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Columna
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No era eso

Santiago Segurola

Después de tres años, la selección ha llegado al punto donde la dejó Clemente. El partido de Francia dejó un resultado alentador y un juego deprimente, si por juego se puede entender el pestiño táctico que presidió el partido de principio a fin. Cuando se hizo cargo del equipo, Camacho anunció que España tendría el protagonismo en los partidos que le había faltado en la etapa anterior. Dicho y hecho: la selección se lanzó a una aventura que ilusionó a los aficionados como ninguna otra en mucho tiempo. Tuvo osadía frente a los pequeños y los grandes, en ocasiones por encima de sus limitaciones, lo que contribuyó a aumentar la consideración por el equipo y el hombre que lo conducía. Con optimismo y el máximo posible de creatividad, España se enfrentó a Rusia, Italia (dos veces), Brasil y Argentina. Ganó, empató y perdió, pero no hubo reproches. Al contrario, la gente se sentía satisfecha con la propuesta que había terminado con la piedra de fútbol que proponía Clemente.

La desilusión de la Eurocopa se debió a la distancia entre las expectativas creadas y el puesto conseguido. Vistos de cerca, había algunos equipos superiores a España en talento puro y condiciones físicas. Sin embargo, España jugó como si fuera el campeón del mundo, a pesar de la dimisión de varios jugadores: Fran, Aranzabal, Valerón, Etxeberria, por citar a aquellos que claramente se vieron superados por la importancia del torneo. Tampoco ayudó el precario estado de Raúl -machacado por los dolores- y la ausencia de Morientes. En cualquier caso, en ese equipo se reconocían los valores que han distinguido a la Liga española durante la última década. Se trataba de una selección generosa y atrevida, menos consciente de sus carencias que de brindar una alternativa al tacticisimo y la especulación. Junto a Holanda, pero con un vuelo más corto por la menor calidad de sus jugadores, representaba un soplo de aire fresco.

Hubo un tiempo en que los clubes españoles escucharon las mismas críticas que entonces recibió la selección. No podían ganar a nadie, no estaban en disposición de hacer frente a los equipos italianos, era una vía muerta. Entrenadores como Clemente descalificaban el modelo español y tachaban de ilusos o perturbados a los defensores de la heterodoxia. Ninguno fue más castigado que Cruyff, especialmente tras la derrota frente al Milan en la final de la Copa de Europa de 1994. Ahora parece que nunca tronaron los cañones, pero la realidad es que las andanadas fueron masivas y terribles. Sin embargo, los equipos españoles perseveraron en su línea por alguna extraña razón. No se acomplejaron, no pidieron perdón, no aceptaron el pensamiento único, se resistieron a dar el peñazo. Decidieron representar todo aquello que se cercenaba en la selección de Clemente.

Fuera de filias y fobias, Clemente nunca fue del agrado de los aficionados. Por razones de cultura, su fútbol resultaba antipático, las cosas como son. Nunca tuvo los mejores jugadores del mundo, pero a la gente le importaba menos eso que su terquedad en convertir los partidos en un asunto muy feo, de una pesadez indigesta, la misma que nos espera como se reproduzca el mensaje que envió Camacho ante Francia. Por mucho que el resultado distraiga de la realidad, lo cierto es que España jugó como en tiempos de Clemente, abandonando definitivamente el protagonismo que un día reivindicó el actual seleccionador. Mucha defensa, muchas patadas y mucho balón frontal a Morientes.

La victoria no garantiza nada, excepto el aburrimiento. Tampoco asegura -ni de lejos- una nueva victoria ante Francia por esa vía. Es cierto que los franceses -otro ejemplo de racanería premeditada que merece la misma suerte que la sufrida por los italianos- disponen de más y mejores jugadores que España, pero eso ya lo sabíamos en la Eurocopa 96, cuando Clemente alineó a Alkorta en el centro del campo, con la escandalera de rigor. España no perdió aquel partido, pero eso importó poco. La cuestión estaba en las maneras, en el rechazo frontal al fútbol como materia atractiva. Eso se dijo entonces, y con razón. Lo mismo debería decirse ahora. La realidad es que en Valencia la distancia entre la selección francesa y la española fue mucho mayor que en la Eurocopa, por mucho que el resultado diga otra cosa. España interpretó el papel de equipo pequeño, que era precisamente aquello con lo que Camacho pretendía acabar cuando llegó a la selección. El tipo de fútbol, en fin, que anuncia el regreso al clementismo, exigiéndoselo además a jugadores poco preparados para ello. Para este viaje, mejor elegir a los adecuados: un portero; Manuel Pablo, Abelardo, Hierro, Nadal, Sergi o Luis Enrique; Mendieta, Albelda, Baraja; Raúl y Morientes. Ese equipo garantiza percusión y empate ante cualquiera. Pero esa historia parecía superada, hasta que Camacho hizo fe de clementismo.

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