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LA CRÓNICA
Columna
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Tiempo de rebajas

La escena se desarrolla el segundo día de rebajas. En la planta masculina de unos grandes almacenes, departamento de ropa interior, me tropiezo con un amigo con el que hice la mili. Llevábamos 20 años sin vernos. 'He venido a comprar unos calzoncillos', me dice sin que se lo haya preguntado. '¿Qué te parecen estos?', me consulta mostrándome un modelo de slips de un rojo idéntico al de la bandera de la fosilizada URSS. 'Bien', miento. El telele consumista que nos rodea contrasta con el exterior, con indigentes protegiéndose del viento tras una columna y limpiadores de parabrisas apostados en los semáforos. En lugar de hablar de lo que nos ha ocurrido desde la última vez que nos vimos y de rememorar batallitas cuarteleras, hablamos de calzoncillos. Un vendedor se acerca y se ofrece a aconsejarnos. '¿Están buscando algo en especial?', inquiere. Sospecho que acaba de tomarnos por una pareja de hecho.

Rebajas en unos grandes almacenes. El telele consumista que nos rodea contrasta con el exterior, con indigentes protegiéndose del viento y limpiadores de parabrisas apostados en las esquinas

'¿Tienen tangas?', le pregunta mi amigo con una sonrisa a lo Boris Yzaguirre. El vendedor no se inmuta. Curtido en mil rebajas, suspira antes de pedirnos que le sigamos. Tienen tangas, sí, y mi ex compañero castrense parece encantado con los diferentes modelos. Los hay con botones frontales, con o sin funda, de algodón jumel mercerizado o lycra, látex o poliéster y con publicidad estática en la cintura. Las fotografías que ilustran las cajas de calzoncillos siguen la estela iniciada, años ha, por Calvin Klein. Jóvenes con abdómenes de tableta de chocolate y una musculatura de esas que provocaría en Terenci Moix un irreprimible deseo de volver a fumar posan para destacar los valores de la marca que, con helénico desenfado, representan. Ocurre lo mismo con la ropa interior femenina. Con cruel sentido de la comercialidad, los fabricantes apuestan por el anzuelo de Claudia Schiffer para anunciar sus despampanantes modelos y no por alguna mortal de físico más terrenal. Puede que la belleza esté en el interior, pero los fabricantes todavía no se han enterado. Seguimos, pues, con nuestro recorrido.

Mi amigo se lleva, además del tanga de marras, dos slips marcapaquete de esos que algunos deberíamos rellenar con un par de mandarinas y un pepino para acercarnos vagamente al modelo que aparece en la fotografía de promoción. Fiel a mis principios, yo he comprado dos boxer de algodón de un discreto y sensato clacisismo. 'Lo sabía', me dice mi amigo, 'sabía que eras de los de calzoncillo largo'. Mientras liquidamos nuestras compras cerca de la caja, me expone su teoría sobre tipologías masculinas según sus gustos de ropa interior. '¿Conservadores? Calzoncillo largo y de algodón. ¿Transgresores y atrevidos? Ajustados y elásticos', afirma. Empiezo a sentirme incómodo. Uno ya no puede ir tranquilamente de rebajas sin tropezarse con un majara fetichista del gayumbo. Pienso en el personaje de Harry, interpretado por Sergi López en su premiada película, y me pregunto a cuánta gente estará dispuesto a asesinar mi amigo para convencerme de que acabe poniéndome un tanga negro con tachuelas.

Bajamos por la escalera mecánica y me invita a tomar algo. Para no contradecirle, acepto. En una cafetería cercana, brindamos con refrescos light por los viejos tiempos. 'Y por los calzoncillos', añado. Error. Con un entusiasmo enfermizo, mi amigo vuelve a la carga. '¿Sabías que Rudolph Giulani, alcalde de Nueva York, ordenó retirar un anuncio de Calvin Klein en el que aparecían unos niños en calzoncillos?', me pregunta. '¿Sabías que, desde que participó en una campaña del mismo Calvin Klein, el actor Marky Mark se ve obligado a firmar ya no autógrafos sino calzoncillos?', insiste. 'Yo tengo unos firmados por él', me confiesa guiñándome el ojo. Siguiendo con su conferencia, me cuenta que le parece escandaloso que algunas mujeres intenten apropiarse del calzoncillo como prenda femenina. Por lo visto, Sharon Stone y Julia Roberts ya han posado en calzoncillos. 'Resultan tan grotescas como esos hombres vestidos con bragas', añade con vehemente desprecio. Me abstengo de opinar, entre otras cosas porque la cuestión no me importa lo más mínimo. Tampoco me parece mal que Julia Roberts se los ponga. Al fin y al cabo, si le quedan bien los pijamas y las camisas para hombre, ¿por qué no la van a favorecer unos calzoncillos Ocean? Seguro que le quedan mejor a ella que al estafador Roldán. Nos despedimos. 'Espero que no tardemos 20 años años más en volvernos a ver', me dice. 'Sí', miento. Regreso a casa andando. Cada vez que me cruzo con un indigente, me pregunto qué clase de calzoncillos llevará.

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