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KITI MÁNVER | EL PERFIL

Secundaria de primera fila

En el mundillo se dice que las estrellas existen para atraer espectadores a las salas de cine y los secundarios trabajan para que el público no se vaya. La carrera de Kiti Mánver, desde luego, justifica lo segundo cada vez que aparece en pantalla. A estas alturas de profesión, a la actriz, que recordó el dicho el viernes en Sevilla, posiblemente le importe un bledo no ser una estrella, pero los espectadores seguramente se están perdiendo una fantástica protagonista.

Por esos extraños encorsetamientos del cine, que castigan especialmente a las actrices (máxime cuando no son de belleza y juventud exhuberantes), Mánver está en buena parte de los mejores títulos de las últimas décadas, pero son contados sus papeles estelares como el de la película Habla, mudita, de Manuel Gutiérrez Aragón. Ya no le importa: 'Al final es la mecánica de esto la que termina decidiendo por ti'.

Para compensar, la actriz se fuga a los escenarios en cuanto puede. Suele ocurrir con los talentos desaprovechados por las cámaras, que liberan sobre las tablas toda su potencial. Mánver dice que se recicla en el teatro, el medio en el que descubrió la interpretación, así que va intercalando proyectos, como hizo el año pasado con el rodaje de La Comunidad, de Álex de la Iglesia, y la gira de Recreo. El próximo 15 de abril estrenará Madrugada, una obra con texto de Antonio Buero Vallejo.

Mánver recibió el sábado el homenaje de la Asociación de Escritores Cinematográficos de Andalucía (Asecan). Unos 40 títulos a sus espaldas y un Goya (Todo por la pasta) bastarían para avalar el reconocimiento. Pero más que la cantidad, destaca su versatilidad y su sinceridad interpretativa. No muchos actores pueden vanagloriarse de ser capaces de arrancar risas y provocar espantos de miedo, de dominar cualquier registro. La actriz se convirtió casi en un ser odioso por su papel de la psicóloga de Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar, que acaba hundiendo a la protagonista (Carmen Maura) al perder a su amante. Su trabajo en La Comunidad produce escalofríos, mientras que en ¡Ay, Carmela! invitaba a la risa, al igual que en otros títulos almodovarianos de los años locos como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón.

Almodóvar es uno de sus directores fetiche, que ha contado con ella una y otra vez. Sin embargo, Kiti Mánver ha sabido sacudirse la etiqueta de chica Almodóvar que ha envuelto a casi todas las actrices que han trabajado con el director manchego. En realidad, Mánver nunca ha soportado la carga de ese corsé a pesar de todo lo que repite en la filmografía del director de La flor de mi secreto, al que la actriz llama, familiar y cariñosa: 'Pedrito'.

María Isabel Ana Mantecón Vernalte nació hace 47 años en Málaga. Se educó en un colegio de monjas y, en los 13 años que pasó en su ciudad natal, absorbió ese acento que recupera de nuevo cuando le endilgan algún papel de 'andaluza' o se enfada y le salen tacos. De sus orígenes cambió dos cosas cuando descubrió lo mucho que disfrutaba cada vez que se disfrazaba de algún personaje y los demás se lo creían mientras ella se movía por el escenario.

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Cambió su nombre y fundió las dos primeras sílabas de sus apellidos y acudió a clases de dicción para sacudirse el acento andaluz, probablemente porque intuía que corría el riesgo de ser encorsetada de por vida en el papel de graciosilla del sur. En una entrevista reciente lamentaba la frecuencia con que los cineastas caen en el 'topicazo'. 'Creen que un personaje cae en comicidad por el simple hecho de transformarlo en andaluz', indicaba.

A pesar de que sus vivencias andaluzas se ciñen casi a la infancia, la actriz cree que la personalidad se configura en los primeros años. Cuando se arrancó a bailar flamenco en ¡Ay, Carmela! descubrió que las identidades tienen casi un componente genético. Tal vez sea una de las razones de su compromiso con nuevos creadores como Chiqui Carabante, que le pidió que participase en el cortometraje Los días felices. A Kiti Mánver no le importa involucrarse en proyectos noveles, tal vez porque conserva la actitud modesta de los currantes y cierto pudor nada vanidoso que le cultivaron en el colegio de monjas. Sobre todo porque no va de estrella, aunque su talento sea de primera fila. Ella misma reconoce que tardó 15 años en creerse que 'servía para esto'.

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