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El 70 por ciento

José Luis Leal

'Mire', me dijo el responsable del pozo, 'mire la cartilla del banco; tenemos ahorrados mil córdobas'. Me lo decía el coordinador de uno de los treinta pozos que Acción Contra el Hambre ha ayudado a construir en Somoto, una remota región de Nicaragua, en la frontera con Honduras. Tras mostrarme el extracto de la cuenta que tenían en un banco local, me explicó que esos mil córdobas, equivalentes a 12.000 pesetas, les aseguraban la autosuficiencia, ya que, gracias a ellos, podrían comprar los repuestos de la bomba manual que extraía el agua del pozo dos veces al día; les había costado un año reunirlos a base de cotizaciones de cincuenta pesetas por mes y por familia.

En Somoto viven unas decenas de miles de campesinos, damnificados por el huracán Mitch, en el puro límite de la subsistencia. En la misma zona de los pozos se encuentra una escuela-comedor infantil para unos cien niños, algunos de los cuales padecen desnutrición. Gracias a la construcción de un gallinero comunal es posible, por el momento, asegurar que coman un huevo cada uno dos veces por semana, lo cual permite, por lo menos, evitar que los efectos de la desnutrición progresen. El gallinero ha alcanzado ya el equilibrio entre las gallinas ponedoras, los huevos y los polluelos, asegurando así, a bajo coste, la transformación del mijo en proteínas animales.

Si cito estos dos ejemplos es porque permiten comentar uno de los problemas que tiene planteados la cooperación con los países en dificultades. En ambos casos, una intensa labor de explicación y capacitación permite esos pequeños logros, que pueden infundir una cierta esperanza de supervivencia en condiciones, por lo menos, de mantenimiento de un mínimo vital mientras llegan a esas poblaciones los frutos del progreso.

El equipo de Acción Contra el Hambre en la zona, un español, un italiano y una francesa, ayudados por una veintena de gentes del lugar, ha conseguido organizar a unos cuantos cientos de familias, y lo lógico sería hacer lo mismo unos cuantos kilómetros más allá, pero ello choca inmediatamente con la falta de financiación y los problemas burocráticos.

La ayuda a Nicaragua se movilizó espectacularmente tras el huracán Mitch; las imágenes de la televisión, la radio y las noticias de los periódicos movilizaron la solidaridad de cientos de miles de personas y permitieron, en una ayuda de primera urgencia, limitar los efectos de la catástrofe. En una intervención de este tipo, lo principal es asegurar la distribución de alimentos y garantizar la calidad del agua. Más tarde, superada la tensión de esa primera fase, el problema estriba en restablecer la seguridad alimentaria en la zona afectada, a menudo en el límite de la subsistencia. Y para esto es mucho más difícil movilizar las ayudas.

En algunas organizaciones internacionales, la doctrina actual consiste en otorgar la prioridad a las ayudas que permitan la comercialización de la producción agrícola en las zonas poco desarrolladas para que, poco a poco, la integración en el comercio mundial de la parte más activa de la población impulse la difusión de las mejoras al resto de la economía. En el caso de Nicaragua, y según los cálculos de algunos funcionarios internacionales, un 30% de la población podría integrarse con relativa rapidez en el comercio mundial, aprovechando así las ventajas de la globalización; la cuestión que se plantea entonces es la de qué sucede con el 70% restante.

Ese 70% de la población es el que vive al borde de la subsistencia, y el hecho de que no haya ONG en el mundo capaz de enfrentarse con el problema no debe inducirnos a abandonar la esperanza de ayudar, de aliviar el sufrimiento de esas poblaciones. Para ello es preciso definir mejor las modalidades de intervención, hacerlas más flexibles, hacer menos nítida la frontera entre la intervención de urgencia, la seguridad alimentaria y la ayuda al desarrollo. Es razonable intentar trasladar la eficiencia del sector privado a la acción humanitaria, como lo es tratar de adaptar mejor las ayudas públicas y privadas a las necesidades reales. Como decía José Bidegain, el anterior presidente de ACH, muerto trágicamente hace año y medio, 'no podemos decir que no sabíamos', ni podemos decir tampoco que no podemos hacer nada, abrumados por la magnitud del problema.

A nosotros nos interesa ese 70 por ciento de la población, aunque no podamos ayudarles a todos. Nos importa hacerles más soportable la espera hasta que les lleguen los beneficios del progreso de ese otro 30 por ciento de la población más próspero y más integrado en el comercio mundial. A nosotros, organizaciones emanadas de la sociedad, modestas en nuestras pretensiones, pero eficaces en nuestro funcionamiento, nos importa compartir algo de lo mucho que tenemos, sin excluir a nadie y con la ayuda de todos.

José Luis Leal es vicepresidente de Acción Contra el Hambre.

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