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Crítica:CRÍTICA | TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las manos de Beckett

Es un auténtico placer cerrar los ojos y sentir como fluye este maravilloso texto en los oídos. No sólo por la limpieza de un lenguaje que oscila entre la exactitud de la descripción y la ironía poética -valga como muestra este fragmento de diálogo: 'Una velada inolvidable'. 'Vaya que sí'. 'Y no ha hecho más que empezar'. 'Es horrible'- sino también por una estrategia informativa en la que el acontecimiento avanza de manera casi imperceptible, emboscado en oleadas sucesivas de repeticiones que incluyen leves variantes en su desarrollo. Pero como recurrir sólo al oído sería injusto con el magnífico trabajo de Lluís Pasqual y llevaría a perderse, entre otras cosas, la auténtica creación que Anna Lizarán hace de Vladimir, lo más aconsejable es que el espectador acuda dos veces a ver esta representación, la primera para escucharla y la segunda para disfrutar contemplándola al tiempo que la escucha.

Esperando a Godot

Samuel Beckett, en versión de Lluís Pasqual, por Teatre Lliure. Intérpretes, Jesús Castejón, Francesc Garrido, Anna Lizarán, Albert Triola. Iluminación, Xavier Clot. Espacio escénico, Frederic Amat. Vestuario y dirección, Lluís Pasqual. Teatro Rialto. Valencia.

Como es lógico, se han dicho muchas tonterías en los últimos cincuenta años sobre el significado de esta obra, que pasa por ser críptica, incluso alguna corriente católica diagnosticó que el tal Godot que nunca llega no era otro sino el mismo Dios. Aquí, Lluís Pasqual pisa suelo firme al negarse a ver en el texto cosa distinta de lo que contiene, que ya es bastante, para servirlo sin perderse en tentativas de interpretación. También por ello, y sin duda como homenaje íntimo al autor, subraya el carácter clownesco de los personajes en una puesta en escena cuya limpidez, por otra parte, es también un humilde homenaje a las características de la obra. Para un hombre como Pasqual, no se trataba sólo de no traicionar a Beckett ni de limitarse a servirlo como Godot manda, y es cierto que hay que ser muy maduro en el arte para montar este texto sin la pretensión de explicarlo de manera definitiva. La humildad creativa de Pasqual lleva a renunciar a subrayados y estridencias para exponer el texto al ritmo mismo en que suceden los acontecimientos que parecen invisibles, en una cadencia de fingidas indeterminaciones que manifiesta sin claroscuros el instante perpetuo en que se encuentran los personajes.

En ese sentido, es muy inteligente el uso de un fondo de pantalla blanca donde se proyectan las sombras de los protagonistas, y aquí Pasqual presta una atención dramática al uso de las manos que no había visto yo en ninguno de sus montajes anteriores. Sólo para disfrutar de esas manos de sombra, homenaje también al cine mudo, tan querido por Beckett, vale la pena ver más de una vez este espectáculo.

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