Trabajo a reglamento
Si se acuerda que el crítico, en general, debe hablar sobre lo que el artista hace y no sobre lo que deja de hacer, entonces a este crítico en particular no le queda más remedio que admitir que Gary Bartz trabajó en el San Juan de modo irreprochable, a reglamento, y que entregó la obra en el plazo establecido cumpliendo con profesional exactitud todos los puntos del contrato. Hecha la salvedad, también es obligado decir que un veterano (el saxofonista cumplió el pasado mes de septiembre los 60 años) tiene la deuda moral de hacer algo más o, si se prefiere, algo diferente a lo que suelen hacer los alevines del jazz.
Con los ojos cerrados la edad no cuenta y, escuchada a ciegas, su música tendió a parecerse demasiado al estereotipo juvenil que ha presidido la década de los noventa. Cierto que su dominio instrumental no admitió peros y que se comportó en todo momento como un improvisador modélico, pero el desarrollo de su concierto ininterrumpido dejó en el aire ciertas dudas sobre su capacidad para desarrollar un concepto original y relevante.
Dio la sensación de que John Coltrane sigue siendo para Bartz la referencia con mayúsculas, y hasta es posible aventurar que su preferido es ese Coltrane concreto de los años de transición entre sus grabaciones para los sellos Atlantic e Impulse! Que se pueda señalar con precisión el modelo de un artista no deja de ser preocupante: una fijación tan específica no le hace bien a nadie, aunque en el caso de Bartz es preferible a las alternativas que utiliza ocasionalmente.
Porque cuando el saxofonista se salió de la sombra de Trane fue para hacer incursiones triviales en fórmulas que casi nacieron viejas. A estas alturas, no hay justificación posible para tratar Unforgetable a tiempo rápido de bossa, a menos que se esté tocando en una boda o en los postres de una comida de empresa. El joven pianista Barney McCall contribuyó con toda su alma a reforzar ese ambiente de déjà vu. Todo en él resultó tan académico que si se miraba con atención, casi se podía adivinar en su cabeza la marca del birrete de recién graduado en bopología clásica y contemporánea. En ese panorama algo plano, el relajado caceroleo del inefable Greg Bandy consoló con su sabroso pulso rítmico.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.