Sembrando pasillos
Las cerca de 1.000 localidades de aforo del teatro de Comisiones Obreras se habían vendido a las pocas horas de anunciarse el acontecimiento. No sé si despacharon un número mayor, o si al final abrieron las puertas, lo cierto es que los amplios pasillos estuvieron apretados durante todo el concierto de gente sentada en el suelo y contenta de poder estar allí.
Es un arte también, reservado a pocos, la capacidad de sembrar los pasillos de espectadores. En Morente es casi habitual. Pero este concierto se presentaba con ciertos riesgos para él, pues llevaba varios meses prácticamente sin cantar, y se llegó a barajar la posibilidad de cancelarlo.
Tenía la voz, en efecto, Enrique Morente, sobre todo al principio, como un tanto seca, como aquejada de inflexibilidad. Por eso, quizá, nos pareció que hizo su primer tema, la caña, a medio gas. Pero el cantaor es un animal flamenco de raza, y poco a poco fue calentando la voz hasta el punto ése en que se sintió bien consigo mismo y comenzó a matizar como a él le gusta, a jugar con sus propios recursos y permitirse, incluso, esos fantásticos cambios de tonalidades tan personales, esas formas de acometer el cante tan morentianas.
Clásico
Enrique Morente hizo un recital de flamenco clásico. Bueno, entendámonos. Clásico en el sentido de que hizo los estilos tradicionales, con las letras y las músicas tradicionales, sin aventurarse a exploraciones musicales novedosas a que tan acostumbrados nos tiene. Pero, obviamente, el cante clásico en la voz de Enrique Morente ya nunca puede ser convencional, porque todo su quehacer se halla inexorablemente impregnado de una intención creativa que le sale en todo momento, me temo que aún no queriendo él (que sí quiere). A lo largo de casi hora y media de cante, esto fue cada vez más evidente, hasta en estilos tan monocordes habitualmente como los tangos, que, sin embargo Morente mueve en términos de insólita jondura.
Juan Habichuela le hizo un acompañamiento exquisito, lleno de libertad, pendiente siempre de la voz, dejándola a su aire cuando la voz se expresaba con fluidez, dándole generoso descanso si parecía conveniente. Nunca como en estos casos uno comprende en toda su dimensión el valor de la guitarra como complemento ineludible del cante. Morente y Habichuela, juntos, son dos maestros que potencian su arte y transmiten belleza, emocionan y se emocionan.
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