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¿Qué nos pasa con esa mujer?

Me refiero a la mujer del siglo XXI y del XX y de los anteriores. ¡Y es que lo de la mujer no tiene remedio! Es un protagonista cada vez más importante en nuestras sociedades y, sin embargo, poco ha cambiado su situación en este siglo XXI.

Los niños y las mujeres dieron un vuelco al pensamiento social del siglo pasado. Irrumpieron como personas en la escena social y política que les estaba negada hasta entonces. Freud, por poner un ejemplo, avisó que los niños no son simples adultos en potencia, que tienen su propia visión del mundo y de las relaciones, que tienen necesidades e impulsos propios. Y aprendimos a respetar su mundo y aceptamos su protagonismo. Desde entonces, se han desarrollado temas y políticas muy diversas alrededor de la infancia y de su protagonismo. Hemos reconocido su condición de personas, han cambiado lentamente las actitudes y los hábitos que los reducían a meros apéndices de sus progenitores. ¡Tanto han cambiado que, a veces, parece que los adultos son ahora apéndices de ellos! Los niños se han desembarazado de la historia de marginación vital en la que estaban arrinconados por la vieja sociedad.

Con la mujer, las cosas son distintas. Ella no ha conseguido quitarse de encima su pasado. La posición y las funciones que le concedieron en otras épocas, se mantienen prácticamente inalterables. Tanto es así que, como señalaba un columnista de este periódico, cuando la mujer se introduce en la carrera política lo hace principalmente en el ámbito de la política doméstica, la local, la de ayuntamientos y municipios. Se ha forjado en torno a su figura una especie de arquetipo, de estereotipo inconsciente, de imagen mental transmitida de generación en generación, que impide a hombres y mujeres, a políticos de izquierda o de derecha, a creyentes y profanos, romper las ataduras históricas y otorgarle la voluntad de ser y no simplemente la de parecer.

Existe una prueba fácil de lo que digo. Intenten asociar cinco términos a la palabra mujer. Los resultados más comunes son sexualidad, aborto, familia, hijos, trabajo, igualdad y poco más. Y ese poco más, suele ser, al menos en algunos experimentos realizados, la violencia familiar. Si abandonamos el experimento y nos acogemos a situaciones reales, el resultado queda aún más confirmado. Y si no, miren la preocupación de los socialistas, según Ignasi Pla, por la situación de marginación colectiva de la mujer. Pla ha dicho que es necesario atacar el problema de la desigualdad en el trabajo, de impulsar la conciliación entre la vida familiar y laboral, y que es urgente adoptar medidas para acabar con la violencia doméstica. Las políticas de ayuda a la mujer, impulsadas hace tiempo por el gobierno Zaplana, tampoco se alejan de ese arquetipo femenino que nos persigue.

Es hora ya de intentar explicar qué pasa con esa mujer. Esa mujer que tomó las riendas del pequeño grupo social que es la familia, que se le concedió el poder en ese ámbito, quedando marginada del exterior según las malas lenguas. Esa mujer para la que el tiempo no pasa, porque ni puede, ni la dejan desembarazarse de las ataduras históricas. Se mantiene obligada a reforzar y alimentar el espíritu de la familia, ahora que se ha diluido en muchos tipos y formas familiares. Ni siquiera las adolescentes logran salir del estereotipo tradicional. Algunos datos sobre las actitudes de jóvenes valencianas, revelan que sigue siendo fundamental en su vida la relación afectiva tradicional, comprometida y para toda la vida, aunque al tiempo se declaran sinceramente defensoras de la sociedad abierta, diversificada en sus formas y espontánea en sus estilos.

Sin duda que son muchas las razones que pueden explicar este hecho. Pero si contraponemos sus dificultades a la facilidad con que históricamente el niño consiguió su posición de persona, con voz y protagonismo, rápidamente destaca un hecho. El deseo de igualdad, de ser cómo, de hacer lo que hace el hombre, ha distorsionado la voluntad de ser de la mujer.

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Por eso, por culpa de la voluntad de parecerse, los políticos de un lado y de otro impiden que las mujeres afronten las nuevas posibilidades que el siglo XXI les presenta. Y así por ejemplo, empeñados todos en conseguir la igualdad en el trabajo, se desatienden formas nuevas de actividad laboral, de participación o de compromiso político, que muy bien podían ser acaparadas y dirigidas por las mujeres. Obsesionados con la familia, se olvidan que ya nadie dedica tiempo y energía al hogar. Y preocupados por compaginar familia y trabajo, parecen desconocer que las nuevas formas laborales son ahora flexibles en jornada horaria y diversas en su remuneración, todo lo contrario del puesto laboral tradicional.

Como en otros casos ya clásicos en la literatura, la obsesión por la igualdad ha provocado en la mujer la congelación en el tiempo y vive bajo la tiranía de la reivindicación frente al hombre, intentando alcanzar una sociedad que ya no existe.

Esperemos que Ignasi Pla o las mujeres socialistas que se reunirán el próximo tres de marzo, para desarrollar un plan de acción contra la desigualdad, tengan reflejos suficientes y se den cuenta de que poco se ayuda a la mujer del siglo XXI planteando los problemas desde la perspectiva de una sociedad que estamos superando. Si a la hora de elaborar mecanismos de acción se cuenta en exclusiva con las mujeres, tendrán que aceptar que se diferencian poco de las iniciativas del Partido Popular. Si no tienen reflejos, si mantienen la vieja agenda de contenidos y de protagonistas, entonces las políticas de apoyo a la mujer alimentarán una vez más el arquetipo que no logramos quitarnos de encima.

De seguir así, tendremos que preguntarle a los niños cómo lo consiguieron ellos. O hagamos otro experimento, ¿cuáles son las cinco primeras palabras que se nos vienen a la cabeza ante la palabra hombre?

garzon@uv.es

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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