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Crítica:CRÍTICA | MÚSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Con oficio

No fue una performance ni un espectáculo provocador, aunque el nombre de Carles Santos lo evoca. La secuencia de hechos apuntaría en otra dirección: la Universidad encarga una obra conmemorativa de la bula fundacional del Papa Borja. El compositor intuye que su cliente desea una aproximación crítica -a la vez que tierna- sobre Alejandro VI y toda su familia. Santos busca un texto adecuado, el de Joan Francesc Mira. Analiza los parámetros expresivos y encuentra un formato que se pliega bien a ellos: una cantata profana para cuatro solistas, coro y orquesta. Entronca así con una tradición que va desde al Barroco al siglo XX, que tiene demasiados momentos gloriosos como para no tener miedo a afrontarla. Pero la afronta: quizás porque a la vez que provocador ha sido siempre músico. Un buen músico.

Carles Santos

L'adéu de Lucrècia Borja, encargo de la Universidad de Valencia para el 500 aniversario de su bula fundacional. Antoni Marsol, Mª José Riñón, Silvia Tro, Antoni Comas, solistas. Orfeón y Orquesta Filarmónica de la Universidad de Valencia. Palau de la Música. Valencia, 3 de Febrero.

Y, de esa manera, L'adéu de Lucrècia Borja consigue emocionar al público. Porque la música es buena y porque cuenta con el apoyo de un texto conciso y vigoroso: la historia de Lucrècia y, con ella, de toda su familia, se explicita y condensa en una escena donde le dice adiós a su padre, en presencia de la madre y el hermano. Las complejos vínculos entre ellos, -amor, rivalidad, obediencia, asunción del destino, frustración- y las coordenadas históricas que los envuelven -la lucha por el poder y la esclavitud que conlleva, en el marco de la Italia renacentista- quedan al descubierto con efectividad y hondura. En sólo sesenta minutos.

Santos picotea de aquí y de allá. En el estreno del sábado había ecos de Prokófiev -del Prokófiev cáustico y del Prokófiev lírico-, había también ciertas resonancias de Orff, había algo de música minimal; estaba, en primer término, el gran piano -su 'pantera imperial', como él acertó a denominarlo-, había resonancias renacentistas en una especie de caccia que inició la obra, y había -se ha dicho ya- la configuración de cantata que pone en escena, con su mera presencia, una tradición larga y noble. El toque de las dolçaines, al igual que la actitud irreverente del piano, fueron los elementos distanciadores más visibles, aunque no los únicos: tampoco es cuestión de hacer una cantata como si el tiempo hubiera transcurrido en balde.

Era lógico, en una conmemoración universitaria, que se recurriera al coro y a la orquesta de la Universidad. En tanto que formaciones de carácter amateur, sólo cabe aplaudir su participación en una obra de considerable dificultad. Dificultad apreciable también en la parte de los solistas, entre los que resultó bien interesante la voz de Silvia Tro, hermoso instrumento que proporcionó un atractivo especial al papel de Vannozza.

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