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Columna
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La mejor España

José María Aznar ofició el pasado sábado de invitado estelar en la solemne proclamación pública de Manuel Fraga como candidato por el PP a la Xunta de Galicia. Pero sería un error atribuir el protagonismo del jefe del Gobierno español en el acto de Santiago a un mero detalle de deferencia personal hacia su viejo padrino político. De hecho, la convocatoria de las elecciones autonómicas gallegas constituía una cuestión de alcance estatal desde que se la vinculó con la celebración de los comicios vascos, y ha sido justamente el afán de evitar la coincidencia lo que llevó al partido de la calle de Génova a empujar a Fraga a posponer las elecciones tanto como le permita la ley, con la esperanza de que Ibarretxe no pueda aguantar tanto. Ahora, una vez fijadas en la agenda para la primera quincena de octubre e investido su presidenciable, las palabras y los gestos de Aznar dan a entender que no considera la campaña gallega de los próximos meses como una simple escaramuza regional que se disputa en campo propio, sino como el ensayo general o el escaparate para las ideas y los modos con que piensa encarar todas las contiendas en éste su cuatrienio de la mayoría absoluta.

Si comenzamos por las ideas, con el pretexto de la política gallega el líder máximo del Partido Popular ha repetido últimamente dos o tres: la demonización caricaturesca del 'extremismo nacionalista' del BNG, de 'los amigos de Estella', de 'las aventuras de los que quieren jugar a la autodeterminación, los que proponen segregaciones o los que quieren encerrarse en sí mismos'; la descalificación de los socialistas ('los que pactan con los amigos de Estella') por sus acuerdos locales con el Bloque, por carecer de un proyecto nacional fuerte y unitario, y la afirmación reiterada de que sólo el PP es capaz 'de echarse a la espalda los problemas y las ambiciones de España'. Y bien, no hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que lo que hoy vale contra el BNG mañana puede valer contra Convergència i Unió, y la munición que ahora se dispara contra los socialistas gallegos perseguirá en el futuro a Maragall el catalanista, el aliado de Esquerra. ¿Existe alguien lo bastante ingenuo para creer que, una vez puestos en marcha todos sus mecanismos políticos, mediáticos e intelectuales, la vasta empresa de reconquista españolizadora se va a circunscribir al País Vasco, o al País Vasco y Galicia?

En cuanto al estilo con que Aznar ha abordado el arranque de la precampaña gallega, éste se resume para mí en la imagen renqueante del casi octogenario Fraga Iribarne -el ominoso abuelo cebolleta de la derecha española- subiendo al escenario del Palacio de Congresos compostelano para que, una vez allí, el presidente del Gobierno dijese de él que 'representa la mejor España posible, plural y constructiva, sin autodeterminaciones ni aventuras segregacionistas...'.

¿La mejor España? Una cosa es que Aznar, en ese mismo acto, se vanagloriase de no haber conocido ni la guerra, ni la posguerra, ni apenas la transición (faltaba a la verdad, porque sí vivió el franquismo, sólo que desde la yema del bando vencedor; véase si no la biografía de su padre, fallecido recientemente). Pero otra cosa distinta es que insulte la memoria y la inteligencia de quienes de veras padecieron y pelearon bajo y contra la dictadura presentando a Manuel Fraga como un político ejemplar; más aún, como la encarnación -algo vetusta- de la España que él, Aznar, propone para el siglo XXI. ¿Fraga, el volcánico panegirista del franquismo en sus años ministeriales, un modelo? Fraga, el de los tirantes rojigualdos, el de 'la calle es mía', el responsable político por los manifestantes asesinados en Vitoria en 1976, el adversario frontal del Título VIII de la Constitución, ¿uno de los grandes artífices del tránsito a la democracia? Fraga, el que después de haber trufado su discurso sabatino de aceptación de la investidura con toda clase de referencias a los Reyes Católicos, al Gran Capitán, a santa Teresa, a Carlos III, a Alfonso XII y hasta al apóstol Santiago, tiene los bemoles de declarar al día siguiente, en una entrevista dominical, que 'los mitos nacionalistas son falsos'. Si ese es el personaje que compendia 'la mejor España' que el PP puede ofrecernos, ¿cómo será la peor?

Cuentan las crónicas que cuando, poco después de haber realizado la refundación de AP-PP y de haber puesto a su frente al novel José María Aznar, Manuel Fraga aspiró por vez primera, en diciembre de 1989, a presidir la Xunta de Galicia, prometió públicamente permanecer en el cargo sólo durante dos legislaturas, y buscar entretanto 'un Aznar gallego' que le relevase. En cuanto a lo primero, es obvio que ya ha incumplido dos veces su palabra, y en cuanto a lo segundo, parece más bien que es Aznar quien, bajo el síndrome de la mayoría absoluta, tiende a convertirse en un rejuvenecido Fraga español. El socialista Rodríguez Zapatero ha dado ya una discreta voz de alarma al denunciar el 'preocupante giro a la derecha' del jefe del Gobierno. Otros compartimos esa preocupación a la vista, por ejemplo, de la desvergüenza con que se minimiza el franquismo: medalla a Melitón Manzanas, medalla a Carrero Blanco, elogios hiperbólicos a Fraga... Y nos preguntamos si no es tiempo ya de que el PSOE endurezca su labor opositora en vez de andar haciendo idílicos planes de futuro junto al PP para cuando gobiernen coligados en Euskadi.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea de la UAB.

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