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La cuestión de Davos

Timothy Garton Ash

Era sábado por la noche en el centro de congresos de Davos, y un grupo negro surafricano llamado Soundz of Africa estaba en escena cantando canciones nativas. Los hombres de Soundz llevaban camisetas de algodón y bandas de colores brillantes en la frente; las mujeres, sombreros alargados y cortos mantos, y movían sus pesados cuerpos con una gracia impresionante. El público, principalmente blanco, mujeres delgadas y enjoyadas, hombres con esmoquin o trajes elegantes -que en este momento representan, individualmente y en conjunto, la mayor concentración de riqueza privada del mundo- dio palmas, pidió un bis y se puso en pie para aplaudir. ¿Quién dice que al norte rico no le interesa el sur pobre?

Los manifestantes en contra de la cumbre de Davos a quienes la policía había impedido llegar a la estación de montaña se desmandaban, mientras tanto, en Zúrich, incendiando coches y contenedores cerca de la principal estación de ferrocarril. 'Nosotros pagamos el pato de Davos', afirmó un policía de Zúrich, y los periódicos suizos llamaron a ese día 'sábado negro'. Además de a los gamberros, se impidió que se acercaran a muchos manifestantes más pacíficos, incluido un miembro del Parlamento Europeo.

El centro de congresos de Davos estaba rodeado de altas vallas metálicas, policía armada y grandes serpientes de alambre de espino a lo largo de la nieve. Me di cuenta en cuanto llegué de que el centro de la concurrida localidad de esquí estaba inusualmente tranquilo. El silencio parecía anticipadamente tenso, mientras los comerciantes locales cerraban sus tiendas y se extendía el rumor. 'Han bloqueado la carretera de Zúrich', contaba la gente; y después: '¡Han llegado a Klosters!'. Era casi como estar en el Palacio de Invierno esperando la revolución.

'¿Hay manifestantes en la ciudad?', pregunté a un policía el sábado por la mañana. 'Bueno, no lo sabemos, porque se cuelan como gente corriente'. (Sedicioso pensamiento: ¿quizá sean gente corriente?). Al final, unos doscientos o trescientos consiguieron entrar, se manifestaron pacíficamente y fueron empujados de nuevo hacia la estación de ferrocarril por una gélida ráfaga de un cañón de agua.

Con los acontecimientos de este año, se presenta la cuestión de Davos. En la última década del siglo XX, 'Davos' -es decir, las reuniones anuales del Foro Económico Mundial que se celebran en este lugar- se convirtieron en un símbolo de triunfo del capitalismo planetario. El especialista en Ciencias Políticas de Harvard Samuel Huntington acuñó el término 'hombre de Davos' para identificar a un miembro de la nueva élite mundial. (Huntington estaba presente este año; pero el inventor del hombre de Davos siempre fue un hombre de Davos). A comienzos del siglo XXI, se ha convertido en el centro de la reacción contra el capitalismo planetario. Este año, por primera vez, se celebró una cumbre antidavos en Porto Alegre, Brasil, y hay otra prevista para 2002.

No se puede decir que los manifestantes sean en su mayor parte los perdedores directos de la globalización. De hecho, las tecnologías de la globalización facilitan su trabajo. El teléfono móvil e Internet son ahora una parte esencial de la caja de herramientas de los modernos manifestantes. Y Davos es el blanco perfecto, con todos los medios de comunicación reunidos en un lugar pequeño y pintoresco. Un día, cuando volvía a mi hotel, me encontré a tres empresarios elegantemente vestidos de pie ante él. Dos policías estaban hablando con ellos, y detrás de los policías había una batería completa de cámaras de televisión. Los empresarios eran en realidad manifestantes vestidos de hombres de negocios. Davos les proporcionaba el multiplicador de publicidad soñado.

La cuestión de Davos es dos cuestiones al mismo tiempo. La primera es cómo reaccionar ante lo que, tras las protestas de Seattle, Praga y Niza, se está convirtiendo claramente en parte de la normalidad en cualquier reunión internacional importante. ¿Cuál es, por así decirlo, la etiqueta del diálogo? ¿Cuál es el equilibrio correcto entre la seguridad y la libertad? Representantes de organizaciones no gubernamentales que participaron en la reunión del Foro Económico Mundial expresaron su preocupación ante la restricción del derecho de las personas a manifestarse pacíficamente. Otros con los que hablé manifestaron que la policía suiza se había excedido innecesariamente. En la cumbre europea de Niza, por el contrario, decenas de miles de personas recorrieron una de las calles principales a tan sólo cien metros del centro de congresos donde se reunían los dirigentes europeos. Desde la entrada se oían con claridad sus cantos y el resonar de sus tambores. Así es como debería ser. Pero esto no es fácil de controlar en un estrecho valle de montaña, con sólo dos estrechas carreteras principales, y tantos elementos de riesgo (Yasir Arafat, Simon Peres, los presidentes de Serbia y Albania) moviéndose por la ciudad.

La segunda cuestión sobre Davos, mayor y más importante, es: ¿se pueden encontrar vías desde el interior de este marco de triunfante capitalismo planetario para ofrecer a los pobres del mundo una senda transitable por la que puedan salir de la pobreza? (Y hacerlo, debemos añadir, sin destruir el mundo natural de nuestros hijos y nietos). El presidente mexicano, Vicente Fox, inauguró la reunión de este año recordando que se calcula que unos 1.200 millones de personas viven con menos de un dólar al día. ¿Hay alguna duda de que éste es el mayor problema al que se enfrenta hoy en día la humanidad?

¿Pero cómo se puede solucionar? ¿Quitándoles a los ricos para darles a los pobres? En acontecimientos tan lujosos, con su champaña, sus elaboradas comidas y todo tan caro, uno tiene de vez en cuando pensamientos a lo Robin Hood (¿o son a lo Jesucristo?) sobre, pongamos, cuántas aldeas africanas se podrían sostener con el coste de esa comida. 'Más caridad' no es una respuesta que haya que rechazar a la ligera.

¿O erigiendo un sistema económico básicamente diferente? Pero el siglo XX fue testigo de los más grandiosos intentos para conseguirlo, y los resultados fueron siempre peores. No es posible distribuir lo que no se produce, y para maximizar la producción hace falta libertad y, sí, el aderezo de la avaricia humana. El marco del capitalismo planetario es el peor punto de partida posible, aparte de todos los demás puntos de partida que periódicamente se han ido probando. Mi formulación de la principal cuestión de Davos es cuidadosa. No he dicho 'eliminar las diferencias entre ricos y pobres', ni siquiera 'sacar a los pobres de la pobreza'. He dicho ofrecer una senda transitable para salir de la pobreza.

Pero parte del trabajo más interesante lo está haciendo gente que estaba dentro del centro de congresos. Aquí conocí la existencia de netaid.org, una iniciativa de Cisco y Naciones Unidas para ayudar a luchar contra la pobreza ofreciendo donaciones a través de Internet. Aquí estaba el economista de Harvard Jeffrey Sachs,en otro tiempo conocido como el apóstol de la economía del libre mercado en el mundo poscomunista, pero ahora centrado en el establecimiento de políticas de desarrollo para los países más pobres. Aquí estaba Jacques Attali, con su ambicioso proyecto PlaNet Finance, un proyecto de microcréditos en Internet. Y aquí estaba Jay Naidoo, en otro tiempo sindicalista surafricano que lideró la lucha contra la segregación racial. Naidoo me dijo que en toda África del Sur hay posibles empresarios que no pueden salir de la pobreza por carecer de un pequeño préstamo asequible. Ayuda para ayudarse uno mismo.^M¿Simple escaparate para un festín de ricos? Creo que no. Davos es muchas cosas. Es, por ejemplo, un lugar donde actores políticos amargamente divididos se pueden reunir y hablar. (Este año estaban presentes los líderes de casi todos los países de los Balcanes). Ahora Davos tiene que poner a los representantes de los pobres y no poderosos en diálogo con los ricos y poderosos. Naturalmente, éste es también un lugar donde los ricos se unen para hacerse más ricos. Difícilmente se puede esperar que los grandes empresarios paguen 16.000 dólares por el privilegio de reunirse para hacer más pobres a los ricos. Pero es razonable esperar que se reúnan para hacer más ricos a los pobres.

Sospecho que será por esta capacidad para dar respuestas creíbles en esta dirección por la que se juzgará a 'Davos' en los próximos años. Los airados sonidos de África han penetrado en la fortaleza de la montaña, y harán falta más que aplausos para apaciguarlos.

Timothy Garton Ash es periodista e historiador británico, autor de Historia del presente. Este año participó en la reunión del Foro Económico Mundial en Davos.

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