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LA CRÓNICA
Columna
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Plan hidrológico personal

Estimulado por las declaraciones del presidente José Maria Aznar sobre el Plan Hidrológico Nacional, decido aplicar, siguiendo el criterio gubernamental, mi propio plan hidrológico a escala doméstica. Tiene razón el gran José Mari cuando dice que no necesitamos para nada el agua de los gabachos y que nos basta y nos sobra con redistribuir y administrar nuestro patrio y contaminado líquido elemento.

Al grito de '¡olé tus huevos, José Mari!', tomo las primeras y drásticas decisiones de ámbito personal. Con un par. No te preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregúntate lo que tú puedes hacer por tu país. Primera medida de choque: lavarme todavía menos de lo que históricamente me he venido lavando. Segunda medida de choque: hablar con la vecina que diariamente utiliza más agua para regar sus plantas que la que llevan el Ebro y el Ródano juntos. La conversación, a la que asiste el portero en calidad de fuerza mediadora de pacificación, resulta un fracaso. Mi vecina se cierra en banda. Para rebatir mis argumentos, esgrime la factura de la compañía del agua como si de un arma arrojadiza se tratase y, alzando la voz cual airado y tortosino manifestante, me espeta: 'Cuando consiga entender la factura, quizá me plantee racionar el consumo'.

Decepcionado por la falta de solidaridad interdepartamental y preocupado por una cultura caduca que no ha reflexionado lo suficiente sobre los peligros de una demanda insostenible, reduzco las medidas al ámbito familiar. Se acabó beber agua mineral envasada. A partir de ahora, beberemos vino español, les comunico solemnemente a mis familiares. Más cosas: utilizando pequeños envases reciclables, acumulo y congelo el agua con la que se bañan mis hijos y, mediante un proceso de depuración casera basado en el viejo sistema del filtro calcetín, la reciclo para fregar los platos y el suelo de la cocina.

Al recordar el descontrol hidráulico de otros tiempos me siento avergonzado, casi culpable de la sequía actual, por lo cual me flagelo repetidamente aporreándome la espalda con la fluvial novela de Jesús Moncada Camí de sirga. ¡Cuánta agua despilfarrada en sensuales baños de espuma y otras juergas acuáticas! ¡Cuántos litros desperdiciados sólo para apurar un afeitado tan efímero como esa agua que, descontroladamente, chisporrotea desde los aspersores municipales de los parterres de la ciudad! Sólo con el caudal que, irresponsablemente, he consumido a lo largo de mi vida, podrían llenarse presas y pantanos y saciar la sed de tantos y tantos cultivos secos.

Recordando la teoría de la sociedad del riesgo de Ulrich Beck, me pregunto si será cierto que, como escribió el sociólogo de la Universidad de Murcia Andrés Pedreño, 'la búsqueda de soluciones a los problemas territoriales y ambientales requiere ante todo de escenarios plurales y reflexivos'. Más plural y reflexivo que nuestro presidente, imposible, afirmo. A la luz de su ejemplo, y con nocturnidad y alevosía, rectifico la potencia del agua de todos los grifos instalando una válvula dosificadora en el cuarto de contadores, lo cual reduce considerablemente la presión. El generoso y excesivo chorro de antaño, digno de la manguera de una tanqueta antidisturbios, se convierte en un fino manantial más que suficiente para el uso doméstico. Eso sí: se tarda más en fregar los platos. Aunque quizá haya llegado el momento de plantearnos una nueva cultura de la vajilla y pasarnos, con valentía, a la cubertería sucia o de usar y tirar.

Con la ayuda de un amigo manitas, modifico, a cambio del consiguiente soborno pagado en dinero negro, algunos elementos de la lavadora y consigo que el agua utilizada para lavar la ropa sea recuperada a través de un circuito cerrado y posteriormente depurada para riego de plantas de interior (aunque, pensándolo mejor, tendría que dejarme de romanticismos bucólicos y pasarme definitivamente a las flores de plástico).

Al cabo de unas horas, empiezo a detectar cierta degradación medioambiental. Los platos sucios se acumulan en la cocina y de mi menda lerenda empieza a emanar un tufillo sólo comparable al que producen ciertos reputados académicos. No me desanimo. Quizá consiga la santidad por la vía del olfato. A grandes males, grandes remedios. Se acabaron los baños interminables, y ese fluir de cadenas de retretes que recordaba la banda sonora de los jardines árabes de la Alhambra. Se acabaron aquellas interminables duchas cantando, a grito pelado, el Sólo soy un ser humano, de Joan Baptista Humet. Es tiempo de barreños, cubos y palanganas. Y si hay que prescindir de los cubitos para el whisky, pues se prescinde. Todo sea por la patria. Además, los españoles de verdad sabemos que eso de ponerle cubitos al whisky es una mariconada indigna de nuestro quijotesco país, gobernado por fin por alguien que llama a las cosas por su nombre. Al pan, pan, y al agua, agua.

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