_
_
_
_
_

'Sadik no quiere comer'

Relato de una noche con los 400 inmigrantes en huelga de hambre en Barcelona

A 20 metros del Palau de la Música Catalana, el joven Rashid dice: 'Me gusta cantar. Soy músico'. Esta noche, sin embargo, el único concierto que escuchan el subsahariano de 26 años y los bultos cubiertos con mantas que duermen a su lado está hecho de ronquidos, tos complicada, meadas intermitentes y el aullido de un perro. La parroquia de Sant Pere Apòstol se ha convertido desde hace dos meses en un lugar de acampada para inmigrantes.

Esta noche son 13, ninguna mujer entre ellos. Huidos todos de Sierra Leona y de Ghana, se disponen a entrar en su segunda o tercera jornada sin comer. Sólo George Okoye, de 36 años, erigido en líder del grupo, se permite ingerir algún alimento porque un asistente de Médicos sin Fronteras le ha dicho que esta presión aguda que siente al respirar no es ningún juego. Como tampoco lo es la huelga de hambre que iniciaron hace una semana más de 300 sin papeles en la iglesia del Pi y que ayer seguían ya más de 700 en diferentes iglesias para exigir su regularización.

Los que llevan más tiempo con el estómago vacío empiezan a sentir los efectos taladradores del hambre. 'Come, Sadik, le hemos dicho cuando ha empezado a vomitar. Pero Sadik no quiere comer', explica Okoye.

Sadik, tumbado a pocos metros, se hacía el dormido. En cuanto ha oído su nombre, la manta roja que lo cubre cambia de forma y deja al descubierto unos calcetines verde loro. Empieza a hablar: 'No voy a romper esto. Es el único modo de agitar al Gobierno. Si tengo papeles, encontraré trabajo, tendré una casa y seré un hombre libre'. El bulto recupera la posición horizontal, pero continúa moviéndose. Parece que el hambre no le deja conciliar el sueño. 'El hambre es una cosa. Pero no puedo dormir porque no nos podemos duchar y me pica todo'. Las mantas pican. Los colchones y los cartones pican. El retrete de la esquina pica. También pica la garganta. Desde ayer, los huelguistas de la iglesia del Pi tienen duchas, pero en Sant Pere Apòstol no ha caído aún esa breva.

A Ibrahim Tidjani le llaman Baby porque es el más joven. Tiene 19 años y cuando se escondió en un barco en Sierra Leona no sabía a qué rincón del mundo le llevaría. 'En África, los barcos o se acercan o se alejan de la costa. Yo sólo sabía que me alejaba', cuenta Baby.

Es un grupo improvisado. En apariencia, lo único que tienen en común es la parquedad de palabras sobre la violencia que han presenciado durante los diez años de guerra civil de su país. Entre las cuatro paredes del centro se mezclan musulmanes y cristianos. Confiesan curiosidad sobre los dramas respectivos y, ya pasadas las doce, como cada la noche, continúan, como dicen ellos, 'intercambiando información'.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

De madrugada, el profesor de idiomas iraní Farhad Banaian, a quien llaman Baba (papá) porque ha dado la cara por ellos y ha empezado a enseñarles castellano, dice que ya es hora de apagar la luz. Al poco, el concierto de ronquidos y toses continúa. Sadik murmura de pronto, para quien quiera oírle, que llegó a segundo de Geografía en la Universidad de Accra (Ghana) y no pensó que algún día alguien pudiera decir de él que es un problema. Desde que dejó de estudiar ha tenido que hacer de todo. Y también sabe qué hará mañana: 'Mañana no comeré'.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_