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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Ahorros virtuales, deudas reales

El 20 y 21 de junio de 1999 nos reunimos en Washington DC para hablar del Diálogo Euroamericano, concebido por nuestra parte como una relación triangular que conectara Europa con el norte y el sur del continente americano. Los aspectos económicos, financieros y políticos de esta relación, en la nueva economía de la información, llenaron una buena parte del debate entre líderes políticos, responsables de organismos financieros y universitarios.

El número dos de la Reserva Federal de EEUU (Fed) explicaba la necesidad del relevo europeo para sustituir a la locomotora norteamericana, que necesitaba disminuir su marcha. No tenían esperanza en las posibilidades de que Japón, sumido en una crisis profunda de difícil definición, según los parámetros habituales, jugara un papel relevante en esta operación.

Si consideramos que estos tres espacios económicos sumaban, y suman, casi las dos terceras partes de producto bruto mundial, un previsible descenso en el crecimiento de EE UU sólo podría ser compensado por un mayor crecimiento en el área de la Unión Europea.

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El representante de la Fed seguía la estela de su jefe, Alan Greenspan, buscando el aterrizaje suave de la economía americana, conscientes ambos de que no podía mantenerse indefinidamente la situación de ahorro negativo que se inició en el otoño del 97, alimentada por la 'exuberancia de los mercados de valores'. Se reía divertido cuando le conté una historia de aterrizajes que circulaba por Andalucía.

'Comandante, ¿vamos a tomar tierra?', preguntaba un pasajero. 'No, querido amigo. ¡Nos vamos a hartar!', respondió el piloto. No nos pasará algo así, le dije, en presencia de Enrique Iglesias, presidente del BID.

Ha pasado más tiempo del previsible en aquel momento. Greenspan, el mago, ha hecho esfuerzos denodados para enfriar un crecimiento que veía excesivo, con unos valores bursátiles a los que no encontraba explicación razonable. Pero cuando ha llegado el momento de aterrizar no parece que la suavidad sea la pretendida y el piloto está anunciando que nos vamos a hartar de tierra.

Almorcé esta semana con un amigo, responsable de una de las mejores empresas de la nueva economía que tenemos. La casualidad quiso que fuera el mismo que encontré, después de muchos años sin verlo, en el aeropuerto de Nueva York, en el viaje de vuelta a Madrid, tras la celebración del seminario al que he hecho referencia.

Repasamos la situación actual. Él mencionó conversaciones posteriores a este viaje en las que le había expresado mi preocupación por los acontecimientos no visibles tras la exagerada propaganda oficial sobre la bonanza económica.

No he creído posible el sostenimiento de un crecimiento de la magnitud del vivido por Estados Unidos durante casi una década, a partir del momento en que el país gastaba, consumía, mucho más de lo que producía. Por eso me parecía, y me parece, que Greenspan tenía razón en su propósito de enfriar la economía americana, intentando llevarla a una senda más sostenible y equilibrada.

La sugerencia de que la Unión Europea tomara el relevo me pareció imposible. Por el contrario, creo que Europa va a ser arrastrada a la recesión por Estados Unidos, igual que ha sido llevada por la estela de su crecimiento en los últimos años. Ésa fue entonces mi respuesta a la sugerencia del número dos de la Fed.

Les contaba entonces, cuando el euro no había entrado en la caída en picado que hemos conocido, que la Unión Europea no tenía coordinación entre las políticas monetarias y las políticas económicas que le permitiera un despegue autónomo. La Unión Monetaria se ha olvidado de la otra gran pata del Tratado de Maastricht, la Unión Económica, y ni presupuestaria ni fiscalmente tiene el mínimo de masa crítica armonizada para poder jugar la baza del crecimiento, como lo ha hecho la Reserva Federal y el Gobierno USA. Obviamente, tampoco la tiene para adoptar medidas anticíclicas como las emprendidas ahora por los actores norteamericanos, en materia fiscal o en materia de tipos de interés.

Por tanto, tenemos poca esperanza de no ser arrastrados por la crisis de Estados Unidos. Si Wall Street sigue cayendo en los valores tecnológicos y en los otros, las bolsas europeas seguirán la tendencia. Poco importa que, en este momento, los datos de crecimiento de uno y otro espacio económico sean muy diferentes a favor de Europa.

De manera que:

Si Japón no ofrece perspectivas de aclarar sus problemas críticos estructurales, más bien la amenaza de hundimiento del sistema financiero privado, a pesar de disponer el país de tasas de ahorro enormes, apunta a un agravamiento de la crisis.

Si la Unión Europea no tiene margen, como tal, para unas políticas autónomas de tipos de interés y fiscales, porque no hay acompañamiento presupuestario posible con un 1% del PIB y sin coordinación entre los 11 (aún menos entre los 15) y la fijación de tipos va a depender de las zonas con menos éxito en la inflación -como España-, no de las que tienen los precios bajo control y necesitarían tipos bajos para animar la actividad.

Si los Estados Unidos no parecen conseguir el propósito de restablecer la confianza con la inteligente combinación de bajada de tipos y devolución de liquidez a través de los impuestos. Incluso con la inyección keynesiana de gasto en la guerra de las galaxias.

Si todo esto es así, un proceso de recesión puede estar en marcha, si no está ya servido. Las discusiones sobre si los ciclos han desaparecido o no se volverán tan agudas como triviales en sus consecuencias si una nueva recesión, corta y profunda, o más larga y de consecuencias más graves, hace acto de presencia entre nosotros.

Cuando se oye por todas partes que es exagerada la reacción que se está produciendo o que las cosas no justifican esta sensación que se vive en los mercados bursátiles, sobre todo después de anunciar reiteradamente que la bonanza va para largo y que no hay problemas, el mensaje políticamente correcto se vuelve increíble y la preocupación aumenta.

El problema, sin embargo, no está en la nueva economía, ni en la irrupción de la revolución tecnológica en todo el sistema productivo, ni en las relaciones industriales o en las nuevas formas de comercialización. Todo eso terminará imponiéndose en el cambio civilizatorio que nos lleva de la economía industrial a la informacional, en el cambio de era que está alterando a marchas forzadas las relaciones de comunicación entre los seres humanos. Ni siquiera es grave que haya ajustes en esa nueva economía, para ir depurando y diferenciando los proyectos viables y con contenidos de los puros pelotazos.

El problema es que no haya capacidad para discernir entre lo uno y lo otro. Que nos hayamos desplazado del ahorro real al virtual, mientras permanecemos en la más pura, e inevitable, ortodoxia de las deudas reales.

¿Cuánta gente ha tomado sus decisiones de inversión, de gasto, de consumo, pensando en su ahorro bursátil? Créditos para casa, coche o vacaciones, cuando no compra de valores de moda, han endeudado a millones de ciudadanos.

Quien adquirió esos compromisos con bajos tipos de interés, respaldado por una buena o espectacular evolución de su cartera de valores, se encuentra ahora con tipos de interés más altos que los del momento en que se endeudó, mientras que sus valores se han reducido a la mitad o a menos de la mitad.

No es la economía virtual la que nos lleva a la recesión, sino la consideración del ahorro en bolsa como real, al mismo nivel que las deudas que se contraen. El ahorro virtual ha entrado en línea de colisión con la deuda real. Millones de ciudadanos se sienten atrapados y sin explicación. La confianza en la nueva economía tardará en recuperarse, y creer que podemos volver a la vieja economía es ahistórico y puede ahondar la crisis que se nos viene encima.

En España, el ahorro en bolsa se ha convertido en moda para millones de personas con poca capacidad de análisis y confiadas en un mercado que no ofrece la transparencia y las garantías necesarias de información para tomar decisiones consistentes. En dos años hemos pasado de la exaltación de la modernización del ahorro a la advertencia displicente de que la bolsa en un riesgo.

Junto a ello, los discursos sobre la nueva economía, la revolución tecnológica, la liberalización, no han estado acompañados de una política tecnológica, ni de competitividad para mejorar los precios. La bonanza se ha vivido con bajos salarios, descenso de la productividad por persona ocupada, debates equivocados sobre la flexibilidad del sistema de relaciones industriales e inflación fuera de control.

Ahora no se quiere reconocer que la situación ha cambiado, sin haber aprovechado la bonanza para las reformas estructurales que necesitaba la economía. El desconcierto de los ahorradores irá en aumento y nuestra única variable de ajuste será el empleo.

Felipe González es ex presidente del Gobierno español.

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