Avisos y volteretas
La novillada de promoción ofreció la esencia del toreo que se lleva, cuya principal premisa consiste en no acabar nunca jamás. El aviso es el signo de los tiempos táuricos, y de ellos hubo en la tarde para dar y tomar. Por contraste e inesperada paradoja, hubo también volteretas, a pesar de que no se llevan en absoluto, menos aún entre la novillería moderna.
Se nota que vivimos en la época de Internet (intrenés lo llamaba un conspicuo) y todo resulta distinto, nada es lo que parece. En épocas históricas del toreo (desde sus orígenes hasta un par de décadas atrás), a un torero le tocaban un aviso y se recluía en casa un mes, para no morirse de vergüenza. En épocas actuales, por el contrario, el aviso parece como si fuera un timbre de gloria y algunas de las figuras del escalafón oyen en una sola feria más avisos que cualquier torero de los tiempos históricos en toda su vida.
Los novilleros, obviamente, se miran en las figuras, las imitan, principalmente ese empeño de no acabar las faenas nunca jamás; y no se dan cuenta pero aburren al público. Con lo cual,la reinterativa insistencia en vez de llevarles al triunfo, les pone un sello de espantosa vulgaridad.
A veces da rabia porque trunca aspectos muy positivos del torero. Sin ir más lejos, a El Javi, un crío que apenas levantará dos palmos del suelo (bueno, acaso sean tres), alumno aventajado de la Escola de Tauromaquia de Valencia, artista capotero y muletero enterado, según se advirtió, de poco le devuelven sus dos novillos al corral. Por manejar con desacierto el estoque, sí, pero sobre todo por meterse un un muleteo interminable e insufrible.
Embarcó a su primer novillo por verónicas que eran pura filigrana, y ese toreo de altos vuelos no se podía compaginar, de ninguna manera, con la reiteración pegapasista que asoló sus dos faenas de muleta. Un tono y un sabor poseyeron aquellas verónicas, cargando la suerte, templando el lance; un ritmo, una suavidad, una hondura... Luego vendrían derechazos y naturales interesantes. Pero al pasarlas de medida, sumió en el aburrimiento sus faenas.
El castellonense Alejandro Rodríguez entró con mérito a quites, muleteó valentón con temple aleatorio, no se dejó ganar la partida, mató pronto y cortó dos orejas que le valieron salir por la puerta grande.
El ganado traía una emoción enorme. Encastado, codicioso, enterizo, no paraba de embestir con nobleza, a pesar de lo cual pegó buenas volteretas. El valenciano Francisco Romera sufrió la mayor parte de ellas y lejos de acusarlas volvía a la cara del toro agresor sin mirarse. Como los novilleros antiguos, a quienes no les importaba rodar por los morrillos porque querían ser toreros. Aún queda una reserva de estos héroes en la fiesta, para su bien. Francisco Romera es un ejemplo.
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