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ERC: entre el mito y la realidad

Francesc de Carreras

Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) celebra este fin de semana su congreso número 23, que coincide con el 70º aniversario de su fundación. Para entender a ERC hay que distinguir claramente entre su realidad actual y su mito histórico.

Empecemos por lo segundo. ERC fue fundada el 17 y el 18 de marzo de 1931, cuatro semanas antes de proclamarse la II República y de ser investido Francesc Macià como presidente de la Generalitat provisional. Fue un partido, por tanto, de éxito inmediato y rotundo, eje vertebral de la política y de la sociedad catalana hasta 1939. Pero ni tuvo una real continuidad hasta la época de la transición política, ni el partido que surgió entonces de la mano de Heribert Barrera con idénticas siglas era semejante al del periodo republicano. Éstos son los dos mitos que han acompañado a ERC hasta hoy.

Respecto a la continuidad, se puede siempre alegar que algún grupo de personas se había declarado siempre heredero del partido de los años treinta, lo cual es indudablemente cierto. Pero también lo es que, más allá de estos grupos -dispersos, en el exilio y, con frecuencia, peleados entre sí-, su presencia real en la Cataluña del franquismo y su participación en la lucha antifranquista del interior fue, por lo menos desde 1960, inexistente. Había en aquellos tiempos partidos que, más o menos, invocaban la tradición de Esquerra: por ejemplo, el Front Nacional de Catalunya, presente en la Universidad de la década de los sesenta y en la vida intelectual catalana, muy combativo en la Assemblea de Catalunya en los años setenta. De los jóvenes radicales del Front nació el PSAN, también muy activo en los años anteriores a la muerte de Franco. Andreu Abelló tenía su pequeño partido -prácticamente cabía en su despacho del paseo de Gràcia- hasta que se integró en el PSC. Trias Fargas también fundó el suyo -en el servicio de estudios del Banco Urquijo, muy cerca del anterior-, que más tarde sería absorbido por Convergència.

Todos estos partidos buscaban ser los herederos de la Esquerra de Macià y Francesc Companys y eran más o menos activos en las filas del antifranquismo del interior, pero eran muy distintos entre sí y ninguno se llamaba ERC. Probablemente, estas siglas seguían controladas desde el exterior por Tarradellas y por tanto, siguiendo las directrices del que sería en 1977 presidente de la Generalitat provisional, sin actividad ninguna en el interior. El mismo Heribert Barrera formaba parte -hasta que se decidió a encabezar la nueva ERC, ya en el periodo de la transición política- de otro partido, el Reagrupament Socialista, dirigido por Josep Pallach, que se disolvió al poco tiempo de la muerte de éste. Por tanto, ERC se improvisó en 1977 diciendo que era la continuidad de la Esquerra de la época republicana, pero había desaparecido de la actividad política catalana desde mucho tiempo antes. También hizo lo propio la Lliga Catalana, aunque con nulo éxito en las primeras elecciones democráticas.

A su vez, el partido que formó Barrera en aquellos años era muy distinto del de los años treinta. Probablemente, repetir la primera ERC era cosa imposible ya que, más que un partido, era una coalición electoral de grupos y tendencias que 40 años después ya no existían. Barrera recogió cierta sensibilidad republicana y nacionalista que no tenía cabida clara en la Convergència de Jordi Pujol, menos aún en la Unió Democràtica de Coll i Alentorn y tampoco en el PSC, ya en la lógica del PSOE, de cuya fuerza obtuvo los votos. En conclusión, ni ERC como partido tuvo presencia en las luchas antifranquistas de los últimos años de la dictadura ni la Esquerra de Barrera tenía mucho que ver con el partido original.

No obstante, con cambios y crisis más que notables, el partido de 1977 ha durado hasta hoy y, en estos momentos, parece ser una fuerza política consolidada y con prestigio creciente. Ahora bien, el congreso de este fin de semana debe confirmar si la línea que preconiza Josep Lluís Carod Rovira es la dominante, lo cual no es totalmente seguro. Carod propugna un nacionalismo no identitario, de factura moderna y abierto al conjunto de la sociedad catalana. 'La nación es la gente, son las personas, me da igual dónde hayan nacido, la lengua que hablen en su casa y cuál sea su apellido', ha dicho recientemente. La independencia la sitúa en un horizonte no inmediato; antes quiere demostrar que ERC es un partido de gobierno y se muestra decidido a entrar en el de la Generalitat, sea con CiU, con el PSC o con los dos.

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La apuesta de Carod es sugestiva, pero arriesgada. En su propio partido no todos piensan lo mismo. Eso se ha hecho evidente en la reacción a los conflictivos textos sobre la inmigración del reciente libro de Barrera. La primera declaración de Josep Huguet mostraba un claro acuerdo con Barrera, a excepción de lo referente a Jörg Haider. La réplica de Carod fue, en cambio, de un claro desmarque respecto al antiguo líder. Pero no sólo es arriesgada la posición de Carod respecto a sus compañeros de partido, sino más aún respecto a sus habituales votantes, en buena parte claramente alineados con los tópicos más clásicos del nacionalismo identitario tradicional.

¿Cuál es la realidad actual de Esquerra? ¿Serán sus hipotéticos votantes tan abiertos y modernos como para entender la línea de Carod? ¿Encontrará suficientes apoyos entre los asistentes al congreso? Éstos son algunos de los interrogantes que comenzarán a despejarse este fin de semana.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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