Incultura general
Tiempo límite (Tele 5, fin de semana a las 19.45) es un concurso cargado de tensión por unos premios que, por pre-imperativo legal, se pagan en euros. Presentado por un Enric Calpena curtido en batallas informativas y concursos de ámbito autonómico, y perteneciente a la raza de comunicadores arreglaos-pero-informales, el espacio no aporta gran cosa a un género que atraviesa por uno de sus más asfixiantes momentos. Cuatro concursantes, tres fases, diez preguntas, cuatro minutos, dos finalistas y un ganador justifican un concurso de cultura general en el que queda claro que ni cultura ni general.
¿La novedad? El concursante dispone de unos ayudantes con los cuales puede negociar, a cambio de dinero, la respuesta correcta. Este detalle, sin embargo, no acabó de cuajar el primer día, ignoro si por falta de rodaje o porque a los ayudantes les faltó la crueldad del usurero. En otra fase también falló la escenografía, ya que con un decorado tan moderno sorprende que los concursantes tengan que andar con unas cartulinas y unos rotuladores más propios de la prehistoria catódica que de los tiempos, límite o no, que corremos. Contra las pausas y silencios del ceji-histriónico Sobera, Calpena ofrece una profesionalidad algo aséptica pero funcional.
Más novedades: las viejas y manoseadas enciclopedias que consultaban los concursantes del histórico El tiempo es oro de Constantino Romero y de su ayudante Janine han pasado a la historia. En Tiempo límite, las consultas se hacen a través de Internet, espero que por una línea telefónica algo más estable que la que sufre el común de los mortales internáuticos.
[Tiempo límite logró en su estreno 1.085.000 espectadores, 11,4% de cuota de pantalla].
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