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Columna
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Rancheras para Zaplana

A veces, deslumbra el sentido político de Eduardo Zaplana, aunque debe andarse con cuidado, no sea que en vez de tomar la Moncloa termine conquistando Los Pinos, y lo metan de sopetón en las negociaciones con el ejército zapatista, que es bastante más duro de pelar que el fino PSOE de Zapatero. El subcomandante Marcos lleva encima todo el descaro del Cerro de la Batalla y no esa mansedumbre merina del Cerro de los Angeles: ni da facilidades ni acepta paños calientes. Pero a pesar de eso y de que Bush le dejó el asiento como una silla vaquera, en la residencia oficial del presidente Fox, Zaplana ha regresado de México con un impresionante entusiasmo internacionalista. Quién nos lo iba a decir. Bien es cierto que el internacionalismo ya no se mira a través de los empañados cristales de los parias de la tierra ni de las famélicas legiones, sino de las pymes, que ofrecen una visión más decorosa y ordenada de la vida. Zaplana, días después de estampar su firma en el libro El acierto de España, llega dispuesto a apadrinar a su anfitrión, en la Unión Europea. Zaplana puede hacer, si no de autor, sí de protagonista de El acierto de México. Fox es su profeta.

Pero además de ese impulso americano, el presidente de la Generalitat ha vuelto de su viaje con una aparente firmeza de estadista en prácticas, y sin pensárselo dos veces, ha desautorizado al portavoz popular en las Cortes, Font de Mora, al pronunciarse contra la reforma de la ley del Síndic de Greuges. ' Yo no soy partidario de modificar las normas y aguanto lo indecible para no cambiarlas'. Esa sí que es una decisión de respeto a los mecanismos democráticos y un ejemplo para algunos dirigentes de su propio partido, que no hacen más que invocar la mayoría absoluta, para darnos gato por liebre. Y es que la mayoría absoluta no puede legitimar la arbitrariedad, ni el interés, ni el triunfalismo empobrecido. Eso, sí, Zaplana, consecuente con sus propósitos, mantiene al catedrático Bernardo del Rosal en su candidatura. Pero lo que enturbia este asunto es la obstinada negativa a que Emilia Caballero, la Síndic en funciones, comparezca ante las Cortes, lea el informe correspondiente al pasado año y argumente su resolución acerca de los barrios Cabanyal-Canymelar. Una actitud que levanta muchas sospechas y que, sin duda, está colapsando el proceso electoral a la Sindicatura.

En medio de toda la memoria gráfica y escrita del ya veinteañero golpe del 23-F, donde sí hubo una trama civil en torno al velador sobre el que elaboró sus listas negras y su canijo revanchismo -qué nos van a contar a estas alturas de la cosa-, Eduardo Zaplana le ha parado los pies a Rita Barberá y a la financiación municipal reclamada por la FEMP, porque primero se tienen que ultimar el traspaso de transferencias a las comunidades autonómicas, y después a los ayuntamientos, según dijo el presidente, en un foro de debate celebrado en Alicante. Un choque que no pasó inadvertido y que hasta dejó perplejo a un público que horas antes había aplaudido a la alcaldesa de Valencia, en sus aspiraciones y exigencias municipalistas. Esa discrepancia y aun ese enfrentamiento de intereses entre políticos del PP parece no solo oportuno, sino revelador: las unanimidades son insoportablemente aburridas, muy de cabaña lanar, y no hacen más que contribuir a la decadencia del sistema. Los populares deberían aprender algo de sus propias contradicciones, ponerle más seso al gobierno, y no perseguir a dentelladas a cuantos disienten, critican y expresan públicamente su absoluto desacuerdo con sus gestiones y actitudes.

Pero Zaplana que regresa de un México lindo y aliado, con esa aparente firmeza de estadista en prácticas que se ha traído de allá, no reconoce la sentencia de la Audiencia Nacional sobre lo que se les debe a los funcionarios. Zaplana afirma en las Cortes valencianas que la sentencia no vincula a la Administración autonómica. Tal vez, si se cantara un par de rancheras, se pondría más a tono.

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