A la mar
Los fragmentos que quedaban de la estación espacial Mir tras su paso por la atmósfera se precipitaron ayer sobre el Pacífico sur. Concluía así la larga temporada de 15 años orbitando alrededor de la Tierra, a unos 400 kilómetros de la superficie. A pesar de sus recientes problemas, el resultado de esos tres lustros es muy positivo. Concebida para permanecer cinco años en órbita, fue lanzada por la Unión Soviética como parte de su vigoroso programa espacial y sobrevivió a las profundas mutaciones que disgregaron su país de origen, desarrolló un programa experimental que ha permitido disponer de valiosa información sobre procesos biológicos o tecnológicos en condiciones de microgravedad y ha propiciado la colaboración internacional en el espacio. Sin ella no habría podido diseñarse la Estación Espacial Internacional (ISS), cuyos primeros módulos están ya en órbita.
Las penurias sufridas durante los momentos más complicados del final de la URSS y las dificultades para mantener la estación en funcionamiento han sido vividas por los ciudadanos rusos como la prueba de que habían perdido la situación de superpotencia en competencia con EE UU. Que, a pesar de todo, haya cumplido su misión y superado con creces sus objetivos es también prueba de que Rusia sigue poseyendo una notable riqueza en ciencia y tecnología, así como un excelente plantel de investigadores e ingenieros. La prueba final, la de su salida de la órbita para penetrar en la atmósfera de forma controlada e ir a caer sobre una región desierta del océano, ha sido superada con éxito. Ahora cabe esperar que los conocimientos adquiridos gracias a la Mir se desarrollen y amplíen en la ISS.
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