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Columna
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Orientación

No ha podido ser noticia necesaria que de los 30.000 ecuatorianos devueltos al Ecuador sólo puedan volver unos 2.000, en una de las operaciones de legitimización o más idiotas o más cínicas. En cambio, está toda España muy preocupada por el racismo antiinmigrante de Heribert Barrera, que algunos extienden al conjunto del catalanismo aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Si abrimos las orejas como hacen los protagonistas marginales de algunas películas inglesas, escucharemos un run run racista generalizado especialmente percibible en sectores sociales económicamente débiles, tal como fueron recalificadas las capas populares por los tecnócratas franquistas del Opus Dei.

Un taxista te habla de esos moratas o un técnico apolítico coincide con lo que dice Barrera aunque lo haya dicho en catalán, y esto no queda así, esto se hincha porque la intolerancia es una flor del mal que crece al margen de las estaciones. Como una carpa blanca sobre esta realidad, se emite un discurso moralmente correcto que habla de la necesidad de integrar y rechazar la tentación xenófoba; curiosamente, lo emiten a veces los mismos que legitiman la expulsión de los moriscos; perdón, ha sido un lapsus: la expulsión de los ecuatorianos.

Desde el siglo XV país exportador de exiliados políticos o económicos, España tiene hoy más emigrados activos que inmigrantes y carece de una cultura de asilo, aunque sean frecuentes magníficos ejemplos de solidaridad. Ni siquiera esa cultura de asilo la enraizaron Franco y los franquistas cuando acogieron a nazis y fascistas supervivientes a la derrota en la II Guerra Mundial. Si sumamos a la falta de cultura de asilo el complejo de nuevo rico de buena parte de nuestra burguesía media y baja y la mirada agraviada de los económicamente débiles, porque son los que conviven con los inmigrantes obligados a unas miserables condiciones de vida y a veces la marginación, tendremos el marco donde puede crecer la intolerancia, en el que podremos escuchar y ver majaderías y barbaridades de guía Guinness.

¡Con lo fácil que es ser holandés!, un país donde por no tener obstáculos ni siquiera tienen montañas. Me voy a México DF a presenciar la entrada zapatista. A ver si me oriento un poco.

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