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UNA VIDA DE CHISTE

El humor surrealista de Groucho Marx y sus hermanos cautivó a los intelectuales y estrellas de Hollywood

Irónicamente, justo cuando sus personajes de la pantalla estaban más domesticados, los Hermanos Marx se convirtieron en algo muy atractivo para los surrealistas. Salvador Dalí, un pintor de fantasías eróticas y relojes blandos ('los Camembert del tiempo y el espacio', como él los definía), fue siempre el favorito de los coleccionistas de pintura de Hollywood. Su autopromoción, sus pantalones de lamé dorado y su largo bigote, sus accesibles y caras obras, ejercían un efecto hipnótico en algunos cineastas, entre los que se encontraban Walt Disney y Alfred Hitchcock, que confundían la técnica con la profundidad. Dalí se declaró maravillado por la muda belleza de Harpo (Groucho diría que el pintor, como Alexander Woollcott, 'estaba delicadamente enamorado de mi hermano'). Por propia iniciativa, el artista escribió un esbozo para una película surrealista centrada en Harpo, aunque también aparecerían los otros dos Hermanos Marx. Un fragmento bastará para mostrar por qué la película nunca llegó a rodarse:

'GROUCHO, una biografía'

Stefan Kanfer RBA

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Lectura: Groucho Marx, una vida de chiste

Groucho aparece y se sienta en su escritorio. Saca una lupa y un libro de quiromancia y escudriña las manos, una a una. En una de las manos encuentra algo que le interesa, aunque no puede ver bien a causa de la luz, por lo que trata de acercar la lámpara a la mesa, pero está fija. Con impaciencia tira del brazo (de una chica), pero, naturalmente, no puede tirar mucho, así que, exasperado, coge un par de tijeras enormes de la mesa como si fuera a cortar la mano.

En este momento, Chico entra en la habitación, vestido con un impermeable empapado de lluvia, y le llama: 'Ven y mira el último accesorio de mi coche'.

Groucho deja el brazo y las tijeras. Bajan a la calle, donde Harpo está esperando frente al coche. Chico les dice: 'Acabo de instalar lluvia interior'.

Aunque sin valor como argumento teatral, les sirvió para proporcionarles más publicidad gracias a los comentarios. Además, Dalí contribuyó a la reputación de los Hermanos Marx pintando grandes lienzos etéreos de Harpo mientras tocaba música. Después, Charlie Chaplin, el mimado de los intelectuales, añadió su tributo. Abrazó a todos los Hermanos Marx, aunque proclamándole el primero entre iguales, le dijo a Groucho:

-Me gustaría haber podido hablar en la pantalla tan bien como tú.

Era todo lo que los estetas necesitaban oír. Los Hermanos Marx se convirtieron en sus nuevos favoritos y éstos devolvieron el favor. Más que ninguno de sus hermanos, Groucho anhelaba el beneplácito de los artistas y escritores. Hizo todo lo que pudo por emular a Chaplin, que siempre se preocupó por invitar a pintores y novelistas prominentes a su casa palaciega, cuya piscina se había diseñado con la forma del bombín de Charlot. Groucho cofundó el West Side Writing and Asthma Club, entre cuyos miembros se encontraban Robert Benchley, S. J. Perelman, Donald Ogden Stewart y los dramaturgos Ben Hecht y Charles MacArthur. Mientras cultivaba a sus antiguos colegas de las variedades, a Groucho le encantó saber que Charlie también padecía una profunda inseguridad, y estaba convencido de que su celebridad y dinero podían desvanecerse de la noche a la mañana. Los dos actores almorzaron juntos para intercambiar impresiones. 'Ahí estábamos', escribió Groucho, 'dos neuróticos sentados charlando, completamente aterrorizados de la vida y de sus carreras. Se podía pensar que a esas alturas Chaplin estaba más o menos convencido de que tenía un notable talento. Pero no. Estaba tan asustado como lo estuvo cuando por primera vez acudió a mí pidiendo consejo'.

No todo fue tan cordial cuando Charlie y Groucho se encontraron en otro escenario: una pista de tenis. El acontecimiento, la inauguración de un nuevo club, empezó bastante bien. Para la ocasión se había organizado un partido de dobles entre Groucho y el campeón estadounidense Ellsworth Vines contra Chaplin y el maestro inglés Fred Perry. Chaplin estaba orgulloso de su tenis y de codearse con atletas casi tan famosos como él. Cuando aparecieron los fotógrafos de la prensa aceleró su juego. Sin embargo, a Groucho, las cámaras sólo le proporcionaron la oportunidad de hacer el payaso. Había llevado una maleta llena de comida y bebida, seguro de que llegaría el momento de utilizar el atrezo para lograr el máximo efecto. Ocurrió justo después de que Perry y Chaplin ganasen el segundo juego con la misma facilidad que el primero. Dirigiéndose a la muchedumbre, Groucho anunció un descanso para comer; abrió la maleta, extendió un mantel en la cancha y repartió los sándwiches. Para regocijo de los espectadores sugirió pomposamente a Charlie que compartiera con él una taza de té. Éste declinó la oferta. Lo que Groucho no anotó en sus memorias fue el exasperado comentario de Chaplin: 'No he venido aquí a ser tu payaso serio'. Sin embargo, fue el papel que representó. Como dijo la mujer de Harpo: familia, amigos, rivales, todos y todas se convertían en cabezas de turco en cuanto Groucho veía una oportunidad. Aunque Charlie sonreía ante las cámaras, le costaría años olvidar el incidente.

Los dos actores tampoco coincidían en otras cosas. Charlie, cuya niñez fue más difícil que la de Groucho, era, según su biógrafo más riguroso, 'un izquierdista de toda la vida'. Kenneth S. Lynn recoge con frecuencia la coincidencia de las manifestaciones políticas de Chaplin con las de los estalinistas. Como sabemos, a Minnie y Frenchy no les interesaba la política laborista, incluso en la Nueva York del cambio de siglo. Cuarenta años más tarde, Groucho no estaba mucho más a la izquierda que el new deal. Como la mayoría de la gente de la colonia cinematográfica, había visto a los comunistas de Hollywood muy de cerca, y los despreciaba como 'esa clase de hipócritas capaces de cantar Arriba parias de la tierra dando vueltas alrededor de sus piscinas'. (...)

Como un refugio del matrimonio, el plató de El hotel de los líos demostró ser inestimable para Groucho, incluso a pesar de que los resultados del rodaje no alcanzaran el nivel acostumbrado de los Marx. La RKO había gastado medio millón de dólares en pagar los derechos de la obra y el talento de los Marx, así que se negó a permitir que el guionista Morrie Ryskind alterase un éxito ya comprobado de Broadway. De ahí que Ryskind declarase que 'el noventa por ciento del argumento lo ocupaba Groucho con sus tácticas dilatorias para evitar que le echaran de su habitación del hotel. El público de un teatro aceptará una historia que tiene lugar en un solo escenario; de hecho, pocos cambios de escenario mejoran normalmente el encanto de una obra haciendo más hincapié en la calidad del diálogo. Pero con las películas, que tienden a desarrollarse en primer lugar en un medio visual, una historia en un solo escenario puede resultar claustrofóbica antes de que termine la primera bobina'. Ryskind pudo exprimir algunos momentos divertidos a partir de los hechos, pero en general el guionista reconoció que El hotel de los líos 'fue un error de cálculo agarrotado y mal acompasado, que los críticos rechazaron y el público ignoró, lo que me otorga el honor de haber escrito la mejor y la peor de las películas de los Hermanos Marx'. El recuerdo de Ryskind era inexacto; aunque Una noche en la ópera alcanzó la cima o estuvo cerca, El hotel de los líos no fue, ni mucho menos, la peor. Esa distinción correspondería a películas que aún estaban por hacer.

El argumento de El hotel de los líos tiene ciertos paralelismos con las primeras experiencias teatrales de los Hermanos Marx. Un productor declara su deseo de apoyar la producción de Groucho si admiten a cierta corista, lo que recuerda una proposición real del productor de I'll say she is! allá por los años veinte. Los Hermanos Marx tratan de hacer comedia con la situación, pero en la película ningún número funciona con más de un chiste a la vez. A Chico se le proporciona un papel poco adecuado como director de Broadway, con su acento de vodevil que le hace increíble desde la primera aparición ('sigo pensando que la obra es malísima, pero los ensayos son maravillosos, maravillosos'). Harpo no cumple ninguna función apreciable, excepto andar por ahí, señalar las cosas y servir de víctima a los desprecios de Groucho ('es el cerebro de la organización. Eso te dará una idea de cómo es la organización'). De principio a fin, Groucho manifiesta escasa complicidad. Y para estropear las cosas todavía más, el guión se modificó por órdenes superiores. Donald MacBride, especialista en arrebatos y sarcasmos, había representado el papel del director del hotel en Broadway. Representó el mismo papel en la película, pero donde antes fulminaba con un '¡maldita sea!' al hacer mutis, la frase se reducía ahora a un simple '¡mecachis!'. Una o dos veces, los Hermanos Marx alcanzan sus antiguos momentos estelares: en la loca escena del almuerzo, el hambriento Harpo atrapa los guisantes como un arponero, deteniéndose sólo para coger un poco de sal cuando Chico levanta el salero y lo sacude por encima de su hombro derecho para conjurar la mala suerte, y en un interludio que muestra a los Marx intentando en vano atrapar y matar un pavo ('bueno, de todas formas, no había arándanos', dice Groucho después, con su mejor tono de mala suerte).

A pesar de todo, ni el trío ni los demás actores podían salvar El hotel de los líos. Entre ellos, la adolescente Ann Miller no deja adivinar la menor traza de su futuro como bailarina estrella de comedias musicales, y la novata y desconocida Lucille Ball, nunca pone a prueba sus dotes cómicas. Más capataz que director, William A. Seiter tardó sólo cinco semanas en rodar la película entera. La apresurada calidad de su obra, junto con las actuaciones de unos incómodos Groucho, Chico y Harpo, garantizaban poco menos que una taquilla decepcionante. No obstante, Groucho nunca manifestó la más mínima queja, ni en los estudios ni fuera de ellos. El dinero era demasiado bueno, y el guión, gracias a las órdenes de la RKO, inamovible. Para él, lo mejor de todo fue haber recitado sus frases como mejor sabía y haber cobrado los cheques tan pronto como llegaban. Cuando la película se estrenó, se quedó asombrado al leer las primeras reseñas y comprobar que no eran tan negativas como esperaba. En Nueva York, el Post describió El hotel de los líos como 'un divertidísimo espectáculo' y el Journal American declaró que la película era 'rápida, vigorosa y divertida'. El Times ofreció un matiz de desacuerdo: la película 'le provocará algunas risas si ya vio la obra, pero si se la perdió se reirá a carcajadas'. En Inglaterra, Bulletin, la publicación mensual del British Film Institute, llegó a decir que 'la capacidad para hacer reír de los Hermanos Marx no ha disminuido'. A pesar de todo, Groucho fue bastante menos amable y más certero al comentar esta última obra de los Hermanos Marx. (...)

Como observó el historiador de cine Joe Adamson, la idea de poner a trabajar a los Hermanos Marx en una feria mundial o un circo había circulado incluso desde Un día en las carreras. El productor Mervyn LeRoy decidió que los Marx eran un circo en sí mismos y que, por lo tanto, resultaban ideales bajo la carpa de un circo ambulante. Sin embargo, y desde cualquier punto de vista, su razonamiento era erróneo. Los Hermanos Marx, sobre todo Groucho, desarrollaban su mejor potencial cuando aparecían en los escenarios más incongruentes: una universidad, un tribunal, un teatro de la ópera o la sede de un Gobierno. En un circo serían sencillamente un número más. LeRoy se hubiera dado cuenta si se les hubiera permitido llevar el material que tenían de gira, pero Mayer no estaba dispuesto a permitir ese lujo a los Marx. Ellos actuarían siguiendo un guión de rodaje, como cualquier otro actor de la MGM. De mala gana aceptaron, y con Una tarde en el circo, su novena película, iniciaron su declive.

Durante los primeros días de rodaje, un pequeño incidente simbolizó lo que iba a ser toda la producción. Una escena fundamental exigía la aparición de un gorila; es decir, un hombre disfrazado de tal. Las tomas eran muy largas, y el disfraz, asfixiante. Cada cierto tiempo, el imitador tenía que desnudarse y tomar el aire. Para aliviar esta molestia hizo unos agujeros en la piel y el diseñador y propietario del disfraz de simio los descubrió. Indignado, abandonó el trabajo amenazando con poner una demanda y llevarse su dañada pertenencia. A su marcha siguió la frenética búsqueda de un sustituto. Tres días más tarde, recuerda Groucho, se localizó a un hombre en San Diego con una piel de orangután utilizable. 'Hasta un niño sabe que un orangután es mucho más pequeño que un gorila, pero, por raro que parezca, el hombre que se vestía de mono lo ignoraba y la compró sin probársela antes. Hicimos todo lo posible para que se embutiese dentro de la piel, sin conseguirlo. Cuando finalmente se dio cuenta de que era demasiado grande para ponérsela se vino abajo y rompió a llorar como un gorila bebé. Sin embargo, no había tiempo para lamentaciones. Teníamos que enfrentarnos a la realidad, y también con los jefes de los estudios'. Había una película que rodar y la MGM se vio obligada a contratar a un hombre mono más pequeño especializado en representar orangutanes. 'Además', concluyó Groucho, 'a causa de las demandas del sindicato, estábamos obligados a pagar el salario del primer hombre mono por todo el trabajo e incluso su tratamiento psiquiátrico'.

Para subrayar su incómoda situación en la MGM, los Hermanos Marx prescindieron de los servicios de autores de guiones de primera línea. Irving Brecher, el guionista asignado a Una tarde en el circo, era más conocido por suministrar ingeniosidades al campechano humorista del micrófono Milton Berle. Nadie estuvo contento con la elección, incluido Brecher. 'Groucho', recuerda, 'tenía la cualidad de hacer las cosas cuando estabas en público, como en un restaurante o incluso en casa de alguien cenando. A menudo echaba a perder la ayuda y había que aguantarle'. Hasta cierto punto, la conducta de Groucho reflejaba su insatisfacción personal en su casa y en su carrera. Pero eso no mitigaba su falta de tacto, o sus continuas agresiones a todos aquellos incapaces de defenderse. Nadie de la familia había sido nunca poco amable con los subordinados, y no es que hubiera muchos en los tiempos de Minnie.

En su crueldad, Groucho era único. Una noche, en casa de los Brecher, la sirvienta se sintió tan ofendida por las cosas que dijo que tiró una enorme bandeja y estalló en lágrimas. 'Siempre pensé, y se lo dije un par de veces', continuaba Brecher, 'que se creía por encima de los demás. Admitió que era verdad, pero no podía resistir meterse con los subalternos'.

Para ser justos, Groucho también iba tras los superhombres. El director de Una tarde en el circo, Edward Buzzell, era un revoltoso peso gallo procedente también del mundo de las variedades. En alguna ocasión había compartido el cartel con los jóvenes Hermanos Marx. Dada su común experiencia, él y Groucho podían haber encajado fácilmente, pero éste encontró la manera de importunarle en el trabajo. Cuando, al comienzo del rodaje, Buzzell sugirió 'ahora vamos a representar realmente esta escena', Groucho respondió:

-Los Hermanos Marx harán cualquier cosa, excepto representar. Si quiere actores dramáticos contrate a unos dobles.

Ante esta provocación, el director se mordió la lengua. Con el tiempo, Groucho se comportó mejor y confesó en una carta a su amigo Arthur Sheektrian que Buzzell era 'más listo de lo que imaginaba... Pienso que la película va a salir mejor de lo que creía'.

Una de las razones de su optimismo fue una canción compuesta expresamente para sus facultades. Hábilmente volvía al explorador africano de El conflicto de los Marx y a las paródicas clases magistrales de Plumas de caballo; sus dobles sentidos lograron pasar la censura, incluyendo un nombre absurdamente judío, y mencionaba el logro más popular del new deal. En esta ocasión, Groucho no cometería el error de suprimir el número. Desde la primera audición supo que podría cenar fuera durante décadas con Lidia, la dama tatuada.

(Traducción: María de Calonje)

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