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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El poder del voto

Quien tenía capacidad para hacerlo ha decidido anticipar al 13 de mayo las elecciones del País Vasco. A Ibarretxe no le quedaban ya argumentos -ni siquiera ocurrencias- con las que justificar su tenaz negativa a hacer lo que aconsejaba desde hace por lo menos un año la lógica democrática, la normalidad política y los intereses de la institución que encarna. La convocatoria era una condición ineludible para acabar con el bloqueo político que ha permitido a ETA optimizar el efecto desmoralizador que pretende con sus crímenes.

Había motivos políticos y morales para haber disuelto la Cámara hace tiempo. Como mínimo, desde que Euskal Herritarrok (EH) oficializó su abandono del Parlamento en septiembre, dejando al Gobierno de Ibarretxe en minoría. En una democracia parlamentaria, esa situación conduce a la inmediata convocatoria de elecciones, o al menos a un acuerdo con las otras fuerzas democráticas para fijar la fecha. 'Si de mí dependiera, terminábamos la legislatura; veremos quién se desgasta', declaraba Arzalluz en noviembre pasado. Un mes después, el mismo dirigente consideraba que ya 'han pasado los peores momentos para Ibarretxe'. Se equivocaba, y el efecto no sólo ha sido un acelerado desgaste del lehendakari, sino envenenar como nunca las relaciones entre los políticos, trasladar esa crispación a la sociedad y provocar el desprestigio de las instituciones: el escenario favorito de ETA.

Ello es consecuencia también de la dimensión moral que ha acabado adquiriendo el debate sobre la convocatoria electoral. El lehendakari fue investido con los votos de EH. Ello sólo fue posible por la existencia de una tregua. Rota ésta, cada día que pasaba sin tomar ninguna decisión respecto al Gobierno (pacto alternativo o disolución) se convertía en una afrenta a las víctimas: aceptaba seguir gobernando gracias al respaldo recibido de quienes se habían convertido nuevamente en justificadores de ETA. Ninguna declaración de solidaridad ha podido anular la fuerza de ese mensaje. Y ello ha minado a los ojos de muchos ciudadanos la legitimidad de las instituciones, justo cuando más la necesitaban frente a la ofensiva terrorista. La propia figura del lehendakari se ha visto sometida a un desgaste nunca antes conocido: ni Garaikoetxea ni Ardanza (y mucho menos Aguirre o Leizaola) se vieron en una situación comparable.

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El argumento de que las elecciones no servirían para nada porque los resultados serían más o menos los mismos ha sido muy desafortunado. Primero, porque ese criterio es incompatible con la lógica misma del sistema democrático; pero además, porque es falso: sin tregua, el PNV no podría pactar con EH, luego incluso si se repitieran los resultados habría una nueva situación política, empezando por un Gobierno apoyado sobre una mayoría diferente. El empecinamiento del lehendakari llevó a la oposición a plantear una serie de iniciativas que escenificaran la minoría en que había quedado el Gobierno. Fue así como perdió más de 50 votaciones, algo impropio de un Gobierno en un sistema parlamentario. Ibarretxe intentó contrarrestar esa debilidad en la Cámara con llamamientos de corte peronista a la adhesión directa de la sociedad y a iniciativas como la representada el domingo pasado en San Sebastián.

Por todo ello, la convocatoria era una necesidad. Se despeja una incógnita, aunque queden otras. La primera, si el PNV se presentará solo o en coalición con EA, y con qué programa. Un motivo para optar por la coalición es asegurarse la primera posición en escaños, pero si el PNV y EA van juntos, la opinión pública tenderá a comparar sus resultados no con los del PP o el PSOE en solitario, sino con la suma de ambos. EA defiende presentarse con un programa abiertamente soberanista, pero ello supondría una pérdida entre el electorado nacionalista moderado de las ciudades.

Pese a las exhortaciones del lehendakari a que los demás se definan, su partido es el que tiene más necesidad de hacerlo. Por ejemplo: si su primera opción es un Gobierno nacionalista (PNV-EA) con el refuerzo de IU, como dijo su máximo dirigente, o si tratará de reeditar una alianza con los socialistas, como transmiten otros destacados nacionalistas. Y si sus mensajes van a dirigirse a retener al electorado moderado tentado de irse al PP o a captar con propuestas radicales a esos 50.000 votos que, según algunas encuestas, puede perder EH. Ambas cosas a la vez no son posibles.

Ibarretxe hizo ayer un llamamiento a favor de un comportamiento respetuoso y leal entre los adversarios. Sería deseable que esa lealtad implique la renuncia a utilizar el argumento de que si gobiernan los otros habrá más terrorismo: la batalla por la derrota de ETA deberá ser conjunta de Gobierno y oposición, al margen de cómo repartan el poder los electores.

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