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Zaplana y Castellano

Es de suponer que el presidente Zaplana, como todo quisque, de vez en cuando se detiene a reflexionar sobre la vida en general y sobre la propia en particular. Pero como político hasta la médula que es, no se pasará la vida contemplándose más o menos abstraídamente el ombligo. El sentido de la existencia, la muerte, el más allá, la infinitud del cosmos... eso quedaba para algunos ociosos que se dedicaban a sembrar el futuro a largo plazo. Cierto que gracias a aquellos excéntricos ya es innecesario andarse por ahí haciendo de Pascal. Ahora el futuro se hace a sí mismo, en los laboratorios. Sólo los políticos, generalmente poco dados a la metafísica, pueden cargarse esta inexorabilidad y devolvernos la angustia, que es lo más entretenido de la condición humana.

Pero el señor Zaplana habrá observado, para su alegría y pesar, que en las rutinarias e hipócritamente llamadas democracias, la política cada día le importa menos al ciudadano. En este país sin ir más lejos, en los años anteriores a la guerra civil, el pueblo estaba más interesado en la res pública que en nuestros días. No me internaré en las causas, pero constataré el hecho de que un Unamuno y un Ortega ejercieron cierto magisterio público. Hoy, podemos afirmarlo sin reconcomio, pasarían completamente desapercibidos. Mientras que la vagancia mental es una gran mancha de petróleo en la que sólo germina el estupor melancólico, eso que conduce a un universo poblado de tómbolas. Si hoy un ministro español dijera lo que dijo uno de la dictadura, que el Bisonte era una réplica más que adecuada al tabaco rubio americano, no pasaría nada, como no pasó entonces; pero si entonces no pasó fue porque a ver quién era el guapo que se metía con un ministro del dictador. Hoy, un dislate semejante se daría de bruces con la indiferencia popular. Doña Celia seguirá o no seguirá en el cargo, pero si no, la culpa no será de sus calditos ni de sus gelatinas. No será porque parece salida de la caverna de Auxilio Social, sino porque no está claro que sepa por dónde cae el hígado y demás cuestiones pertinentes a un Ministerio de Sanidad. Oficialmente, dimitirá o se la echará por la anécdota, no por la categoría, pero el estrecho parentesco entre ambas es indiscutible. La mentalidad fluye sin dejar, claro está, de ser específica.

Franco gustaba de entregar en mano las llaves de las viviendas protegidas. Era un padre para el pueblo.

Girón decretaba de vez en cuando una paga extra para los asalariados. Hermosos ejemplos de conciencia social y muy cabreante para los patronos.

En los años cuarenta gané unas oposiciones por goleada y tuvieron que darme el empleo; eso sí, recomendándome píamente que los domingos asistiera a misa y que no hablara de políticos. Yo entraba al templo por la puerta principal y poco después salía sigilosamente por la trasera. Con todo, creo que me salvó el empleo una hermana temporalmente monja. Hasta que harto de beaterías y de cartas comerciales emigré a Alemania.

Cuando a la reina María Antonieta, que era franquista, le dijeron que el pueblo se amotinaba porque no tenía pan, vomitó cándidamente su histórica frase: '¿Y por qué no comen tortas?'.

Paternalismo. Una manera de ganarse el cielo a nuestra costa. No es caridad, pues la caridad es disculpable fruto de una efusión sentimental. (Rousseau la creía simplemente justa y quería ponerla en manos del Estado, arrebatándosela a corazones profesionalmente sangrantes). El embrión del paternalismo es la arrogancia, la prepotencia, no el sentido de la justicia ni el reconocimiento de la igualdad de los seres humanos. Paternalismo. 'Te doy esto si eres ortodoxamente sumiso, de lo contrario te encarcelo o te hago fusilar. Hazme la pelota y te será sano'. Paternalistas hay, sin embargo, que no alcanzan este nivel de concienciación. Son los más irreductibles, el muro de cemento de la estupidez que nunca se ha sospechado a sí misma.

El presidente Zaplana no es responsable de la paternalista Guía de Salud para Inmigrantes, que distribuye la Consejería de Sanidad. Está concebida por directores generales de Salud Pública, adaptada de la vigente en la Comunidad Autónoma de Murcia... y firmada por el consejero de Sanidad, Serafín Castellano, al pie de una presentación, presumiblemente de su autoría. Zaplana tiene escudo, dirá que no puede leerlo todo. Si al menos la oposición hubiera armado jaleo. Pero no. Yo mismo he estado esperando la bulla, pero al parecer este texto, esta mentalidad no ha insultado demasiado a nadie. Una tibia protesta pasajera. Y ahí sigue -que yo sepa y tales son mis noticias- ese panfleto humillantemente paternalista. Editado en cuatro idiomas, pero pensado en Murcia para los magrebíes. A quienes dice cosas como las siguientes.

-'La cara se limpia todos los días al levantarse y al acostarse... Se lava con jabón y agua tibia y se enjuaga con abundante agua. Después, se seca con una toalla'.

-'Trabajo pesado (construcción, minería, agricultura), más cantidad de alimentos'.

-'Trabajo suave (oficinista, costurera) menos cantidad de alimentos'.

-'La alimentación es necesaria porque, a través de ella, se aporta al organismo energía para vivir, trabajar y desarrollar nuestro cuerpo'.

Son muchas las recomendaciones del panfleto firmado por el consejero de Sanidad Castellano y en muchas de ellas se insulta a los inmigrantes por vía doble: suponiéndoles un nivel de vida que ni remotamente tienen y una ignorancia y un infantilismo tales, que hay que decirles que las manos se lavan y se secan, que comer es necesario para seguir vivos y que a trabajo más pesado, más cantidad de comida hay que consumir.

Franco, Girón, que coman tortas, vaya a misa si quiere asegurarse el empleo ganado en oposiciones... No se extrañe el lector de que esta Guía de Salud me haya indigestado los recuerdos. Le sugeriría cortesmente a Eduardo Zaplana la conveniencia de conocer la mentalidad del nombramiento en ciernes. Auxilio Social es Sanidad. ¿Ciudadanos o súbditos enfermos? De serafines líbrenos Dios... y Zaplana.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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