'Bollit'
El autor francés de cómics Gerard Lauzier acostumbra a cachondearse de los progres del 68 ahora resituados como mandamases de la política global, y en La carrera del ratón, origen de este espectáculo de Dagoll Dagom, insiste en el asunto, ahora a cuenta de la inmigración latinoamericana a Europa, mediante la barroca historia de un fracaso donde un antiguo izquierdoso que soñaba con hacer cine se reencuentra años después con un cubano al que conoció en La Habana. La adaptación incluye referencias de actualidad a la realidad catalana, como es lógico, y el espectáculo es bilingüe, como también toca dada la numerosa presencia de sudamericanos entre los personajes.
Hecho para gustar a toda clase de públicos, sin desdeñar el mercado adolescente (a él va dirigida la primera canción, un prodigio de trivialidad) sorprende la contraposición entre la notable factura técnica de este musical y la muy primaria caracterización de los personajes y de sus conflictos, construidos a fuerza de acumular tópico sobre tópico. Contrariamente a lo que algunos consideran, no acaba de verse claro que el musical esté abonado a la trivialidad, y ahí está Cabaret, entre tantos otros, si es preciso demostrarlo. Pero aquí estamos lejos de esa idea, y la deconstrucción desde dentro de cierto número de tópicos sobre lo que queda de la progresía se intenta llevarla a cabo precisamente mediante el recurso al tópico.
Cacao
De Dagoll Dagom, sobre el cómic de Gerard Lauzier La carrera del ratón. Intérpretes, Ferran Rañé, Magilé Alvarez, Resu Belmonte, Eduardo González... Iluminación, Ignasi Morros. Vestuario, María Araujo. Escenografía, Alfons Flores. Coreografía, Rosa Ribes. Música, Santiago Auserón. Versión y dirección, Joan Lluis Bozzo. Teatro Principal. Valencia.
En su favor tiene Cacao una buena ilación dramática entre las situaciones que desarrolla y la disposición de las canciones y números musicales, las cuales permiten solventar en tres minutos lo que habría sido más costoso en una dramaturgia clásica, pero aún así no siempre, por no decir casi nunca, se ahorra al espectador la sospecha de encontrarse frente a uno de los típicos productos de la revista de hace muchos años travestida de mensaje más o menos progresista. El uso desenfrenado de clichés propios de bachillerato llega a resultar algo molesto, aunque molestan todavía más las voces metálicas de los micros, una molestia que llega a ser muy poco llevadera en las canciones propiamente dichas.
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