Un adiós
Bernard-Marie Koltès (1948-1989) es uno de los últimos grandes autores franceses, de texto cálido y largo, a veces irónico, a veces poético; siempre angustioso, como una despedida a una época. Y Roberto Zucco es una obra de culto, una de las grandes obras corales que aún descendían de Bertolt Brecht. Es su obra póstuma.
Roberto Zucco es un asesino dulce, sin un motivo aparente que no sea el de la libertad. Aparece en escena huyendo de una prisión: está allí porque ha matado a su padre, reminiscencia histórica de cualquier Edipo freudiano de los de matar al padre, y yacer con la madre; solo que en este caso antes de ese deseo está el de matarla también. Matará a un policía, a un viejo caballero que sufre; y entrará a tiros en la sociedad matando a una dama, y su hijo casi niño. O sea, matará unas formas de opresión. Roberto Zucco escapará de las seducciones, de las murallas, del cerco de la policía, de los soldados de guardia: esta especie de buscador de la libertad imposible tiene, en cambio, una debilidad, o una prisión, o una cárcel: el amor. La muchacha es como la de Fausto, como una Margarita maltratada, que quiere también huir de sus prisiones: los padres borrachos, la hermana mística y enamorada de ella, el hermano golfo que la prostituye cuando quiere huir. La ilusión de ella está en el dulce asesino que mata por la libertad.
Todas estas identidades de quienes caen bajo la muerte que pasea dos horas por el escenario que es un compendio de la vida son esquemáticas: el anciano no es más que un anciano, la puta no es más que una puta y la virgen, una virgen vendida. Tienen a veces sus monólogos como documentos, como biografías, y también como una aproximación a otros misterios: el nacimiento, la muerte, la senda trazada. Son bellos. Los actores los hacen muy bien, y algunos son como representantes de un vicio de este tipo de irrupciones: han preparado para sí mismos su monólogo como un ejercicio, como un aria de ópera, y descuidan un poco más su intervención coral. Estoy hablando, en general, de buenos actores, aunque en una compañía tan numerosa, y por mucho que se esfuerce el director, algunos tienen que desentonar. Claro que destaca Tristán Ulloa, el protagonista, dentro de esta inadaptación del personaje, aún dentro de la invisibilidad de la muerte libertaria que le quiere dar el autor, y la atención se fija mucho en Miryam Gallego, la Chiquilla, porque es quien le sigue y su, digamos, pareja; pero el don de decir y de representar se presenta en algunos otros.
La visión del director, Jesús Salgado, sobre sus actores está al servicio de la que tiene de la obra entera: Roberto Zucco sería el catalizador que cambia la esencia de las cosas que tocan. Una purga de la sociedad, una forma de limpiar: la muerte como depuradora. Seríamos nosotros 'la amplia sociedad del cuadro escénico' quienes le pediríamos que nos librase de este horror de vidas. Acentúa mucho la parte melodramática, o tragicómica, de la obra hacia el final y lleva a la comicidad lo que antes ha sido filosofía y poesía, caracteres que vuelven a aparecer hacia la gran zarabanda final.
Veo siempre la sala de la Cuarta Pared cuajada de espectadores atentos y degustadores, jóvenes principalmente, que no repudian nunca el teatro, aun con sus longitudes y su palabras incesantes. El sábado era el hervidero de siempre y dio a la obra y a sus creadores el éxito merecido por un trabajo atento y difícil.
Babelia
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