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Columna
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Conversos y felones

Mis colegas Manuel Peris y Ferran Bono se han ocupado estos días pasados en estas páginas del libro recientemente aparecido Espill d´insolències. El primero lo comentó en su columna del miércoles último, y el segundo entrevistó a su autor en el Quadern del jueves. Los editores deben de estar exultantes por tan buena acogida y, no menos, por los efectos colaterales de la misma en los cenáculos periodísticos y asimilados donde se glosa y a menudo se discuten con calor algunas anotaciones y presuntas lagunas de esa suerte de diario íntimo o dietario escrito entre finales de 1992 y mediados del 97. Una publicidad de calidad y al mejor precio.

No vamos a incidir en el contenido de esas páginas, que seguirán previsiblemente siendo objeto de controversias entre la gente del ramo de la información así como en el estamento político y `politizado familiarizado con las peripecias iniciáticas de la autonomía valenciana. Mollà le ajusta las cuentas a ciertos protagonistas que hubieran pagado por ser olvidados. Por fortuna, este memorialista tomó buena nota de algunos episodios notables que ahora nos relata sin condescendencias. Un ejercicio éste, el de mirar hacia atrás y contarlo, muy conveniente, aunque se practique con ira e insidia y sepa a venganza en frío.

Pero no es el libro ni su autor el objeto prioritario de estas líneas, sino ciertas reacciones airadas que han provocado uno y otro, que se suman a otras muchas del mismo origen y en las que se viene abundando desde que muy determinados columnistas agavillados en un diario abrieron un frente de hostilidades generalizado contra todos aquellos que no comulgan con sus mismas ruedas de molino. Esto es, contra cualquier individuo que no salude el nuevo día con una sarta de imprecaciones contra el Partido Popular y sus dirigentes máximos o subalternos. Sin esa ostensible credencial, uno es alistado sin remisión posible en el pelotón innumerable de los conversos y los felones. El rigor y la justeza de criterio son, por lo visto, virtudes exclusivas de estos guardianes de la deontología profesional.

En esas estamos y ya va para unos cuantos años en los que nuestros queridos colegas, con su capitán a la cabeza, administran reconvenciones y visados de lealtad -pocos, la verdad- sin reparar en su creciente soledad y descrédito. Ahora, en los últimos meses, acaso se sientan más arropados por la intrepidez tronitronada del Diario de Valencia (ay, Señor, quién te ha visto y quién te ve!), mímesis en punto a estilo y desmadre. Ignoro si celebran tan infausta compañía, pero la homolagación es inevitable pues en ambos rotativos se cultiva sin escrúpulo la caza del felón imaginario. Eso sí, con el abuso de poder que conlleva tener la sartén -digo del periódico- por el mango.

Quizá llegue el día en el que -si bien no sé hoy por hoy de qué simiente o madera- aparezca entre nosotros un émulo de Jesús Pardo (Memorias de memoria) que, feroz, sincero y desgarrado, ponga a cada cual y en este oficio a la sombra de su biografía. Será un crujir de dientes, al tiempo que una gran risotada por la impostura de quienes hoy se artillan con patente de corso para otorgar o quitar famas y exigir solidaridades imposibles. Cabe pensar que el respingo causado por el libro de Mollà tenga mucho que ver con esa premonición, con el riesgo intuido de que estas insolencias íntimas, a las que aludíamos más arriba, puedan convertirse en una denuncia personal y pormenorizada de este clima inquisitorial que cocinan algunos colegas.

No se vea en esta reflexión el menor atisbo de aviso y menos todavía de amenaza. Como mucho, es la constatación de un desvarío periodístico que se prolonga demasiado y que, mas que temor, nos causa tedio. En Valencia estando, pocos o nadie puede alegar no estar vacunado contra el terror o abuso de unas u otras columnas de prensa. Lo deprimente es que a ese carro se hayan subido tipos que van de progres porque se han revestido de justicieros flamígeros. Son una falla, y así acabarán.

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