_
_
_
_
LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nabokov en el Piccolo

'Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta'.

Así comienza la celebérrima Lolita, la novela de Vladímir Nabokov. Rechazada por un montón de editoriales -por la 'perversa' atracción que el cuarentón profesor Humbert Humbert siente por las nínfulas, y por incestuosa-, la novela se publicó finalmente en París, en inglés -la lengua en que fue escrita-, en 1955, por Olympia Press. En España puede encontrarse (en la traducción castellana de Enrique Tejedor) en la Biblioteca Nabokov de Anagrama, donde ya va por la decimocuarta edición.

En el Piccolo, Lolita es Elif Mangold, una chica de 18 años que no aparenta más de 14. De padre alemán y madre turca, resulta una nínfula sabia, con una lengua bífida, que te atrapa

Lolita (su título original), novela escandalosa que traje de París y estuve leyendo con devoción en el estío de 1956, en Blanes. Luego se la pasé a mi padre, quien no sólo no la terminó sino que incluso se permitió escribir en Destino uno de sus antepalcos, en el que decía pestes de la novela de Nabokov. Y no contento con ello, se pasó parte del verano dándole la lata, en la terraza del Casino, a la pobre Elena Soriano, la autora de La playa de los locos, sobre el 'energúmeno' de Nabokov, mientras Elenita Arnedo, su hija, mi Ele-ni-ta (que años más tarde se casaría con el futuro superministro Boyer), y un servidor nos reíamos en la mesa de al lado viéndoles discutir al tiempo que nos regalábamos con un helado de chocolate y fresa. Pues sí, mi padre -el mismo que a mis 14, 15 años me había recomendado la lectura de Céline: 'Primero Céline, luego Sartre'- detestaba la Lolita de Nabokov. Y es que los padres, amén de raros, no siempre suelen ser perfectos. Nadie es perfecto, como dice Osgood Fielding (Joe E. Brown) al final de Con faldas y a lo loco.

De Lolita se hizo, en 1962, una adaptación cinematográfica, con el mismo título, no menos escandalosa y una pizca genial. La firmó Stanley Kubrick, y entre sus intérpretes figuraban James Mason, Shelley Winters, Peter Sellers y Sue Lyon, que hacía de Lolita. ¿Quién no recuerda aquella imagen inicial de James Mason (Humbert Humbert) pintando las uñas de los pies a Sue Lyon (Lolita)? El guión de la película era del propio autor de la novela. El primer y único guión cinematográfico que Nabokov realizó de una de sus novelas. Aun reconociendo la extraordinaria calidad del filme, Nabokov se sintió traicionado. Poco después se publicó el guión de Lolita.

Pues bien, ese mismo guión, traducido al italiano por Ugo Tessitore (editado por Bompiani), es el que Luca Ronconi ha puesto en pie en el Piccolo de Milán (teatro Giorgio Strehler), que se representa desde el 22 del pasado mes de enero. Asistí invitado y encantado al ensayo general. Encantado porque en el Piccolo me siento como en mi casa, porque con Luca, a quien sigo desde hace años, muchos años, y al que considero uno de los mejores directores europeos, somos buenos amigos, y porque Lolita es una de mis novelas preferidas.

¿Por qué (me preguntaba yo en el Talgo que me llevaba a Milán) montar sobre un escenario un guión cinematográfico que, de ser representado en su integridad, alcanzaría las siete horas de duración (Luca las ha reducido a cuatro)? Pronto obtendría la respuesta. Ronconi ha llevado el guión de Lolita al escenario porque Lolita no sólo es el relato del reencuentro del maduro Nabokov con Annabel, el amor de su adolescencia, aquella nínfula de pestañas largas, piel color de miel, boca grande, brillante, medio inglesa, medio holandesa, en la Riviera (de la que Lo.li.ta es la reencarnación norteamericana), sino que es también el descubrimiento por parte del escritor ruso de Estados Unidos y del norteamericano. Antes de Lolita, Nabokov había escrito en ruso; Lolita es su primera obra en inglés (el inglés de Humbert Humbert, que dialoga con una Lolita yanqui).

Así pues, en la Lolita, sceneggiatura de Ronconi, Lolita hablará en norteamericano y Humbert Humbert, como los demás personajes, en italiano. Al principio la cosa resulta un tanto extraña, pero poco a poco uno se acostumbra (en el escenario hay una actriz, una voz, que traduce al italiano cuanto dice Lolita) y entra en la magia -ese es el término- que emana de la nínfula, de su extraño idioma, de su peculiar entonación, que más que convertirla en una niña-objeto la aproxima a una criatura de un cuento de hadas, con toda la perversidad que puede haber -una perversidad baudeleriana-, y la hay, en los cuentos de hadas. Lolita, en el escenario del teatro Giorgio Strehler, es una de esas mariposas, preciosas mariposas, que Nabokov cazaba en los bosques de Norteamérica, al tiempo que pillaba curiosas expresiones en los moteles de aquel pintoresco país (pintoresco para él) mientras trabajaba en el guión de Lolita.

En el escenario del teatro Giorgio Strehler, Lolita es Elif Mangold, una chica de 18 años pero que no aparenta más de 14 (la Lolita de Nabokov tiene 12). Elif, de padre alemán y madre turca, ha sido descubierta en Nápoles, donde su padre es militar, marine, en una base de la OTAN. Elif resulta una nínfula sabia, con una lengua bífida -azucarada y amarga, seca- que te atrapa. Franco Branciarioli es un Humbert Humbert extraordinario. No tiene aquella mirada de James Mason, aquella mirada que ya te lo decía todo, antes de despegar los labios, pero tiene una voz que también te lo dice todo. Laura Marioni es Charlotte Haze, la madre de Lolita. No diré que supere a la Winters -su registro es otro, menos histérica-, pero está inmensa. Massimo Popolizio es Clare Quilty. Compararlo con el genial Peter Sellers (que en el filme de Kubrick cortaba el bacalao) es ocioso. En el montaje de Luca, Popolizio es un gran histrión, y cumple. Como cumple, y cómo, Antonio Zanoletti en el diabólicamente divertidísimo doctor John Ray. Mención especial para Giovanni Crippa, que hace de Vladímir Nabokov, con su cazamariposas, y de su anagrama, la inquietante Vivian Darkbloom.

El montaje es hermoso y espectacular. 50 técnicos detrás del escenario. Debe de haber costado un pastón. No viajará. Estará en Milán hasta el 4 de marzo. Se lo recomiendo de todo corazón. Aunque sólo sea para escuchar a H. H. decirle a Lolita (preñada, casada con Dick): 'Lui [Clare Quilty] ti ha spezzato il cuore. Io ti ho solo spezzato la vita'. Yo lloraba como una Magdalena. Y es que Lolita, a fin de cuentas, es una enorme y terrible historia de amor.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_