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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

SOS en Galápagos

Las islas Galápagos no son un lugar cualquiera. El archipiélago ecuatoriano, un laboratorio natural y escenario privilegiado de las observaciones que condujeron a Darwin a formular su teoría de la evolución, sufre el vertido de más de medio millón de litros de gasóleo de un petrolero ecuatoriano encallado. En los tanques del buque, escorado 45º y a merced de vientos y oleajes, quedan más de cien mil litros de combustible. Un rosario de manchas que se extienden por una superficie de 3.000 kilómetros cuadrados amenaza a la flora y la fauna de esta reserva ecológica impar.

Los expertos temen que lo más grave esté por llegar si parte del combustible flotante, que bloquea el paso de la luz solar a las profundidades, acaba depositándose en los fondos y daña las colonias de algas, vitales para la cadena trófica. De ellas dependen desde iguanas marinas y tortugas gigantes hasta tiburones y numerosas clases de aves. Cuanto más se tarde en eliminar este gasóleo, más seria será la contaminación para cientos de especies únicas de la zona. La propia Comisión Europea ha tomado cartas en el asunto enviando expertos en descontaminación.

Las catástrofes por vertidos tienen un largo historial desde los años sesenta. Pero, aparte de alguna multa astronómica, de la que acaba pagándose una mera fracción, muy poco se ha hecho para combatir la lacra fundamental de los mares. Muchos de los barcos que llevan combustible, como el vetusto Jessica, son ruinas flotantes que suelen navegar bajo pabellón de conveniencia. El transporte de crudo y sus derivados apareja una imponente maraña de intermediarios, y su control es un vía crucis para gobiernos y jueces a la hora de depurar responsabilidades. Mientras los desastres se acumulan y los barcos crecen en capacidad, las legislaciones sobre sus condiciones de seguridad, con frecuencia permisivas y contradictorias, se mantienen obsoletas. Y la negligencia está a la orden del día.

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La protección de los océanos, como la de la tierra o la atmósfera, requiere medidas drásticas. El conocimiento creciente de la formidable agresión que el hombre viene perpetrando sobre su ecosistema sigue sin trasladarse a acuerdos generales y eficaces que contribuyan a paliarla. Hoy son las Galápagos; ayer, el canal de la Mancha, Suráfrica o Alaska. Sin una urgente conciencia de la vulnerabilidad de nuestro entorno, estaremos abocados a repetir una trágica letanía.

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