Las herencias
Los sociatas dicen que los pepistas están en ebullición, y que su olla puede estallar; los pepistas, que los socialistas se desmoronan. Vaya desastre. Las herencias destrozan las familias españolas, sean los Trastámara o los campesinillos que montan sus escopetas detrás de sus lindes. La sombra de Caín, decía Machado cuando Abel era él solo: y murió exhausto, hambriento, agotado, tras una larga huida de los caínes. Los sociatas se van reponiendo de la muerte de González, caído frente al enemigo; Zapatero se alza cada vez más, aunque él sabe bien que en el País Vasco algunos de sus votantes se van hacia el PP, y otros hacia el nacionalismo. Se pagan los pactos equívocos. Los que se creen de izquierdas no saben que la derecha no les aceptará jamás, y ése fue un error de Felipe González. Entre dos derechas, los conservadores prefieren la profesional, no la de los conversos.
La olla hirviente del PP no es para tanto. Las dictaduras siempre se defienden mejor que los partidos cuya base está en la discusión, en la pluralidad. Pablo Iglesias no era un faro político porque aspirase a dictador, sino porque iluminaba las discusiones: más vale vivir en la oposición, desde la que también se gobierna -si se sabe-, que tener el poder a cambio del pensamiento único y el mando único. En el PP se disputa como en las conjuras por el poder absoluto: por la sucesión. Se despeña Rato, crece Rajoy y Mayor es Juana de Arco. Pero lo peor ocurrirá cuando pierdan las elecciones vascas. No es buena ocurrencia querer colocar a un ministro de la Policía como presidente en un país que busca una paz y no la represión, donde circulan panfletos sobre torturas en comisarías y cuartelillos y donde la mayoría de los detenidos salen en libertad por los jueces. No creo que el españolismo tradicional y el neo sean lógicos para combatir a un nacionalismo.
No sé qué ocurrirá con el PP cuando pierda, pero ganar podría ser peor para él. Ha conseguido por dialéctica y por dominio de la propaganda asentar la idea de que el nacionalismo gobernante y el terrorismo son la misma cosa. No sé qué ocurrirá cuando se vea que no y que éstos podrían seguir sin aquéllos. Lo que me preocupa como gobernado (bien a mi pesar) es que el partido de la oposición vaya demasiado lejos en este afán pactista en cuanto a esta cuestión y otras: la ley de inmigración o el silencio apenas roto para el decreto del trabajo.
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