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gente | ISLA ABIERTA
Columna
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El artista y su modelo

Recordé a John Berger esta semana al oír hablar de la película de Luis Eduardo Aute sobre el artista y su modelo. No es lo de menos en Berger su relación con los personajes que retrata, y se me antoja que hay algo en Aute que tiene que ver con Berger. A lo mejor no es una casualidad que la película del cantante se titule Un perro llamado Dolor. Al artista se le reconoce o se le rechaza también por sus modelos: los de Berger, tan aceptados por los jóvenes, no están precisamente en una pasarela de moda. Su lectura deja siempre una gratificante sensación de aire limpio, de sosegadora transparencia, de olor natural que impregna su modo de ver y tocar objetos, personajes y paisajes. Ve el mundo desde su refugio de la Alta Saboya con la sencillez de un campesino y la precisa franqueza de un sabio. Y transita por sus prosas con tan delicada naturalidad que la autobiografía y la memoria son en él la expresión de una mirada lírica a la vida desde un rincón del mundo con la apaciguada pasión del que contempla sin ser visto. Es un antídoto contra la autocomplacencia retórica de los vanidosos aldeanos, tan frecuentes entre nosotros, que no se reconocen como tales y se muestran, impúdicos, creyéndose cosmopolitas (falsos) en páginas y páginas de confesiones y recuerdos. Y es el antirretórico en la economía de un verbo que casi musita la reflexión lúcida sin que la altisonancia de la pedantería se le cuele por una sola línea al modo en que suelen prodigarse los narcisos por estos lares. Entrar en su libro Fotocopias (Alfaguara) supone penetrar en un espacio de libertad donde la verdad no necesita acreditarse. Tal condición de la voz de un intelectual, que suene a verdadera y que lo sea, no debería constituir un acontecimiento, pero lo es: la frecuente fatuidad de quienes se aplican al marketing cultural y hacen de la ternura una industria de sentimientos rentable convierten a Berger en un hecho insólito o al menos en una voz poco común. Su ecologismo es apenas discurso explícito: olor, sentimiento, estampas de la naturaleza y de la vida que contagian su mirada despierta y compasiva en un 'continuo adiestramiento del ojo'; la mirada que descubre en los animales algo más que el aliento de la compañía o el mero adorno de sus retratos profundamente humanos. Entre tanta abundancia globalizadora de ideas banales y banalización de las ideas, lo bueno de Berger es la gente con la que se junta, gente tan sencilla, haga lo que haga, que no sólo no aparece casi nunca en la tele ni en los periódicos, sino que ya, quizá debido a su escaso reclamo, ni siquiera aparece con frecuencia en los libros

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