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Columna
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Tómbola

En aquella época fue todo un acontecimiento nacional. Corrían los años sesenta y la España desarrollista vivía en la simpleza y la ingenuidad de quien acaba de conjurar la hambruna y no sufre aún el ansia por satisfacer las necesidades del intelecto. Marisol era entonces la niña más querida y admirada del país, una criatura de cabellos rubios y ojos azules que cantaba y bailaba con gracia y desparpajo. Protagonizó numerosas películas, pero pocas obtuvieron el éxito comercial y la trascendencia pública que cosechó la que llevaba por título Tómbola. Han pasado 40 años y aún nos resuena en la cabeza el estribillo de la canción que interpretaba en el filme: 'La vida es una tómbola, tom, tom tómbola, de luz y de color ...ooor'. Una letra chorra que los españoles canturreamos hasta la saciedad sin distinción de clases, edades ni sexos. La tómbola entonces era algo enormemente popular, un juego al que accedía cualquiera y que por poco dinero te permitía soñar con unos regalos que bajo los focos de las casetas parecían fantásticos. La arenga del tombolero era el alma de las ferias, la voz que alegraba la elemental existencia de los españoles endomingados.

Tómbola fue el título escogido por el valenciano Canal 9 para la puesta en marcha del programa de televisión más polémico de los últimos años. El mismo que, el pasado lunes, decidió suspender el nuevo director de Telemadrid tras casi cuatro años de emisión. Su determinación ha suscitado esta semana un torbellino de opiniones encontradas sobre la conveniencia o no de que un canal público emita programas calificados de telebasura. La inmensa mayoría de quienes se han pronunciado lo han hecho para aplaudir la decisión valiente de Francisco Giménez-Alemán por entender que las televisiones públicas han de establecer unas exigencias éticas elementales.

Es evidente que Tómbola no respondía en lo más mínimo a ese condicionante, y que para muchos contribuyentes madrileños resultaba ignominioso sospechar que con sus impuestos pudiera financiarse semejante ceremonia de la perversión. Un formato basado en el chismorreo zafio y el despelleje de unos personajes que se prestaban a ello a cambio de dinero. Por Tómbola han desfilado idiotas notables a los que se ha atribuido una supuesta fama y un pretendido interés sin otro mérito artístico ni relevancia personal que el de acostarse con alguien, mostrar descarnadamente las vergüenzas o exhibir sin rubor su propia memez. Resulta por ello realmente irritante que alguien pueda esgrimir el sagrado derecho a la libertad de expresión para defender tal engendro. No está en cuestión el ejercicio informativo de la llamada prensa del corazón y que profesionalmente puede ser tan digno, riguroso o incluso irónico y divertido como el que más. Tómbola traspasaba sin embargo los límites éticos entrando a saco en el terreno del todo vale, lo que infectó además a otros productos televisivos que lo imitaron al constatar su éxito de audiencia. Puede que ver en pantalla a un pseudofamoso pasado de coca comportarse como un imbécil resulte atractivo o morboso para la audiencia, pero lo menos que puede exigir un ciudadano con sentido común es que la raya que esnifa se la pague su señor padre.

Una televisión pública justifica su existencia y las subvenciones que recibe en el supuesto de que ofrece programas que sirven, educan, mejoran la convivencia o enriquecen intelectualmente a los telespectadores. Tómbola provoca el efecto contrario sacando lo peor de nosotros. Justificar su mantenimiento como hizo el anterior director de Telemadrid, Silvio González, argumentando que el éxito de audiencia era en sí mismo un servicio público porque permitía al canal autonómico llegar al máximo número de gente es simplemente delirante. Pero no fue el único responsable, también lo defendió el presidente del ente, José López López, cuya dimisión exigen ahora desde la oposición, al igual que los responsables de antena que sumergieron la parrilla de programación en el estercolero. La televisión es un medio muy poderoso, y deberían regir las mismas normas éticas para las públicas y las privadas. Sin embargo, tal y como cabía imaginar, enseguida alguien ha aprovechado la circunstancia para recuperar Tómbola y arañarle de cualquier manera unos puntos al share. La feroz competencia atrofia desgraciadamente los escrúpulos. El trabajo de los tomboleros de feria es bastante más decente y estoy seguro de que Marisol aborrece Tómbola.

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