Málaga celebra su trofeo
Los malagueños convierten la fase final de la Copa del Rey de baloncesto en motivo de fiesta
Unos 300 aficionados de Fuenlabrada y Estudiantes ya están de vuelta en Madrid. La Copa del Rey de Baloncesto es una fiesta que cada uno vive según le va, y a los dos equipos madrileños les ha tocado esta vez una severa derrota (fueron vapuleados en cuartos de final por Barcelona y Pamesa de Valencia, respectivamente) que ha privado a sus seguidores de pasar un fin de semana en Málaga. Durante muchas jornadas la afición vive la ilusión de la clasificación de su equipo, marca la fecha en el calendario, hace planes con el destino elegido ese año por la ACB, quizá algún esfuerzo económico, pero no tiene nada garantizado. Al final todo queda encomendado a la suerte o el acierto de sus ídolos.
Los valencianos en cambio, unos 300, permanecen en la Costa del Sol jaleosos. Incansables con el tambor, sueñan con prender el domingo, víspera de La Cremá, una traca que anuncie el triunfo se su equipo, como en 1998. Ellos sí tienen al menos garantizado el derecho de permanencia hasta la tarde del sábado.
Málaga se ha volcado en la celebración de la fase final de la Copa del Rey, la que no tuvo el año pasado porque quienes diseñaron y dirigieron las obras del Palacio de los Deportes no consideraron suficientemente los movimientos del subsuelo, un terreno muy arcilloso junto al delta del Guadalhorce. El nuevo pabellón, reclamado insistentemente por la afición durante años -fue prometido como prioritario en mayo de 1995, cuando Unicaja jugó la final de la liga ACB-, duró abierto dos partidos. Era septiembre de 1999 y la mitad de los socios de Unicaja tuvieron que darse de baja porque no cabían en el vetusto Ciudad Jardín, y la Copa de Málaga acabó jugándose en Vitoria.
Tanto sufrimiento, tanto tesón, explica porque la ciudad celebra como una fiesta una competición que parece tan rutinaria, que se repite cada año y en la que siempre son fijos al menos cinco de los ocho equipos que la disputan. 'Celebrar aquí la Copa es un reconocimiento, un premio a una de las aficiones más numerosa, animosa y fieles de España, es como ponerla en el mapa', asegura un ex jugador de Unicaja.
Si algo es nuevo en esta edición es el convencimiento de que este año sí, Unicaja está en condiciones de disputarla, de conseguir su primer título oficial, el objetivo que desde aquella final de 1995 se persigue como un necesario paso de madurez.
Y eso llena la ciudad de ilusión. 'Los jugadores son reconocidos y saludados por la calle, reciben ánimos de todos, hay un respaldo muy grande y el ambiente irá creciendo si conseguimos avanzar', asegura el relaciones públicas de Unicaja, José Carlos Gaspar.
Hay agoreros que recuerdan que siempre Unicaja se arruga en los momentos decisivos, como en 1996 en Murcia, cuando en los pronósticos figuraba como uno de los favoritos y cayó a las primeras de cambio con el anfitrión, o como en la final de la Copa Korac del año pasado, en la que encajó un palizón en Limoges.
Con prudencia e ilusión, la afición de Málaga afrontó el partido de anoche con el Real Madrid. 'Si ganamos, viviremos momentos tan bonitos como los de 1995', advertía antes del choque Gaspar.
Sea cual sea la suerte del equipo, Málaga garantiza un ambiente excelente siempre que hay un partido de baloncesto en juego. Durante muchos años, esta ciudad otorgó a su equipo de basket su principal identidad deportiva, y aun con el Málaga en Primera División, Unicaja cuanta con 8.500 abonados, más que ningún otro club de baloncesto en España.
Sea cual sea la suerte del equipo, la ciudad de Málaga ganará autoestima, además de un negocio nada desestimable. Se calcula que el evento dejará en la ciudad unos ingresos aproximados de 3.500 millones de pesetas. El presidente de la patronal hotelera de la Costa del Sol, Miguel Sánchez, reconoce que los hoteles de la capital y de ciudades próximas como Torremolinos y Benalmádena están al completo, y aún así destaca como principal conclusión el imponderable de que los malagueños, poco acostumbrados a acoger acontecimientos significados, sepan que pueden organizarlos y acogerlos.
Haga lo que haga Unicaja, la ciudad reivindica el derecho a vivir la Copa del Rey como una fiesta. Ya lo demostró en la primera jornada, en la que si hubo cierta frialdad en la grada fue por las amplísimas diferencias en el marcador que se produjeron en los dos partidos celebrados y que restaron al baloncesto uno de sus ingredientes más genuinos, la emoción.
Ayer, varias decenas de seguidores se concentraron en los alrededores del pabellón José María Martín Carpena para arropar a sus jugadores cuando iban a entrenar. Nadie lo duda: Los malagueños permanecen colgados del aro.
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