Talibán
En el nombre de Dios, a lo largo de la historia se han cometido innumerables barbaridades. El ejemplo más reciente lo tenemos en la decisión de los talibán afganos, que han interpretado a su manera el Corán para ordenar la destrucción de los budas gigantes de Bamiyan. En el nombre de Dios, el Papa de Roma puso en marcha la Inquisición, que se llevó por delante vidas, ciencia y progreso; y si no, que le pregunten a Galileo, entre muchos otros. En el nombre de Dios, todas las iglesias dan muestras de la intolerancia de la que invariablemente echan mano como método infalible para perpetuar su enorme poder. Y aquí no hay distinción de credos. Lo mismo da musulmanes que judíos. O que católicos, como bien hemos podido comprobar nuevamente hace bien poco. Lo que sucede es que estamos tan acostumbrados a denostar la intolerancia que practican los ayatolás de religiones exóticas, que pasamos por alto o no tenemos en cuenta la que a veces tan sutilmente cultiva la jerarquía de la tan cercana Iglesia católica. Y, salvando distancias culturales, no hay mucha diferencia. La doctrina que obliga a la destrucción de las colosales efigies de Buda y que obliga a vestir la burka y niega todos los derechos a las mujeres que imponen los talibán en Afganistán -que constituye sólo una forma, muy terrenal, por cierto, de ejercer y mantener el poder- no se diferencia mucho de la que trata de imponer la jerarquía católica en nuestro país. El ataque directo al proyecto de Ley de Uniones de Hecho del Consell protagonizado la semana pasada por la Iglesia valenciana constituye el ejemplo más reciente. Sucedió algo parecido hace casi dos décadas, cuando se aprobó la ley del divorcio, pasó poco después con la tímida legislación del aborto, y ahora se pretende lo mismo. En el fondo de estas posiciones anacrónicas y cínicas subyace siempre el poder: el de los ayatolás, el de los rabinos o el de los curas. La diferencia estriba en que, mientras en Afganistán la jerarquía religiosa se confunde o se funde con la Administración, aquí estamos en un Estado laico que está obligado a defenderse de las presiones que ejercen los talibán autóctonos.
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