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Columna
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Melitón, mártir

Una sociedad o un individuo puede precipitarse en el imperio de los miedos, por un estrépito, una condecoración o quién sabe qué otros sobresaltos de la historia y del sistema nervioso. Cuando una riada de adrenalina, glucosa y glóbulos rojos se vierte en el caudal de la sangre, y se desquician el colon y los pulsos, la víctima ya está preparada para el festín. El efecto perturbador se alimenta del silencio, del conformismo y de la abdicación de toda ideología, de todo principio. En esas condiciones de sumisión, la materia colectiva o personal se puede manipular con impunidad y menosprecio: cautivo y desarmado el rebaño, su memoria se ha consumido. A partir de ahí, el elenco del poder se entrega a una viscosa ceremonia: legisla contra los derechos fundamentales, destripa al que va de extranjis, y decora la pechera del verdugo con una medalla de latón. Es el frenesí del elogio: desde unas apariencias democráticas, con amor, al triunfal retablo de la violencia. Y tanto y tan repugnante espectáculo, patrocinado por la autoridad, parecía que si algo levantaba no era más que indiferencia, estupor y alguna solitaria condena ética. Pero en las acerías donde se templan las armas de la nueva conciencia crítica, se templaba también la respuesta. Un desafío tan descarado a la razón no podía quedar en el olvido: indemnizar y enaltecer un modelo de torturador de la dictadura franquista y sayón del fascismo, salpica de inmundicias no sólo a quien pretende justificar el disparate, sino a cuantos lo silencian. Y era un espanto al que había que meter en cintura y conducirlo ante jueces y legisladores. Investir a Melitón de honorable ciudadano constituye un agravio a las víctimas del terrorismo y una ofensa a las libertades y derechos, que reventó a patadas, con una ferocidad y una afición inauditas. Para eso, bien podían haberlo facturado en las abultadas alforjas de las recientes beatificaciones. En Roma, el Santo Padre no hubiera tenido empacho alguno en afiliar al Santoral, una paradoja atroz: Melitón, verdugo y mártir. Y más de uno ya andaría musitándole jaculatorias. Aún hay mucho devoto de los tormentos.

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