Disidencia y fascismo
En un artículo publicado en EL PAÍS el 17 de enero, el catedrático de Ciencia Política Joan Subirats señalaba la importancia de marcar una frontera nítida entre el terrorismo, en este caso el de ETA, y la disidencia política y social. 'La fuerza de la democracia reside en la aceptación institucionalizada de su posible puesta en cuestión, siempre que se respeten las reglas de juego que excluyen la violencia', señalaba. Totalmente de acuerdo. Días después, en las mismas páginas, Josep Ramoneda retomaba el tema en un artículo titulado 'ETA y Cataluña'. Creo que la reflexión nos debe conducir a la siguiente conclusión: es bueno y necesario que surjan y se consoliden movimientos sociales capaces de poner en tela de juicio los aspectos más inhumanos del capitalismo posindustrial, pero siempre desde la razón y la democracia, nunca desde la violencia y la imposición.
Esto es lo que no ocurre entre algunos sectores sociales supuestamente críticos con el sistema. Me refiero, por ejemplo, a determinados segmentos del movimiento okupa y del independentismo radical catalán. Piensan, se comportan y actúan como auténticos guerrilleros de Cristo Rey. Hijos de papá en su gran mayoría, huelen a fascismo a la legua. No es un fascismo a la vieja usanza, es un nuevo fascismo de pelo largo y aros en las orejas o la nariz, pañuelo palestino y citas de Bakunin o Zapata, un fascismo rojo que apoya a Castro o entiende a ETA. Eso sí, es un fascismo que hace las delicias de algunos intelectuales de izquierda bien integrados en el sistema.-
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