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Columna
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Alcaldesa vitalicia

Hoy hace una semana que la izquierda política valenciana se desayunaba con la noticia de que Eduardo Zaplana confirmaba urbi et orbi desde Madrid su compromiso de no competir por la Generalitat en las próximas elecciones autonómicas. Sin duda, una buena noticia para el primer partido de la oposición, el PSPV, que atisba así la posibilidad de recuperar parte del espacio perdido. En todo caso, avizora la seguridad de no padecer otro revolcón en las urnas. Cualquier otro adversario o adversaria será siempre más asequible, tal como reconocen algunos cofrades menos obstinados y más veteranos del partido. De ahí que crucen los dedos para que el presidente no reconsidere el obsequio que les acaba de hacer.

El gozo habría sido completo si la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, hubiese seguido el ejemplo del Molt Honorable. Pero no ha sido así. La edil se ha apresurado a declarar que ella no se pone ningún tope. Con toda seguridad ha de pensar que ya lo pondrá la Providencia. A ella -y eso es obvio- le gusta tanto el Ayuntamiento que lo tiene por suyo y ni siquiera siente la menor fatiga después de pechar con tres legislaturas. 'Soy feliz así', ha dicho, como si los cargos públicos, y éste en particular, estuviesen diseñados para la complacencia personal. Y la verdad es que desde el primer día que empuñó la vara de mando se la ve holgada, en perfecta simbiosis con la poltrona. Milagro será que no se declare titular vitalicia de la misma y lo consiga por aclamación.

En esta parcela municipal, pues, habrá que soslayar toda esperanza de abrir hueco en la mayoría absoluta que conforta a la dama. Y de relevarla, ni hablemos. El cap i casal es suyo, por más que sus críticos y no pocos analistas señalen bolsas vecinales de insatisfacción, así como abundantes dosis de pompa y circunstancia. De poco sirve. Es tanto como ir a la guerra con pistolas de agua. Prueba de ello es que pasan los años y las citas electorales sin que la preeminencia de la alcaldesa haya sufrido la menor merma. Aunque resulte paradójico, mañana mismo volvería a revalidar su victoria en zonas urbanas damnificadas, como Ciutat Vella o El Cabanyal, por citar enclaves justamente cabreados.

Yo comprendo que el fenómeno, que de eso se trata, irrite sobremanera a la oposición, que no ha descubierto todavía la fisura por donde hincarle el diente a tan abrumadora hegemonía. Ayuna como está -la oposición, digo- de un modelo de ciudad, su labor de zapa se limita a poner en solfa asuntos laterales. O imposibles para todos, como el mercadeo de la droga. La alcaldesa, por su parte, tampoco brinda el menor pretexto para ser abatida. Palabras, las justas. Ideas, las del programa. Ingeniosidades o agudezas, en el circo. Decisiones, las que son avaladas por la inmensa mayoría. Riesgos, pues, cero, y sonrisas a granel, vengan o no a cuento. La verdad es que puede permitirse el lujo de torear de salón.

Con lo cual no ha de sorprendernos que se sienta con fuelle para afrontar el siglo sin emplazar su retiro. Pasarán Zaplana, Ana Noguera volverá a estrellarse si repite de candidata, y también el candidato que le tome el testigo. Rita, jovial y berroqueña, seguirá desafiando los diagnósticos sociológicos. La democracia gasta estas bromas y nos pone a prueba la paciencia. Ella es feliz.

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