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Columna
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Raimondi

Los cuentos de Hoffman que hemos tenido en el Maestranza han merecido unas críticas de lujo y en su magnífico reparto estaba Ruggero Raimondi, un nombre que nos suena incluso a quienes apenas conocemos nombres de la ópera, por su voz, por supuesto, y por esa forma que tiene de hacerse con todo el escenario, de moverse y llenarlo. Recuerdo su entrada en escena en El barbero de Sevilla, de Carmen Laffón, a grandes pasos, con su gran tamaño vestido de negro y flotando la capa detrás. Lo tuvimos también con el Don Giovanni de Zeffirelli, su gran papel en el teatro y en el cine, y hace bastantes años, en un magnífico seminario de la Menéndez Pelayo que dirigió Víctor Gómez Pin con el título Siviglia, un nombre en la Ópera.

Allí Raimondi, con mucha distancia y lucidez, habló de varios personajes de las óperas relacionadas con Sevilla, entre ellos Carmen y el Don Giovanni de Mozart y Da Ponte por ser la obra de mayor cohesión que había conocido entre las palabras y la música y también por verlo muy de aquí: mientras más conocía Sevilla más se afirmaba en la idea de que Don Giovanni sólo podía ser español y sevillano por la relación entre el personaje y la muerte, 'la muerte mucho más presente que en otros países, con un reclamo siempre constante'. Afirmó también que Don Juan se puede interpretar de mil maneras y todas válidas porque existe en función de los personajes que le rodean y la ambigüedad de las palabras. Todo depende de la lectura y el punto de vista del director de escena, de manera que según como lo sitúe en el escenario y 'según cómo se componga el personaje, es como una forma de psicoanálisis'.

A su modo de ver, en Carmen hay una gran fuerza que podría compararse con la de Don Juan, 'cuando Carmen peca no lo hace por sensualidad, sino tal vez por exceso de amor, un amor que se quema en el momento en que se consuma'. Para Raimondi, ambos, Carmen y Don Juan eligen la libertad como modo de vida, pero Don Juan, además, desafía al más allá. Según Stendhal, el éxito de la obra se debía a que encerraba al amor y al diablo, 'lo más dulce y lo más terrible a los ojos de los hombres'. Yo añado otra diferencia: los hombres de Carmen no tenían el problema de perder la honra.

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