NEORREALISMO EN LA LÍNEA 64
Roma. La línea de autobuses 64, bautizada porque arranca desde el Vaticano, es la más famosa de la capital italiana por la atmósfera neorrealista de sus autobuses; llegan a la estación Termini y siempre van abarrotados de viajeros, entre ellos muchos chorizos y tocones.
En la espléndida Roma posjubilar quedan todavía reductos donde se respira la atmósfera del neorrealismo. Uno de estos territorios evocadores es el autobús 64. El aspecto del vehículo puede despistar, porque los 64 son flamantes autobuses pintados de naranja y rojo, amplios y modernos (salvo por la ausencia de aire acondicionado), con espacio reservado incluso a hipotéticos viajeros en silla de ruedas (que tienen la sensatez de no cogerlo).
Lo que hace del 64 un autobús diferente a todos (o casi todos) los que circulan por Roma, son los pasajeros y lo que un sindicalista llamaría, la conflictividad a bordo. No tendría por qué ser así. En el argot de los conductores de la Atac, la empresa municipal de transportes romana, el 64 es una línea bautizada porque arranca del Vaticano, a un paso de la inmensa cúpula de la basílica de San Pedro.
Pero si los orígenes son virtuosos, el destino final del autobús está, claramente, en un área de pecado. La línea finaliza (o comienza), en la estación Termini, un territorio complejo, microcosmos de vida ciudadana irregular por el que cruzan viajeros, chorizos de poca monta, taxistas piratas, inmigrantes en busca de algún empleo ocasional, desocupados y vagabundos.
Las oscilaciones sociales del recorrido se notan apenas pone una el pie en el autobús. A medida que abandona los límites del Estado Vaticano para adentrarse en el corazón de Roma, al pasaje de exóticas monjas africanas y sacerdotes en clergyman, turistas y ciudadanos comunes se va añadiendo a la fauna del 64: carteristas y tocones (acosadores sexuales), sobre todo. Algunos toman posiciones desde el inicio del viaje, en la terminal de la estación de San Pedro, atentos al momento de mayor despiste de la posible víctima.
Para los carteristas, las mejores condiciones de trabajo suelen producirse cuando el autobús desciende hacia el subterráneo que desemboca en la Piazza della Rovere y los turistas tienen ocasión de contemplar la cúpula gigantesca de la mayor basílica de la cristiandad. En ese instante de admiración profunda, las manos hábiles de los chorizos de a bordo suelen funcionar con facilidad.
Otro momento delicado es la llegada a la parada del palacio de la Cancellería, a un paso de Piazza Navona. O un poco más adelante en la populosa plaza de la Torre Argentina. En cualquiera de las dos paradas espera casi siempre un grupo de jóvenes nómadas, yugoslavas la mayoría, que invaden el autobús cargadas con bebés diminutos. Los asiduos del 64 conocen casi por su nombre a estas chicas y no suelen reservarles una bienvenida afectuosa. Al grito de 'Fuori, ladri', han llegado a expulsarlas más de una vez.
Y eso que, el viajero del 64 sabe que subirse a la plataforma es aceptar condiciones casi inhumanas de transporte. Por extraño masoquismo, los conductores de esta línea no abandonan jamás la terminal hasta que el vehículo no está lleno hasta la bandera. Y cuando por fin lo hacen, mantienen escrupulosamente la norma de parar y abrir las puertas en todas las paradas. Los que esperan en tierra tampoco suelen desmoralizarse ante un autobús repleto y se lanzan al abordaje por cualquier fisura abierta. Los usuarios del Atac son sufridos, pero indisciplinados. Es raro que se suban al autobús por la puerta de entrada o que salgan por la de salida. Normalmente se funciona a la inversa, quizá como pequeña venganza.
No hay estadísticas oficiales, pero cualquier usuario habitual del 64 sabe que en una semana puede presenciar (o verse envuelto) en unos tres altercados de media.
La suerte puede agrupar los tres en un solo recorrido que puede comenzar así: martes, 10.45. En Torre Argentina, un anciano en buenas condiciones, pero no dispuesto a viajar emparedado entre dos grupos de altísimos turistas, se encara con una señora que ocupa uno de los asientos destinados, según el letrero bien visible, a mutilados de guerra o de trabajo. 'La prego, sono invalido', dice. La mujer, un poco azorada, le cede inmediatamente el sitio y se adentra en la masa humana erizada de carteras, bolsos, maletas, paraguas.
Minutos más tarde vuelven a alzarse voces destempladas desde el fondo del vehículo. 'Schifoso' (asqueroso), se oye decir a una mujer. Alguien ha visto a un tipo aproximarse demasiado a una turista americana que no se había percatado de nada. El hombre intenta defenderse. 'No la estaba tocando. ¿Dónde quiere que me meta?'. Pero, por si las moscas, apenas se detiene el autobús desaparece por la puerta.
El año pasado se denunciaron 545 incidentes en autobuses de línea urbana en la capital. Una cifra modesta, aunque no representa ni siquiera una mínima parte de los que ocurren. De todos los sucesos denunciados, el caso más sorprendente ocurrió el verano pasado, cuando un brasileño residente en Roma fue detenido por masturbarse en un autobús delante de dos turistas nórdicas. La noticia ocupó un amplio espacio en las secciones locales de los principales diarios. El autobús era, naturalmente, un 64.
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