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51º FESTIVAL DE BERLÍN

'Traffic' y 'La ciénaga' reanudan los lazos perdidos del cine con la inteligencia subversiva

Argentina y Estados Unidos traen dos vigorosas aportaciones al pesimismo contemporáneo

Lo más singular del cotejo -ayer, en la primera jornada competitiva de esta Berlinale- entre Traffic y La ciénaga es que su cercanía recíproca tiene forma de choque. Son obras éticamente cercanas, pero estilísticamente muy divergentes. Las hermana su mirada limpia a un tiempo que corre igual de sucio en una punta y otra de América. Pero ahí se acaba el parentesco, y la pantalla del Berlinale Palast dio ayer testimonio de dos formas casi opuestas de hacer cine que, no obstante, se complementan, porque ambas son arte de lucha y su energía motora es el mismo estado de espíritu, la indagación de una cámara libre en los dolorosos territorios de las ciénagas contemporáneas, los basureros de la historia.

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Contundente Soderbergh

Lucrecia Martel es una joven documentalista que en La ciénaga, su primer largometraje, entra con la cámara abierta de par en par en la vida diaria, sórdida y en caída lenta e inexorable a la dejadez y el abandono, de una familia de la pequeña burguesía argentina en una ciudad norteña, fronteriza con Bolivia. Apenas nada, ninguna aventura, ningún vuelco emocional, ningún suceso relevante, ocurre entre las cuatro paredes del ámbito muerto y sin calidades de la casa.

Pero poco a poco se va abriendo paso en la pantalla la sospecha de una agobiante tensión de espera, la inminencia de algo impreciso pero terrible que puede ocurrir, que va a ocurrir o que quizá está ya ocurriendo y es todavía imperceptible. El tiempo de esa lenta y agobiante espera viciada, de ese espeso y enrarecido tiempo cotidiano, es el de un permanente, apático e inútil deseo de huir de allí, de escapar de la opresión del ambiente de derrota colectiva que flota en la espesura del aire de la casa, en su abandono, en la suciedad y la sensación de hedor y de hacinamiento que la invaden.

Y ese tiempo de espera adquiere, poco a poco, en la mirada libre de la cámara de Laura Martel, una nítida condición de metáfora, de espejo singular del estado interior de una colectividad perturbada. Ignoro con qué grado de voluntariedad, pero hay una fortísima capacidad referencial de la pantalla de La ciénaga respecto de la vida de ahora, ahogada por la argolla de un siniestro pasado aún no cerrado, en Argentina; y lo hay también, obviamente, respecto del modelo de sociedad en que ese país -como el nuestro, como el de todos- está atrapado, aprisionado. La pura ficción se hace así puro documento, una indagación despiadada de nuestro subsuelo cotidiano, porque su verdad no da respiro, es irrespirable.

El trasvase de formas entre la ficción y el documento es en Traffic aún más ágil, fluido y generoso que en las angosturas de La ciénaga. El deslumbrante juego entre la indagación periodística televisiva y el thriller puro es continuo en esta nueva -y, con mucho, la más ambiciosa y mejor elaborada- película del ex niño prodigio del cine estadounidense Steven Soderbergh, que mueve con un desparpajo y una exactitud asombrosos un largo reparto, encabezado por Michael Douglas, Don Cheadle, Dennis Quaid, Catherine Zeta-Jones y el puertorriqueño Benicio del Toro, que logra una composición de arrolladora vitalidad, en los bordes de la genialidad interpretativa.

La película está en gran parte rodada en idioma español. Transcurre su violenta galería de sucesos de la mejor estirpe del género negro en los bastidores, los entresijos y los vericuetos por donde se mueven las bandas de los narcotraficantes, y sus réplicas policiales, en la frontera de las dos Californias, la estadounidense y la mexicana. Su desarrollo obedece a un crescendo trepidante, magistral, lleno de velocidad, casi extraído de un noticiario, pero que por desgracia conduce a una zona de desenlace completamente arbitraria e inoportuna, que desmiente con una blanda caída en el tinglado comercial oportunista del happy end, la rigurosa dureza del planteamiento. Pero, sin embargo, merece la pena olvidarse de la cobardía final de Sorderbergh y su equipo, para recordar su osadía previa al arrugamiento.

Moralina

Pero no es de recibo que el mejor, el más inteligente sector del cine norteamericano, el que ha decidido escapar de las leyes, humillantes para los cineastas de casta, del negocio de Hollywood, acabe en su propia casa imitando a lo más rastrero de estas leyes. Traffic, con todas las servidumbres de distribución que se quieran, es una película que merece beneficiarse del prestigio que ha adquirido la producción independiente de su país en los mercados del mundo. Por eso no se entiende que el rigor de su autoexigencia se desvíe al final hacia una resolución de la película en clave de moralina. Es más que dudoso que las ventas de esta notable película aumenten a causa de las escenas finales de boba claudicación. Da la impresión de que, resuelta así, la película pierde una parte importante de su atractivo y que, por tanto, pierde parte de su público natural.

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