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Crónica:Ida de los octavos de final de la Copa de la UEFA | FÚTBOL
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Rayo arrasa en un cuarto de hora

El Girondins demuestra que está en decadencia y los vallecanos le destrozan en el tramo final

Diego Torres

La afición del Rayo no pudo contener la angustia. '¡Venga, venga, venga...!', gritó cuando vio que Poschner robaba un balón y se lanzaba a la carrera. El partido parecía condenado al empate, y el Rayo, a sufrir en la vuelta, en Burdeos. El futuro parecía nublarse hasta que el alemán emprendió esa carrera, a quince minutos del final. Vio a Bolic por su derecha, le pasó el balón, y el bosnio marcó un gol con aroma salvador. Una conquista que disparó una goleada histórica para Vallecas. Algo que pareció imposible hasta esta acción, que levantó al Rayo en un partido que se complicó de manera absurda frente a un rival decadente.

Si los hilos de la suerte determinaron que el duelo de anoche elevara al Rayo a la gloria en los últimos quince minutos, en los primeros setenta el espectáculo se aproximó a la mediocridad. Sencillamente porque el Girondins apenas supo batirse en retirada. Optó por guardar su puerta, después de marcar el primer gol, y entonces mostró que tampoco se sabía defender. De tan encerrado que estaba en su terreno se ahogaba él mismo, incapaz de dar tres pases seguidos, sin conductor del juego y sin salida por ningún lado. Sólo Laslandes pisó el campo rayista. Sólo Pauleta, el segunda punta, supo montar un contragolpe, meter pases largos, jugar con inteligencia, desbordar por habilidad o centrar.

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Ante la timidez del contrario, el Rayo jugó mal. No pudo tener el balón y sus elementos más carismáticos aparecieron poco, o lo hicieron sin precisión. Luis Cembranos vivió una noche desafortunada. Comenzó jugando entre líneas, tirado a la derecha, y se le vio apresurado, apurando demasiado las jugadas y los pases, muchos de los cuales terminaron en tierra de nadie. A Michel le ocurrió otro tanto. Quevedo se dedicó al juego táctico, por ejemplo, frenar a Dugarry por la derecha. Helder, en el medio, remó con coraje, aunque limitado por su falta de profundidad y peso futbolístico. Poschner apenas apareció, y eso le pesó al Rayo de manera excesiva. Cuando el alemán regresó de su sueño, fue para comenzar la goleada.

El Rayo asumió la intención ofensiva y el Girondins optó por defenderse y salir al contragolpe. Pero ninguno de los equipos manejó la pelota con ritmo y constancia. Predominaron las faltas y los balones aéreos, y el partido entró en una dinámica de largos tiempos perdidos. Se distraían los futbolistas, de tanto esperar el balón, de tantos intervalos. También el público se hartó de ver pelotazos que salían despedidos del campo a las calles vecinas.

Bolo tuvo mucha de la culpa de que el Rayo no dispusiera más del balón. El delantero centro terminó mal muchas de las jugadas de su equipo, pero lo peor fue que lo condicionó. Como todos los balones terminaban en sus botas, y como se mostraba tan rígido para pivotar, generalmente lo que hacía era traspasar la posesión al Girondins. Sin embargo, tuvo el mérito de poner el balón a los pies de De Quintana para que éste hiciera el gol del empate.

El Girondins que pisó el maltrecho césped de Vallecas fue un pelotón de rezagados. Un resabio torpe del equipazo que dominó la Liga francesa a mediados de los noventa. Por lo visto ayer, ya va quedando poco que rascar en una plantilla diezmada por los traspasos.

Poco ofrecía el Girondins, pero no al punto de despreciarlo, como pareció hacer Ballesteros a dos minutos del comienzo. De otra forma no se explica que de un saque de banda, el veterano Laslandes recibiera solo a cuatro metros del marco de Lopetegui. El enorme delantero francés pisó el balón, se encorvó, y sin quitarle los ojos de encima lo remató a gol. El tanto condicionó el resto del partido. Los franceses tiraron dos remates a los palos y estuvieron a punto de meter al Rayo en un problema grave, de no haber sido por la carrera redentora de Poschner y la magia que enalteció al Rayo en los últimos minutos. Esos quince minutos de exaltación que borraron el recuerdo del partido aburrido por el de un encuentro histórico que terminó en goleada y en fiesta.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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