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Columna
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Divorcio entre sociedad y política

Los procesos electorales son, cada vez más, ritos de legitimación de un sistema y de sus actores centrales -los grandes partidos políticos y sus periferias-, a los que su posible alternancia en el poder confiere la credibilidad que les niega la igualdad de sus maneras y la semejanza de sus programas. La diferencia entre los regímenes de partido único y los sistemas de clase política única -los de las democracias actuales, agarrotadas por esa absoluta coincidencia de ideologías y de propósitos que llamamos consenso- ya no es de naturaleza, sino de grado. La variación en unos decimales o en unos pocos puntos en el porcentaje de votos obtenidos por unos y por otros en casi nada afecta al rumbo político de la comunidad y por ello sólo es relevante para los profesionales de la política. Pero esta insignificancia de los resultados no impide que estos procesos actúen como un sismógrafo capaz de alertarnos sobre las modificaciones que se están produciendo en profundidad.

Por eso, con independencia de que la segunda vuelta de las elecciones municipales francesas, que tendrá lugar mañana, confirme o atenúe -más probablemente lo segundo- la ligera oscilación hacia la izquierda en las ciudades de París, Lyón y Toulouse, que además no modificará la estabilidad de base del mapa electoral de Francia, lo que éstas corroboran es el anunciado divorcio entre política y sociedad. Comenzando con la abstención, que en la primera vuelta ha llegado al 38% y que, promediando las diversas consultas electorales francesas, ha crecido en un punto por año durante los últimos veinte. Rechazo al voto que ha venido acompañado del absoluto desinterés por la vida pública que manifiestan todos los otros indicadores de participación política. Para poner un solo ejemplo, el gran debate político de la campaña -el de los dos principales candidatos a la alcaldía de París, el gaullista Seguin y el socialista Delanoé- apenas logró congregar a dos millones de telespectadores y fue uno de los menos seguidos de esa franja horaria.

Ese rechazo general es respuesta a la práctica endógena de los políticos. La política se segrega de la sociedad, se enclaustra en su reducto corporativo -los partidos- y en él, apoyada en sus aparatos y de la mano de sus líderes, impone sus valores y pautas. Por eso, la legitimación ciudadana de la corrupción, que supone el que actores políticos procesados y en algunos casos condenados por sus prácticas corruptas hayan sido gloriosamente reelegidos y sean considerados como casi héroes por sus partidarios y electores más cercanos, no delata sólo una banalización de la corrupción, sino el primado de unos principios y de unos objetivos que nada tienen que ver con la moral ciudadana. El bochornoso espectáculo que ha dado la dividida derecha parisina con sus mutuas descalificaciones públicas y sus simultáneos cambalaches de listas y componendas de trastienda ha sido de náusea, sin que en varios casos los comportamientos de la izquierda le hayan ido a la zaga.

Por lo demás, evacuados los temas más conflictivos -paro, exclusión social, crisis de la democracia, inmigración, etcétera-, la contienda electoral se ha centrado en el socorrido tema de la seguridad en el que izquierda y derecha han acercado tanto sus posiciones que ahora son casi indistinguibles. Jospin ha hecho suya la opción represiva propia de la derecha, prometiendo reforzar las medidas de control y aumentar los efectivos policiales, y la derecha se ha abierto a una política de reducción de las causas sociales de los crímenes y delitos. Tal vez por todo ello las opciones que parecen en ruptura con la política convencional y que se escoran hacia la sociedad son las que están saliendo mejor paradas. Los Verdes en casi todas partes, la categoría social de los llamados bobos -anagrama de burguesía bohemia que están muy próximos a lo que fue la gauche divine en nuestra transición-; el grupo de los Motivado(a)s en Toulouse, inspirado en el conjunto musical Zebda; y en general quienes -personas y organizaciones- se sitúan al margen de la política al uso y de las formaciones dominantes. ¿Lograrán todos estos surgimientos agregarse a tantos otros que, en muy diversos contextos, apuntan a ese horizonte en el que se reencuentran sociedad y política y en el que la riqueza convive con la justicia y la solidaridad?

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