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Reportaje:

Garzón, contra todos

Símbolo de la justicia internacional por el 'caso Pinochet' y tras una trayectoria llena de polémicas, el juez se enfrenta ahora a un expediente disciplinario

Josep Ramoneda

La primera reacción de Garzón a la decisión del Consejo General del Poder Judicial de abrirle un expediente fue 'de una frialdad que daba miedo', según una persona próxima al magistrado. En el primer momento, algunos temieron incluso que diera un portazo. 'Ni pienso defenderme', dijo. Unas horas después, superada la irritación inicial, parecía decidido a defenderse hasta el final, siempre dentro del marco del expediente, y a seguir trabajando como siempre, aunque con el expediente a cuestas no sea fácil. 'Lo importante', dijo recientemente a sus paisanos en Torres (Jaén), 'es creer en nuestras propias posibilidades'.

Para bien y para mal, Baltasar Garzón hoy es más que un juez. Después del caso Pinochet, es un símbolo de la justicia internacional, como lo fue en su día el juez de Palermo Giovanni Falcone por su lucha contra el crimen organizado. Cuando, en 1996, Baltasar Garzón y Manuel García Castellón iniciaron las actuaciones contra las dictaduras de Suramérica, muchos pensaron que era una quimera propia del afán de protagonismo de los jueces. Por lo general, sólo desde la conducta obsesiva del que tiene una autoestima desbordada -a Garzón el ego le sale por todos los poros, hasta en las fotografías- se consiguen aquellas cosas que, aunque deseables, parecen imposibles. Garzón tuvo que luchar contra muchas dificultades, empezando por el obstruccionismo de la fiscalía y siguiendo por las maniobras de un Gobierno malabarista del doble lenguaje. Y, sin embargo, se salió con la suya. El 28 de octubre de 1998, la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional aceptó por unanimidad el principio de jurisdicción universal sobre el que Garzón basaba el procedimiento contra el dictador chileno. Un hecho que ha cambiado sustancialmente el derecho internacional. Garzón no ha conseguido procesar y juzgar a Pinochet, dicen los que se resisten a aceptar la importancia de la vía abierta por el juez. Pinochet, contra todo pronóstico, está procesado en Chile. Algo que todos sabemos que no habría ocurrido sin la detención de Pinochet en Londres atendiendo a la petición de Baltasar Garzón, que permitió la ruptura del tabú de la dictadura militar en Chile. Y obligó a los Gobiernos de la Concertación (democristianos y socialistas) a demostrar su voluntad democrática de permitir que la justicia llegara hasta el final. En septiembre pasado, Garzón dio un paso más a favor de una justicia internacional al procesar al ex militar argentino Ricardo Miguel Cavallo. México ha concedido su extradición, por genocidio, terrorismo y torturas.

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Si Garzón tenía fama de juez estrella, el caso Pinochet ha hecho que su estrellato pasara del firmamento español al universal. Garzón es un personaje raro, solitario, obsesivo, que tiene una capacidad de trabajo excepcional. Su carácter y su ambición le han hecho cometer errores. Los dos más evidentes son su breve y conflictiva incursión en la política y el libro de Pilar Urbano.

En 1993 se dio un duelo de seductores entre dos galanes de aúpa: Baltasar Garzón y Felipe González. Inicialmente, González pudo con el juez, aunque, como ocurre en estos casos, ambos creyeron haberse llevado al huerto al adversario. 'Los últimos acontecimientos han demostrado que no te fías de mí, quizás por mi empeñada decisión de llegar al fondo en todos los casos de corrupción', escribe Garzón en su nota de despedida después de haber intentado infructuosamente hablar con un presidente que ya no quería escucharle. La confianza mutua -tema de una impagable conversación entre presidente y juez que transcribe Pilar Urbano- era la coartada que uno utilizó para seducir y el otro para sucumbir a la tentación del poder. Garzón, que pinta a un González que no se enteraba de lo que pasaba en la calle y que no quería enterarse de lo que hacían los suyos -'¡Pobre Luis [Roldán], la han tomado con él!'-, dio el portazo y volvió a la judicatura marcado por aquel mal paso, que produjo evidente rechazo en el mundo judicial.

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Garzón acaba de cometer el segundo gran error: el relato de su vida en diálogo con Pilar Urbano. Un error que puede acabar pagando más caro que el anterior. Y que ha dado una oportunidad a todos aquellos -que son muchos- que llevaban tiempo esperando pillarle. Seiscientas páginas de batallas y batallitas sin reparar en calificaciones y juicios -aunque la intermediación de la Urbano haga difícil delimitar exactamente las respon-sabilidades- es mucha letra disponible para que los agraviados puedan convertir la ofensa en acusación. Otra vez la vanidad. Garzón quiere explicar su verdad al mundo. Pero la verdad de un juez en activo o será parcial o será imprudente. Y en este caso hay, según parece, imprudencias graves que afectan al contenido de los sumarios.

Desde la corrección judicial se dice que Baltasar Garzón es un modelo de juez que no concuerda con el deber de discreción y recato que correspondería a la función jurisdiccional. Más que un modelo, Garzón es Garzón, un personaje difícilmente imitable. Hay que andar con mucho tiento, sin embargo, con los clichés de quienes creen saber cómo y de qué manera ha de comportarse un juez. Los jueces tienen que instruir bien los sumarios y poner sentencias justas, lo demás ya se dará por añadidura. En cualquier caso, la representación escrupulosa del rito judicial no es ninguna garantía en sí. Y, a veces, es el escudo bajo el que se protege una justicia burocrática y cansina. Lo cual no quita que a la persona que ha sido cualificada para sancionar las conductas delictivas de la ciudadanía se le puede exigir cierto deber de prudencia. La imparcialidad del juez no se garantiza sólo con gestos. Garzón no es como personalidad el prototipo canónico del juez. De ello no hay ninguna duda. Sin embargo, habría que preguntarse qué ha pesado más en la construcción de su figura de juez estrella, su modo de ser o el lugar que ocupa.

La Audiencia Nacional, por su peculiar jurisdicción, es una vía directa a las primeras páginas de los periódicos. Las operaciones Nécora y Pitón contra la mafia de la droga, el terrorismo de Estado de los GAL, el caso UCIFA de corrupción en la unidad central antidroga de la Guardia Civil, el tráfico internacional de armas y el caso Al Kassar, el asunto Sogecable-Liaño, la actuación contra Pinochet, o un sinnúmero de procedimientos contra ETA (del asesinato de Yoyes a la cúpula detenida en Bidart) o contra el entorno de la organización (como la clausura de Egin), son temas que llevan incorporado el fulgor mediático, independientemente del juez que intervenga. Y son algunos de los asuntos que han ocupado a Garzón. Dando por cierto el afán de protagonismo que se le atribuye, difícilmente habría encontrado lugar más adecuado para darse gusto al cuerpo. Con este historial no es difícil imaginar que Garzón es una de las personas más amenazadas de España. Por ETA, por supuesto, que le ha buscado reiteradamente. Pero también por el crimen organizado.

Fue la fama de justiciero de Garzón la que hizo que González le escogiera, como imagen de garantía de un lavado general de la corrupción socialista, para afrontar la campaña electoral del 93. Como era fácil de imaginar, aquello fue un viaje a ninguna parte. Desde su elección hasta su renuncia como diputado (9 de mayo de 1994), poco después de que Juan Alberto Belloch sustituyera a Antonio Asunción como ministro del Interior a raíz de la fuga de Roldán, habían pasado once meses. Y Baltasar Garzón salió tocado de aquella aventura. Retomó el caso GAL, que había dejado para ser diputado, entre una inevitable nebulosa de sospechas. El rigor en sus actuaciones y el distanciamiento -a raíz del caso Liaño- de quienes lo utilizaron como un icono en la lucha para desbancar a los socialistas hizo que poco a poco Garzón reconstruyera su imagen de imparcialidad. El caso Pinochet le ha dado fama internacional, pero en España ha adquirido mucha relevancia su tenaz actuación contra la trama civil de ETA, que, hasta su intervención, nadie se había atrevido a tocar. El ministro Jaime Mayor Oreja se lo reconoció con unas palabras de respaldo que van más allá de la simple cortesía: 'También él tendrá que saber superar sus contratiempos'.

Una meritoria biografía no es eximente de responsabilidad alguna. Alcanzar la condición de emblema no da derecho a ninguna impunidad. La democracia está hecha, entre otras cosas, para poner a los líderes sociales en su sitio, pero el recelo del emblema también puede ser un magnífico argumento para el ejercicio del resentimiento. El libro con Pilar Urbano puede que sea un error. Y la apertura de un expediente puede estar justificada. Pero toda limitación a la libertad de expresión ha de ser muy mesurada. Con este criterio, el Consejo General del Poder Judicial pasó de rositas sobre libros de Liaño o del juez Navarro. El expediente deberá delimitar muy claramente lo que sea vulneración de la norma -el secreto de sumario- de lo que sea opinión, por mucho que disguste a los agraviados por Garzón. Pero es indudable que en este momento en que el Gobierno se ha lanzado al desprestigio sistemático del Poder Judicial, como paso previo a controlarlo mejor, no sería una buena noticia para la justicia española que Garzón, el juez más emblemático, fuera sancionado.

Y, sin embargo, el panorama está lleno de enemigos que Garzón ha ido cosechando desde que en 1988 llegó con sólo 33 años a la Audiencia Nacional. La vieja guardia socialista no le perdona el desplante ni su actuación en el caso GAL. Una buena parte de la Asociación Profesional de la Magistratura le reprocha el caso Pinochet. Un sector de la Guardia Civil se sintió violentada por el caso UCIFA. Los amigos de Liaño le consideran un traidor por haber roto la baraja de la conspiración contra Sogecable. Con la fiscalía chocó un montón de veces: la frase del libro que relaciona a Fungairiño con el Cesid forma parte de los motivos del expediente. Muchos sectores de la judicatura recelan de su protagonismo y brillantez. Son legión los resentidos con poder contra este juez con aires de justiciero todopoderoso.

Los cinco vocales de la comisión disciplinaria del Consejo General del Poder Judicial -Javier Moscoso, Elisa Veiga, Ángeles Huet, Benigno Varela y Enrique Arnaldo- han decidido abrirle un expediente después de leer el libro de Pilar Urbano, Garzón, el hombre que veía amanecer. ¿Saldrá Garzón bien librado de este episodio? Su biografía señala que este hombre casi siempre cae de pie. Pero esta vez la suma de su imprudencia y de las ganas que muchos le tienen en el corporativismo judicial se lo ponen realmente difícil.

Baltasar Garzón.
Baltasar Garzón.GORKA LEJARCEGI

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