Lluvia de panes para agradecer milagros
Lubrín cumple con la centenaria tradición de lanzar roscos a su patrón el día de San Sebastián
Cuando, siglos atrás, el cólera, la peste o las hambrunas amenazaban con diezmar peligrosamente a la población, los habitantes de Lubrín se entregaban al fervor religioso que les inspiraba San Sebastián, su patrón, y sacaban la imagen a las calles del pueblo en un intento desesperado de frenar la tragedia.
Y cuando la tragedia remitía, los vecinos del municipio, convencidos de que sus plegarias habían sido atendidas por el santo, cumplían con el dicho que asegura que es de bien nacido ser agradecido. Por eso, los más pudientes del lugar destinaban parte de la cosecha del año a saciar el hambre de los más pobres.
La tradición, ininterrumpida a lo largo de los años desde hace ya cuatro siglos, fue sin embargo variando hasta derivar en la fiesta que actualmente se celebra cada 20 de enero y que consiste en lanzar miles de roscos de pan al paso del santo por las calles.
El origen de esa lluvia de panes aparca el rigor científico para sumirse en la leyenda que asegura que los ricos del pueblo, con el sacerdote al frente, comenzaron un año a mandar hacer roscos de pan para entregárselos a los pobres. Pero como estos, precisamente por sus escasos recursos, solían ser las víctimas con las que más se cebaban las epidemias, la generosidad de los hacendados se limitaba a lanzar los panes desde lejos, para evitar contagios.
Diferencias sociales
Hoy día las diferencias sociales han suavizado mucho sus aristas de antaño y el objeto de aquel lanzamiento de panes ha pasado a transformarse en una fiesta que sólo pretende preservar la tradición. Algo que Lubrín, con sus no más de 1.800 habitantes, ha logrado de modo encomiable a juzgar por los cientos de visitantes que cada año se citan en el pueblo para participar en la ancestral costumbre del lanzamiento de roscos.
Este año, la fiesta del pan se ha visto realzada por la clausura en Lubrín de unas jornadas sobre Historia, análisis y recuperación de la alimentación rural y tradicional, organizadas por el Instituto de Estudios Almerienses.
Entre las actividades que las jornadas trasladaron ayer a Lubrín destacó, amén de una mesa redonda de expertos en alimentación, una muestra de algunos de los objetos culinarios que pasarán a formar parte de un museo sobre Alimentación Rural y Tradicional que tiene previsto crear el Ayuntamiento del municipio, en colaboración con el departamento de Ciencias del Hombre y de la Sociedad del Instituto de Estudios Almerienses. Entre los cientos de visitantes que se citaron en Lubrín, se podían contar por decenas los extranjeros que acudieron a presenciar tan particular celebración. Para la mayoría se trataba de una fiesta novedosa que poco tiene que ver con las costumbres de sus países.
Sin embargo, la fiesta del pan no es exclusiva de los pueblos almerienses por los que pasó don Juan de Austria, dejando como legado el culto a San Sebastián, que con los años derivaría en la costumbre de agradecer los milagros ofreciendo roscas de pan.
Esta fiesta tiene su réplica en un pueblecito de Bélgica, hermanado con Lubrín por una tradición que allí introdujeron los españoles que hubo en los Tercios de Flandes. Desprovista ya de gran parte de su sentido religioso, la fiesta del pan sigue no obstante sustentando la fe de muchos de sus seguidores.
Según explica el profesor de la Universidad de Almería y jefe del departamento de Ciencias del Hombre y de la Sociedad del Instituto de Estudios Almerienses, José Miguel Martínez, 'el 50% de las personas que lanzan los roscos de pan lo hacen para cumplir con alguna promesa que le hicieron en su día a San Sebastián. Los que contrajeron alguna promesa importante brindan al santo panes mayores que le dejan en la iglesia'.
De las miles de piezas que salen de los balcones de las casas y que otros vecinos se encargan de ir recogiendo al vuelo, la mayoría acabarán, aderezadas con anchoas que se mandan traer de distintos puntos del país, en los estómagos de quienes participan de la tradición.
Los habitantes de Lubrín cumplen así con la preservación de sus costumbres más antiguas y con la vocación festiva de la que se contagia todo el pueblo cada 20 de enero, cuando llueven panes sobre el santo que les concedió los milagros que pidieron.
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