión. Que en una situación tan evidente no prevalezca la subjetividad de una persona con la objetividad de un reloj, una bocina y unas imágenes televisivas que no admiten interpretaciones. El Tau ganó el partido, y no es una opinión, sino un dato irrefutable. Todo lo que no sea devolverle lo que ha ganado dejará maltrecha la competición, además de devolvernos a la edad de piedra y al reloj de arena.

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