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13 DÍAS DE ABISMO NUCLEAR

La historia de la crisis de los misiles se cuenta en la película a través de Kenneth O'Donnell, papel interpretado por Kevin Costner, pero no se ofrece la visión de lo que ocurría en el Kremlin o en Cuba. O'Donnell era el responsable de los asesores del presidente John Kennedy, cargo que se ha traducido de forma incorrecta como jefe de personal, y que en realidad es un jefe de gabinete y coordinador del grupo de expertos que asesora al presidente, lo que con el escándalo Watergate se denominaría los fontaneros. Como sus mentores, era católico y de origen irlandés, tenía 42 años y había pasado con ellos la mayor parte de su carrera política en el duro trajinar de las campañas electorales, desde conseguir dinero como fuera hasta decidir a qué lugares había que ir, o reservar moteles y proveer al reposo del guerrero.

La participación de O'Donnell en la crisis no fue tan de primer plano como se cuenta en el filme. No decidió nada ni protagonizó el apoyo moral que Costner da a Kennedy, ni llamó por teléfono a los pilotos que sobrevolaron Cuba para darles instrucciones secretas y confortarlos. Esto es una concesión para que los espectadores puedan seguir sin fatiga las dos horas y media que dura la proyección.

La acción comienza con unas escenas familiares de O'Donnell. Cuando esa mañana del 16 de octubre de 1962 llega a su despacho de la Casa Blanca se encuentra con que la crisis ha estallado. El que comunicó en la vida real al presidente Kennedy la existencia de rampas de lanzamiento de cohetes nucleares en Cuba fue su consejero George McBundy, de 43 años, asesor especial para Asuntos de Seguridad.

En las semanas anteriores, y a pesar de los indicios que suministraba el espionaje, Kennedy dio crédito al líder soviético Nikita Jruschov, de 68 años, que le había asegurado, a través de canales no oficiales, que no había embarcado cohetes nucleares para Cuba, sólo armas defensivas. Pero, ante los abrumadores informes que recibía, Kennedy autorizó los vuelos de los aviones espía U-2 el 9 de octubre, que a más de 20.000 metros de altura obtenían fotos de la superficie terrestre. Los aparatos no despegaron hasta cinco días más tarde, debido al mal tiempo en el Caribe. El domingo 14 se revelaron las fotos, se analizaron el lunes 15 y en ellas quedó patente la construcción de instalaciones para los cohetes nucleares. A las diez de la noche de ese mismo día, Bundy recibía en su despacho las pruebas concluyentes. El presidente recibió el aviso en su dormitorio de la Casa Blanca a las nueve de la mañana; era la prueba evidente de que Jruschov se había reído de él con sus falsas promesas.

Jruschov no guardaba un gran aprecio por John Kennedy, al que tenía por un joven inexperto (nacido en 1917), que no había tenido agallas para invadir Cuba en abril de 1961, y sólo había dado luz verde para el chapucero y fallido desembarco en bahía Cochinos de 1.400 exiliados cubanos controlados por la CIA. La entrevista informal que habían mantenido en Viena el 3 y el 4 de junio de aquel año había ahondado en Jruschov esa impresión. El líder soviético, a partir de esa impresión de debilidad, decidió reforzar las defensas de Cuba con la instalación de rampas para cohetes que podían llevar cabezas nucleares, de las que ya había introducido 139 en la isla. En Washington no se conoció este detalle hasta muchos años más tarde. La audaz decisión de Jruschov, además de dar un jaque a los líderes de Washington, pretendía anunciar a todo el mundo que la URSS era también una potencia nuclear. Pero el desequilibrio armamentístico era abismal. Estados Unidos poseía 3.000 cabezas nucleares con 300 rampas de lanzamiento, en tanto que el Kremlin sólo disponía de 250 cabezas y unas 30 rampas lanzadoras.

El 20 de octubre, Kennedy ordenó el bloqueo naval de la isla, aunque pudorosamente lo llamó 'cuarentena'. Se ordenó la máxima alerta en todas las unidades militares, se movilizaron fuerzas muy superiores a las del desembarco en Normandía 18 años antes. Se prepararon 579 cazas para efectuar 1.190 vuelos de combate sólo en las primeras 24 horas de guerra. Cien mil soldados de infantería y 40.000 marines estaban listos. Los bombarderos cargaron armas nucleares, incluidos los de las bases en Europa; entre ellas, la de Torrejón de Ardoz. La CIA calculó que en Cuba habría unos 40.000 militares soviéticos.

Mientras tanto, Washington ocultaba a la opinión pública que los soviéticos no habían puesto en alerta a sus tropas ni en la metrópoli ni en ninguna parte del mundo, lo que indicaba que Jruschov suponía que Kennedy no se atrevería a entrar en acción.

El 22, un John Kennedy solemne, grave y enérgico apareció por televisión ante sus conciudadanos para informar de lo que estaba ocurriendo en Cuba y del embargo naval estadounidense. El martes 23, el bloqueo estaba listo; una veintena de buques soviéticos navegaban por el Atlántico rumbo a la isla. Cuando llegaron a la zona de bloqueo dieron media vuelta y se marcharon. Jruschov había cedido en esto, pero no había desistido de instalar las rampas nucleares, por lo que la situación continuaba siendo gravísima. El día 26, los soviéticos derribaron el U-2 que pilotaba sobre Cuba el comandante Rudolf Anderson, la única víctima mortal de este conflicto. Así se alcanzó el punto culminante de la crisis en lo que se llamó el sábado negro del 27 de octubre.Se sucedieron las iniciativas diplomáticas por los conductos oficiales, tal como se refleja en la película. Pero lo que realmente resolvió la crisis fue la entrevista secreta, a la desesperada, del hermano del presidente, Robert Kennedy, de 37 años, fiscal general, con el embajador soviético Anatoli Dobrynin, en la que al fin pactaron la retirada de los cohetes nucleares de Cuba a cambio de que EE UU, además de respetar el régimen de Castro, hiciera lo mismo con los misiles Júpiter que tenía estacionados en Turquía.

En el filme que ahora se estrena, esta reunión es patrocinada por los ayudantes de Kennedy. Jruschov aseguró a su colega que mantendría en secreto el verdadero pacto. Ambas partes cumplieron.

El domingo 28 de octubre, los estadounidenses informaron al mundo de que los soviéticos se habían vuelto atrás, pero no dijeron nada de la retirada de los cohetes en Turquía, que se desmantelaron poco después, negando tajantemente la Casa Blanca que tuviera algo que ver con la crisis cubana.

Aparentemente, Kennedy había triunfado; en la realidad no había sido así. Jruschov había conseguido nada menos que consolidar el régimen de Castro, mantener una base política y propagandística a las puertas de EE UU y desmantelar los cohetes de Turquía. No obstante, ni en Cuba ni en la URSS reinaba el optimismo. Fidel estaba furioso por lo que consideraba una bajada de pantalones de los rusos. En las calles de La Habana, la gente cantaba 'Nikita, Nikita, lo que se da no se quita'.

Jruschov fue depuesto dos años más tarde. En Washington, aunque los Kennedy habían salvado la cara, su carisma había disminuido, ya no camelaban a los poderes fácticos, que opinaban que ninguno tenía categoría de líder, aunque supieran engatusar a las masas. Ambos fueron asesinados años más tarde. En cuanto a O'Donnell, que por esta época se estaba haciendo rico a costa del dinero recaudado para las campañas electorales, no pudo soportar el fin de sus valedores y falleció prematuramente en 1976. Le hubiera gustado saber que un actor como Kevin Costner le iba a revivir en la pantalla.La historia de la crisis de los misiles se cuenta en la película a través de Kenneth O'Donnell, papel interpretado por Kevin Costner, pero no se ofrece la visión de lo que ocurría en el Kremlin o en Cuba. O'Donnell era el responsable de los asesores del presidente John Kennedy, cargo que se ha traducido de forma incorrecta como jefe de personal, y que en realidad es un jefe de gabinete y coordinador del grupo de expertos que asesora al presidente, lo que con el escándalo Watergate se denominaría los fontaneros. Como sus mentores, era católico y de origen irlandés, tenía 42 años y había pasado con ellos la mayor parte de su carrera política en el duro trajinar de las campañas electorales, desde conseguir dinero como fuera hasta decidir a qué lugares había que ir, o reservar moteles y proveer al reposo del guerrero.

La participación de O'Donnell en la crisis no fue tan de primer plano como se cuenta en el filme. No decidió nada ni protagonizó el apoyo moral que Costner da a Kennedy, ni llamó por teléfono a los pilotos que sobrevolaron Cuba para darles instrucciones secretas y confortarlos. Esto es una concesión para que los espectadores puedan seguir sin fatiga las dos horas y media que dura la proyección.

La acción comienza con unas escenas familiares de O'Donnell. Cuando esa mañana del 16 de octubre de 1962 llega a su despacho de la Casa Blanca se encuentra con que la crisis ha estallado. El que comunicó en la vida real al presidente Kennedy la existencia de rampas de lanzamiento de cohetes nucleares en Cuba fue su consejero George McBundy, de 43 años, asesor especial para Asuntos de Seguridad.

En las semanas anteriores, y a pesar de los indicios que suministraba el espionaje, Kennedy dio crédito al líder soviético Nikita Jruschov, de 68 años, que le había asegurado, a través de canales no oficiales, que no había embarcado cohetes nucleares para Cuba, sólo armas defensivas. Pero, ante los abrumadores informes que recibía, Kennedy autorizó los vuelos de los aviones espía U-2 el 9 de octubre, que a más de 20.000 metros de altura obtenían fotos de la superficie terrestre. Los aparatos no despegaron hasta cinco días más tarde, debido al mal tiempo en el Caribe. El domingo 14 se revelaron las fotos, se analizaron el lunes 15 y en ellas quedó patente la construcción de instalaciones para los cohetes nucleares. A las diez de la noche de ese mismo día, Bundy recibía en su despacho las pruebas concluyentes. El presidente recibió el aviso en su dormitorio de la Casa Blanca a las nueve de la mañana; era la prueba evidente de que Jruschov se había reído de él con sus falsas promesas.

Jruschov no guardaba un gran aprecio por John Kennedy, al que tenía por un joven inexperto (nacido en 1917), que no había tenido agallas para invadir Cuba en abril de 1961, y sólo había dado luz verde para el chapucero y fallido desembarco en bahía Cochinos de 1.400 exiliados cubanos controlados por la CIA. La entrevista informal que habían mantenido en Viena el 3 y el 4 de junio de aquel año había ahondado en Jruschov esa impresión. El líder soviético, a partir de esa impresión de debilidad, decidió reforzar las defensas de Cuba con la instalación de rampas para cohetes que podían llevar cabezas nucleares, de las que ya había introducido 139 en la isla. En Washington no se conoció este detalle hasta muchos años más tarde. La audaz decisión de Jruschov, además de dar un jaque a los líderes de Washington, pretendía anunciar a todo el mundo que la URSS era también una potencia nuclear. Pero el desequilibrio armamentístico era abismal. Estados Unidos poseía 3.000 cabezas nucleares con 300 rampas de lanzamiento, en tanto que el Kremlin sólo disponía de 250 cabezas y unas 30 rampas lanzadoras.

El 20 de octubre, Kennedy ordenó el bloqueo naval de la isla, aunque pudorosamente lo llamó 'cuarentena'. Se ordenó la máxima alerta en todas las unidades militares, se movilizaron fuerzas muy superiores a las del desembarco en Normandía 18 años antes. Se prepararon 579 cazas para efectuar 1.190 vuelos de combate sólo en las primeras 24 horas de guerra. Cien mil soldados de infantería y 40.000 marines estaban listos. Los bombarderos cargaron armas nucleares, incluidos los de las bases en Europa; entre ellas, la de Torrejón de Ardoz. La CIA calculó que en Cuba habría unos 40.000 militares soviéticos.

Mientras tanto, Washington ocultaba a la opinión pública que los soviéticos no habían puesto en alerta a sus tropas ni en la metrópoli ni en ninguna parte del mundo, lo que indicaba que Jruschov suponía que Kennedy no se atrevería a entrar en acción.

El 22, un John Kennedy solemne, grave y enérgico apareció por televisión ante sus conciudadanos para informar de lo que estaba ocurriendo en Cuba y del embargo naval estadounidense. El martes 23, el bloqueo estaba listo; una veintena de buques soviéticos navegaban por el Atlántico rumbo a la isla. Cuando llegaron a la zona de bloqueo dieron media vuelta y se marcharon. Jruschov había cedido en esto, pero no había desistido de instalar las rampas nucleares, por lo que la situación continuaba siendo gravísima. El día 26, los soviéticos derribaron el U-2 que pilotaba sobre Cuba el comandante Rudolf Anderson, la única víctima mortal de este conflicto. Así se alcanzó el punto culminante de la crisis en lo que se llamó el sábado negro del 27 de octubre.Se sucedieron las iniciativas diplomáticas por los conductos oficiales, tal como se refleja en la película. Pero lo que realmente resolvió la crisis fue la entrevista secreta, a la desesperada, del hermano del presidente, Robert Kennedy, de 37 años, fiscal general, con el embajador soviético Anatoli Dobrynin, en la que al fin pactaron la retirada de los cohetes nucleares de Cuba a cambio de que EE UU, además de respetar el régimen de Castro, hiciera lo mismo con los misiles Júpiter que tenía estacionados en Turquía.

En el filme que ahora se estrena, esta reunión es patrocinada por los ayudantes de Kennedy. Jruschov aseguró a su colega que mantendría en secreto el verdadero pacto. Ambas partes cumplieron.

El domingo 28 de octubre, los estadounidenses informaron al mundo de que los soviéticos se habían vuelto atrás, pero no dijeron nada de la retirada de los cohetes en Turquía, que se desmantelaron poco después, negando tajantemente la Casa Blanca que tuviera algo que ver con la crisis cubana.

Aparentemente, Kennedy había triunfado; en la realidad no había sido así. Jruschov había conseguido nada menos que consolidar el régimen de Castro, mantener una base política y propagandística a las puertas de EE UU y desmantelar los cohetes de Turquía. No obstante, ni en Cuba ni en la URSS reinaba el optimismo. Fidel estaba furioso por lo que consideraba una bajada de pantalones de los rusos. En las calles de La Habana, la gente cantaba 'Nikita, Nikita, lo que se da no se quita'.

Jruschov fue depuesto dos años más tarde. En Washington, aunque los Kennedy habían salvado la cara, su carisma había disminuido, ya no camelaban a los poderes fácticos, que opinaban que ninguno tenía categoría de líder, aunque supieran engatusar a las masas. Ambos fueron asesinados años más tarde. En cuanto a O'Donnell, que por esta época se estaba haciendo rico a costa del dinero recaudado para las campañas electorales, no pudo soportar el fin de sus valedores y falleció prematuramente en 1976. Le hubiera gustado saber que un actor como Kevin Costner le iba a revivir en la pantalla.

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